En los tiempos que corren dedicarse a vender libros es una hazaña impagable. Sí, libros de papel, de esos que se tocan y se huelen y sobre los que le puedes preguntar tus dudas a los valientes que te atienden detrás del mostrador.
Córdoba es una ciudad que disfruta de poca salud si de comercio auténtico hablamos. Y me refiero a ese comercio que no es franquicia, que lleva años y hasta décadas abierto, que es especial, artesano o, cuanto menos, diferente y en el que te atienden personas a las que les importa lo que buscas.
Ahora atravesamos un momento en el que esa salud es horrorosa incluso para las tiendas de gigantes que fueron, precisamente, las que les dieron la puntilla a muchas de las tiendas tradicionales. Y ahora, cuando aún no me recupero del shock del cierre de tiendas como Zara Home o Massimo Dutti, salta la última noticia. El cierre de Oysho, no solo sin reubicación, sino sin recolocación de todas las empleadas. A la calle sin más.
Mucho está cambiando el mercado y los parámetros de ciertas empresas y muy poco nos quejamos institucionalmente de un panorama tan desolador. Digo yo que algunas gestiones cabría hacer porque la pérdida no es solo de empleos, sino de oferta para los ciudadanos y de imagen de “comercio de ciudad ”. Esta firma gallega, que fabrica en Turquía, con 540 tiendas en 40 países, cierra en Córdoba. ¡Nos tocó!… y fin es fin. ¿Y nadie hace nada? Pues hala, a Almería, a Sevilla a Málaga o a Jaén a comprar los bodys del pilates señoras ¡Que somos las únicas que nos quedamos sin ellos!
Menos mal que todavía nos quedan librerías en una ciudad que albergó un día la biblioteca de Al-Hakam II. De aquellos polvos aún estos rescoldos. ¡Y que ricos rescoldos! Respiro hondo. Gracias, muchas gracias a los que con valentía lo estáis haciendo posible. El Laberinto, Librería Luque, La Casa del Libro, La Luna, La Inaudita, Anuba, Maribel, El Reino de Agartha, La Almagra, o nuestra Republica de las Letras y son solo algunas. Perdonadme el resto. Todos sois ejemplo de resistencia literaria impagable.
No recuerdo una Navidad, como dice mi amiga Bea Baldasano, otra valiente de cinco estrellas, sin libros nuevos. Sin que me los regalen, o sin que yo los elija cuidadosamente en estos templos de letras como regalo para mis seres queridos. Los Reyes Magos de oriente siempre fueron muy leídos en casa, así que, junto a la Nintendo, la bicicleta, el pijama de osos, o el juego de hacer potingues, siempre y, repito, siempre, hubo libros.
Los libros son ventanas al mundo, amigos fieles, tesoros por descubrir. Un libro es el único objeto que tiene algo de verdad que contarte y con lo que tú puedes aprender. Los libros te hacen soñar, vivir otras historias, reír a carcajadas, o llorar con profunda tristeza. Te descubren lugares desconocidos a los que tal vez nunca puedas viajar, o te muestran de otra manera los que has visitado. Los libros educan, consuelan, enseñan, divierten y, a veces, hasta puede que te salven de tus demonios.
No lo duden. Esta Navidad dejen de lado las luces y los fuegos fatuos y adéntrense a cualquiera de nuestras librerías. Abran la puerta, respiren, huelan y, si no saben qué libro comprar, pregunten a los que están allí. Háblenle de ustedes, del niño o la niña que llevan dentro, o de esa persona o personita a la que va dirigido el libro y ellos le encontrarán el libro justo.
Regalen libros esta navidad y hagamos posible entre todos mantener el espíritu de una ciudad que un día fue la reina del mundo y albergó una de las bibliotecas más grandes e importantes de Occidente. Entre todos, libro a libro, podemos.
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