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La sentencia estaba dictada antes de celebrarse el juicio

Sebastián De la Obra

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La semana pasada colgué el letrero de completo. Una semana complicada. Los exámenes de mi hijo pequeño (monomios y Donattello, energía solar y Lutero); un viaje forzado a la capital del reino y un escándalo político alrededor de una institución que conozco bien. Las dos primeras situaciones pertenecen al ámbito de la vida privada y están plenamente aceptadas. La tercera forma parte del espacio de lo público y ha provocado mi indignación. Una paradójica y excepcional unanimidad se ha producido entre las tres fuerzas políticas con representación parlamentaria en Andalucía. Se han puesto de acuerdo: han decidido “renovar” a la figura más respetada del panorama público, que encabeza la institución más valorada. Ellos que ocupan los primeros puestos de rechazo y desconfianza. Han decidido (por unanimidad) que José Chamizo deje de ser Defensor del Pueblo Andaluz. Sólo una explicación a modo de argumento y justificación: lleva demasiado tiempo (sin embargo, la ley que regula esta Institución no establece límite de mandatos). La explicación/justificación ha ido acompañada, antes y después de la decisión, de todo tiempo de retóricas alabanzas sobre el trabajo realizado: excepcional, riguroso, comprometido, valiente... He participado, a título personal, en este debate, a través de artículos y en la red. También han participado asociaciones de epilépticos y familiares, asociaciones de lucha contra la toxicomanía, asociaciones de derechos humanos, asociaciones de inmigrantes, asociaciones de vecinos, asociaciones ecologistas, asociaciones de enfermos mentales y familiares, asociaciones de mediadores, asociaciones de protección de animales, asociaciones de afectados por las hipotecas, asociaciones de consumidores, asociaciones culturales... Todas reconociendo el trabajo comprometido e independiente del defensor y de la institución. Todas reclamando su renovación en estos tiempos tan difíciles... Nadie nos hizo caso. Ninguna de las tres fuerzas políticas nos escucharon. Las tres decidieron, por unanimidad, que se debía marchar. Una vez publicitada la decisión, José Chamizo realizó unas declaraciones en las que señalaba a una joven responsable y dirigente política como impulsora de su “marcha”. La definió como una “chica” que está en Presidencia. Al fin una palabra a la que agarrarse. Al fin una percha donde colgar la miseria contenida... Dos amigas mías han dictado sentencia (antes de celebrar el juicio): el uso del término “chica” es un ejercicio de machismo intolerable. Chamizo pidió disculpas, al día siguiente, por haber usado la expresión “chica”. Da igual. La sentencia estaba dictada de antemano. De nada sirve su desvelo y atención con las mujeres presas, con las ancianas solas, con las enfermas mentales, con las maltratadas, con las prostitutas, con las toxicómanas, con las jornaleras, con las desahuciadas..., ¡daba igual!, el uso de esa expresión lo debía convertir en un machista intolerable. La sombra de la duda. Quién sospecha no confía (quienes confiamos no sospechamos).

Una de esas amigas, después de mostrarme su indignación y en tono relajado me comentó: “te has comprometido mucho con Chamizo...”, a lo que le conteste que es mi amigo y he estado trabajando, doce apasionantes años, a su lado. Volvió a comentarme: “trabajando donde trabajas, ¿no te preocupa las consecuencias que puedan tener tus opiniones?”. Nos despedimos. Estuve en silencio y avergonzado. A mi amiga le indignaba el uso (posiblemente incorrecto) de una palabra y, sin embargo, daba por sentado que mis opiniones pudiesen tener consecuencias en mi trabajo y que me debería preocupar... Se me cortó la respiración.

Nota: No estoy preocupado por las consecuencias de mis palabras. Estoy aterrorizado por continuar viviendo marcado por el signo de la sospecha. La apoteosis de la sospecha no se da cuando todos están contra ti, sino cuanto todo parece que está contra ti.

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