Vengan a ver a los taraos, zumbaos, perturbaos, majaras... ¿No les pica la curiosidad?
Un grupo de investigadores desarrollaron a finales de los ochenta una teoría del etiquetado aplicada a los estigmas (Cullen, Link, Frank y Wozniak). Plantean un curioso itinerario: primero se identifica visualmente la diferencia (los autores lo denominan etiquetado), después se la vincula con determinadas características o estereotipos negativos, más tarde se las separa (segrega) de los espacios públicos, se las discrimina jurídica y socialmente, para finalizar ocultándolas, encerrándolas o haciéndolas desaparecer. Parecería que estuviésemos hablando de dos mil años de historia de los judíos. ¡No!, estamos hablando de cientos de años de historia de los denominados enfermos mentales. Es paradójico que en ambos casos se repitan los mismos itinerarios: la construcción del estigma. La imagen de babear alimenta un estereotipo. La nariz larga y aguileña puebla las caricaturas de dos siglos de antisemitismo. Las barbas pobladas de gente con determinadas creencias anuncia la palabra fundamentalista. El movimiento y lenguaje corporal irregular provoca la distancia automática. El silencio permanente de un adolescente anuncia sospechas. Estos etiquetados son definidos como estereotipos, es decir, un frágil acuerdo generalizado sobre un grupo de personas que rompen (al entender de la mayoría) las normas aceptadas. Construido el etiquetado (los estereotipos) se establecen los prejuicios: una actitud de sospecha, rechazo y temor frente a la diferencia. Más tarde se añade, con un amplio consenso social, la discriminación (unas veces legal, como en el caso de los indocumentados, otras veces social, como en el caso de los enfermos mentales...). Hace varios siglos el estigma se socializaba, bien a través de una aplicación física (se marcaba con un hierro candente el cuerpo de la víctima)
o a través de un código visual (se les colgaba un sambenito con su nombre y su condena). Ambos atributos lograban degradar y rebajar a las personas que los portaban. Hoy en día la función de socializar los estigmas, la cumple con verdadera eficacia y eficiencia... ¡la publicidad! La publicidad es un campo muy fértil para mantener, alimentar y construir los estigmas. En el mercado (sistema hegemónico que nos aplasta y ahoga), la publicidad es uno de los pilares, hoy por hoy, insustituibles. La modernidad le otorga a la publicidad el paradigma de la creación. Y la creación es el mayor acto de libertad. Atentar contra la creación es atentar contra la creatividad (vienen a decir). Coppola muestra (en su película Apocalipsis Now) a los helicópteros norteamericanos bombardeando Vietnan con napalm (al son de Las Valquirias de Wagner) está realizando un ejercicio de creación, de una belleza indescriptible... ¿o no? Cuando la publicidad ejerce (en exclusiva) su función de vocera del mercado, es tan infame como el propio mercado. Cuando la publicidad mantiene, alimenta y construye estigmas
que estereotipan y discriminan a grupos de personas, la publicidad debe ser acusada de servir a su amo y no a la creación.
Nota: ¿No les pica la curiosidad? Vengan a ver a los taraos, zumbaos, perturbaos, majaras... Este reclamo publicitario se anuncia y convoca estos días a una representación artística. En el planeta en el que habitamos hay aproximadamente unos quinientos millones de personas que padecen (padecemos) en la actualidad algún tipo de enfermedad mental. No es sólo cuestión de reírse, es fundamentalmente una cuestión de pensar.
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