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Sobre este blog

Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada. 

Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta. 

¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.

La perversidad anónima de las redes

Imagen que acompaña al post.

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La utilización de los seudónimos no es nueva. La historia está plagada de personajes que utilizaron un nombre ficticio para ocultar su verdadera identidad. Hubo una época en que el motivo era muy poco noble. Así fue para tantas mujeres que no tuvieron otra alternativa que usar un seudónimo masculino para poder hacer lo que querían cuando les estaba vedado sólo por ser mujer. 

Aprovecho para rendir homenaje, a toro pasado del 8 de marzo, a las grandes escritoras de la historia que para poder escribir tuvieron que ocultar su verdadera identidad, básicamente su género, detrás de seudónimos masculinos. Jane Eyre se publicó por un tal Currer Bell, cuando en realidad detrás estaba Charlotte Brontë. Sus hermanas tuvieron que hacer tres cuartos de lo mismo. ¡Y qué decirles de esa mujer tan fuerte como inspiradora que se llamaba Amantine Aurore Dupin y que firmaba como George Sand! O el aclamado escritor George Eliot que, en realidad, era Mary Anne Evans … y así tantas otras. 

Hoy en día los seudónimos tienen un campo de cultivo absolutamente perverso en la navegación por internet. Quienes para escribir en Twitter, publicar en Facebook o escribir comentarios en Google necesitan estar ocultos detrás de un nombre falso, créanme, lo que dicen es tan falso como ellos o, como mínimo, muy poco fiable. El seudónimo actual de los navegantes en la red es la guarida de los lobos, el instrumento de los mediocres, el cuchillo de los insatisfechos, la careta de los infames para convertirse en inalcanzables cuando mienten y difaman. 

En esas redes sociales que usamos más de la mitad de la población mundial pululan peligrosamente ejércitos de cobardes que con los nombres más absurdos como “khalifa team” “mojino escocio” “fenix 2.0” “Manolito” “conejo loco” o “tecagaslorito”, por poner algún ejemplo, se atreven a opinar, criticar, censurar e incluso insultar a otros como no serían capaces de hacerlo con nombre propio y apellido.

¿La libertad de expresión es mentir tras una careta? ¿Es de recibo jugar con la vida personal y profesional de los demás con falaces afirmaciones desde el anonimato? ¿Hay que dejar pasar, por ejemplo, que a un restaurante de prestigio, un envidioso que no ha ido jamás a comer, le coloque en Google una pésima nota diciendo que cuando fue se encontró pelos en la sopa? ¿Es justo que los mediocres puedan injuriar ocultos y agazapados detrás de un seudónimo? ¿Se puede ir contra el anónimo chantajista que le da al clic de la mentira, causando un daño irreparable? En mi opinión, se puede y se debe, o un día todo será mentira. 

Las mujeres gozamos de gran imaginación. Para todo. La supervivencia tiene eso. Nadie pudo imaginar que un monstruo terrorífico como Frankenstein saliera de la mente de una mujer… pero así fue. 

¡Viva Mary Shelley! … y la verdad. 

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Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada. 

Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta. 

¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.

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