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Heridas

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Ángel Ramírez

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Los había visto varias veces de reojo cuando iba o venía del trabajo. Todos los días paso varias veces por las calles Deanes y Manríquez y ya estoy entrenado para no desviar la mirada en todo el camino de un punto imaginario que está frente a mí. Sé que si giro la cabeza me puedo encontrar cualquier cosa, es una zona con claras tendencias feístas, y aunque se encuentran en plena Judería están tomando un aire entre caseta de feria y despedida de soltero preocupante. Pero hago pequeñas excepciones y así había visto una especie de maniquíes en el patio de la sede de la Fundación Rafael Botí. Un día y otro los veía pero nunca encontraba el momento de pararme, hasta el viernes pasado, 25 de noviembre, día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer.

Entré y me pareció una muy buena exposición, se llamaba Heridas y abordaba el cuerpo de la mujer, de las mujeres, y procesos que sobre ellos se proyectan, poder, dominación, violencia. Partiendo de las formas de un maniquí, diversas autoras hacían lecturas muy diferentes, casi todas emocionantes. Resultó ser una exposición organizada por una asociación o movimiento de mujeres artistas Mujeres Dos Rombos, que van ampliando la misma con las aportaciones de creadoras de las ciudades en las que la recala la exposición, en este caso había un trabajo de Margarita Merino. La ví con más prisa de la que me hubiera gustado en el que además era su último día en Córdoba.

De pronto recordé que sí, algo escuché de la inauguración, y algunas imágenes en los medios. Poco más, quizás producto de mi distracción, ocupó en la prensa menos que cualquier salida de tono de un político local, pero  aquello era realmente bueno y no podías dejar de pensar y de sentirte interpelado. Imagino que como yo la mayoría íbamos con prisas y vimos aquellos maniquíes de reojo, como parte del paisaje, entre expositores de camisetas con mensajes turísticos, cartelones de menú del día y estantes llenos de tazas, vestidos de gitanas y armaduras. Es todo tan feo que nos hemos acostumbrado a no mirar, a cegar nuestros sentidos, y nos perdemos pequeñas maravillas como ésta. Ahora está en la sevillana Casa de las Sirenas, por si alguien piensa ir por allí a comprar un nacimiento.

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