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Un viaje de alta velocidad

Mar Rodríguez Vacas

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En esta lactancia he decidido no sacarme leche (no fue del todo una buena experiencia la vez anterior), exceptuando, claro, las veces que sean impepinablemente necesarias. Cosa que, hasta la fecha, no ha ocurrido. El caso es que el peque tiene ya tres meses y el sacaleches no sé ni dónde lo guardé hace ya año y medio. Esto, que parece ideal para no separarte del bebé y dar las tomas a demanda, tiene su lado negativo, estresante y hasta escatológico.

Me explico. Hace algunos martes tuve una importante reunión con mi director de tesis en Sevilla. Él, que sabe que estoy liada, me propuso vernos en la misma estación de Santa Justa. Así, yo podría bajarme de un tren y montarme de vuelta en otro a la hora y poco. Como iba a ser sólo un ratito y la reunión era de confianza, decidí llevarme al enano y no tener que dejar tomas de leche congelada. Preparé la bolsa con lo de siempre: Pañales, toallitas, cambiador, cremita y gasas. Y no se por qué pero se me ocurrió echar un body... por si acaso. Todo bien, hasta ahí.

A pesar de que calculé las tomas para que al bebé le tocase comer durante el viaje, estaba claro que aquel día le iba a entrar un sueño profundo de esos que hacen que pueda incluso saltarse su hora. Y así fue. Las Leyes de Murphy comenzaron a ser una realidad nada más bajar del tren. El peque se despertó simpático pero, a los pocos segundos, ya estaba llorando como si llevase tres días en ayunas. La gente comenzó a mirarme. Sí, esas miradas incisivas que te perforan el alma mientras tu intentas poner cara de 'aquí no está pasando nada'. La cinta que te sube a la terminal parecía no llegar nunca a su fin. Y venga a llorar. Y yo, venga a hacerle cucamonas. Y la gente, venga mirar...

Por fin pasaron esos interminables dos minutos y conseguí sentarme en una cafetería. Mi director no había llegado todavía. Bien. Me daría tiempo a darle de comer al bebé y así nos dejaría tranquilos en la escasa hora que teníamos para hablar. Mi plan se había vuelto perfecto. O casi. El enano comió, echó su flatito sin regurgitar (palabra técnica que yo sustituyo por potar) -cosa rara que me extrañó- y se quedó tan a gusto en su carrito -cosa que también me resultó extraña-. Todo marchaba de lujo!! Increíble pero cierto...

Llegó mi director y, como las cosas iban tan bien, comenzamos nuestra reunión. Pero el buen rollo del bebé duró sólo diez minutos. Y yo, que lo conozco, antes de que empezara a llorar como un descosido lo cogí en brazos. Al poco ya estaba haciendo de las suyas.  Una gran pota (o vomitona, como prefiráis) inundó el suelo de la cafetería en la que estábamos sentados. Por supuesto, yo también pillé rasca. El pantalón... En fin, parecía que no me había dado tiempo para llegar al baño. Pero bueno, son gajes del oficio y a eso ya estoy más que acostumbrada.

Lo limpié todo e intenté seguir con la reunión como si nada hubiera pasado. Pero no habían pasado ni diez segundos cuando escuchamos un cuesquete con mas decibelios que un trueno. Me puse colorada, muy colorada. Sin embargo, antes de que me diera tiempo a reaccionar y pedir disculpas en nombre del lactante, el colorado de mi cara pasó a amarillo cuando descubrí que TODO ( y cuando digo todo es todo) se había salido del pañal y se había repartido (a partes iguales, eso sí) entre su pelele de plumeti (para qué demonios se lo puse!!) y el resto de mi cuerpo, incluido pantalón (con esto ya consiguió un estampado divino), camisa y brazo.

Saqué la artillería pesada (kilo y medio de toallitas) para paliar una situación que había llegado a límites insospechados (mejor no entro en más detalles). Y me acordé del body... Sí!! Ese que eché 'por si acaso'. Uf!! menos mal. Y con él puesto terminó el peque. Del fino plumeti de su bonito pelele, al algodón casi pasadillo de un body con más de cien lavados. Y yo... Qué queréis que os diga... Tapándome con el carrito toda la parte afectada antes de que me impidiesen la entrada al tren por... cochina. Desprendíamos puro glamour en el AVE.

Conclusiones... Que mejor no salir de casa sin una maleta que incluya ropa para el bebé y para mí (de locos). Y que hay que hacer caso a la sabiduría popular. En martes, ni te cases ni te embarques. Por cierto, os dejo ya. Tengo que buscar el sacaleches.

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