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La batalla del Arroyo del Moro

Ángel Ramírez

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Uno llegaba a Córdoba y veía una cosa extraña, una franja de terreno enorme, de gran calidad, excelentemente conectada y con valor histórico cruzaba el perímetro occidental de la ciudad histórica de norte a sur y ahí no pasaba casi nada. Una sucesión de jardines con algunos elementos decadentes y restos arqueológicos por explicar que separaban la Córdoba comercial en la que se asienta lo más granado de la burguesía local que no se fue al norte, de una miscelánea de clases medias de los 70, estudiantes noctívagos de la provincia y últimamente inmigrantes en pisos-pateras. Demasiado bueno para que siguiera así, tierra de nadie, una frontera interior que no tardaría en convertirse en frente de batalla. Antes de que se desataran las hostilidades alguien lo vio venir y creó un corredor humanitario a la altura de Puerta Gallegos, flanqueado por unos coloristas y poperos quioscos en el que se resguarda una fuerza internacional que a la vez que cuida el paso vende paraguas y bufandas del Córdoba CF y del Real Madrid.

Sorprendentemente ninguno de los grupos vecinos fue el primero en mover ficha. La primera incursión fue del capitalismo financiero/hotelero de última generación que intentó hacer su ojo de Mordor en el antiguo hotel Meliá. Además lo llamaron nada menos “El ojo del califa”, y aquí los califas los elegimos nosotros, Lagartijo, Guerrita, Machaquito, Manolete y El Cordobés, para unos, y Julio Anguita para otros. Atentos a la candidatura de Sandokan, que el look lo tiene, y lo demás ya se verá. Pues eso, que una cosa es que aquí nos estemos tirando los trastos unos a otros, y otra que vengan de fuera a subir más alto que nadie a vernos a todos la coronilla. La cosa no salió y se quedó en un hotel de lujo de esos que gusta al poder, que permite ver y no ser vistos.

La segunda incursión fue de los modernos de la city, con un proyecto de coworking de Colaborativa y Zoom para que gentes del sector creativo convirtieran La Pérgola en un nodo de la nueva economía y un lugar de creación cultural compartido. Ahí era nada, reunir a diseñadores, ingenieros, arquitectos y fauna similar en tan noble edificio de corte neoclásico. Ya estaban viendo nuestros próceres el dieciochesco sitio lleno de modernos con camisetitas y sus mochilitas con manzana golden y el tuper de arroz basmati en las mismas narices del duque de Rivas. Va a ser que no. Bueno no fue ni que no, fue peor, fue el silencio, porque hará para dos años que llevan en el lío y el Ayuntamiento no se ha dignado a darles una respuesta al concurso convocado, aunque no tienen problemas en decir a los periodistas que tienen otros planes para La Pérgola. Viva el derecho administrativo.

A los del bulevar les cuesta, pero cuando se mueven se mueven. Muchas escaramuzas y ellos viendo la corrida desde la barrera no podía ser, y ya mandaron un emisario para que fuera sondeando. El primer globo sonda fue convertir el discreto y encantador Bar Playa (esa ensoñación fuengirolense…) en el restaurante Cucurucho, un nombre de ese naif tirando a edulcorado tan característico. La cosa funcionó y este fin de semana inauguran ya el asentamiento definitivo que garantizará la conversión de este espacio en el lado aspiracionalmente aristocrático y natural del Bulevar, el jardín botánico del cordobitismo, el complemento perfecto de la imagen desarrollista y follonera del campamento base. Para que no quedaran dudas del significado de la acción le han llamado Mercado Victoria, y ahí están ultimando las cristaleras, tarimas, foies caramelizados y simbología varia. Gastrobares, gourmets y delicatesen para la Córdoba de toda la vida y los turistas curiosos, que colonizarán definitivamente el corazón de esta frontera interior de la ciudad

Aún queda un plaza por conquistarse, nuestra querida Pérgola, pero el alcalde de la ciudad ya ha venido a decir que ésa la ganan también los buenos aunque el árbitro tenga que tragarse el silbato como en el pasado Dortmund-Málaga : “La Pérgola tiene que seguir una línea similar al Mercado Victoria, y aunque no se puede hacer otro mercado, sí conseguir que La Pérgola tenga un uso estable que permita prestar un servicio a la ciudad, que aporte calidad y al mismo tiempo tenga uso sostenible”. Si uno lleva tiempo en Córdoba sabe lo que significa ese cantinfleo, la batalla parece perdida, pero no hay que confiarse que la resistencia no para de maquinar y por sorpresa ha introducido una nueva estrategia bélica que puede dar un vuelco a la situación: la guerra de semillas. Un grupo de ecologistas se plantaron por sorpresa ante las vallas que rodean el erial que hasta hace poco fue la rosaleda de los Jardines de Agricultura y lanzaron una batería de bolas de barro con semillas para que la naturaleza deshaga lo que hace el hombre, básicamente destruir (ver video). No sabemos el alcance de la acción, pero quizás no sería mala idea reagrupar fuerzas y centrarse en la madre de todas las batallas, la definitiva, la batalla del Guadalquivir, que ya ha comenzado con sus hoteleros, restauradores, arquitectos, urbanistas, vecinos, taxistas, opinadores castizos y alternativos. Esa sí que va a ser buena.

http://vimeo.com/63991777

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