En Just Mercy, en versión española Cuestión de Justicia, escuché la otra noche una poderosa frase que ilumina la estremecedora historia real que narra la película: “La desesperanza es enemiga de la justicia”.
Se me clavó en el corazón como una daga invisible, pero real, porque de algún modo me reconocí y, una vez más, me reconcilié con lo que hago cada día. Si no tienes esperanza, dedícate a otra cosa distinta que a demandar justicia. Esto les explico a los que vienen detrás y, también, que las lágrimas a veces son el único consuelo.
Y es que, en cuestión de justicia, tirar la toalla no es la opción que un abogado debe plantearse. Nunca. Cambiar el mundo es posible, aunque sea desde el microespacio que está a nuestro alcance, desde la convicción de estar haciendo lo que la ley te permite y el corazón te dicta. Y cuando lo haces, es pura magia.
Hace unos días se ha jubilado uno de los Magistrados con mayúsculas de la Audiencia Provincial de Córdoba. Una pérdida irreparable para mí. Y lo digo abiertamente ahora que nadie me tachará de aduladora interesada. Siempre encontré en él la palabra justa y confieso que alguna vez le lloré con auténtica desesperanza; la mirada humana que un juez debe tener y la entrega que los que demandamos justicia por y para otros necesitamos -repito, necesitamos- de quien, al final del túnel del proceso, tiene la última palabra. Esa palabra en forma de sentencia que, al fin y a la postre, cambia la vida de las personas desde lo más insignificante, hasta la pérdida de lo más sagrado, la libertad.
José María Magaña se ha jubilado y lo ha hecho rodeado del respeto y el afecto de todos. Sin excepción. Cuando un hombre que ha impartido justicia durante más de cuatro décadas confiesa que “los jueces somos técnicos, pero no podemos perder el humanismo de acercarnos a las personas con humildad y desde la prudencia” y, además, eres ejemplo de ello, tienes que recibir el reconocimiento que él recibió la pasada noche en la maravillosa terraza del Eurostars Palace.
En mis horas de desaliento, cuando solo me consuela saber que aún tengo otra oportunidad en segunda instancia, no quiero perder la esperanza de saber que hay hombres y mujeres que, como tú, aplican la ley desde la humanidad, la entrega y la humildad. Si tú no vuelves, como diría mi renacido Bosé, una pizca importante de esa esperanza se me fue para siempre. “Si tú no vuelves” no quedarán más que desiertos. Los desiertos de esta nueva justicia que parece que se avecinan, en los que yo aún tengo que caminar tapiada al fondo de algún recuerdo y manteniendo la esperanza intacta para poder seguir creyendo.
Lo haré porque es lo único que sé hacer y es la profesión que siempre te permite mejorar de algún modo la vida de las personas. Y, si no es posible, darles al menos la esperanza de intentarlo. En este trabajo he aprendido, como tú, que todos valemos mucho más de lo peor que hayamos hecho.
Magaña, ya te echamos de menos.
Soy cordobesa, del barrio de Ciudad Jardín y ciudadana del mundo, los ochenta fueron mi momento; hiperactiva y poliédrica, nieta, hija, hermana, madre y compañera de destino y desde que recuerdo soy y me siento Abogada.
Pipí Calzaslargas me enseñó que también nosotras podíamos ser libres, dueñas de nuestro destino, no estar sometidas y defender a los más débiles. Llevo muchos años demandando justicia y utilizando mi voz para elevar las palabras de otros. Palabras de reivindicación, de queja, de demanda o de contestación, palabras de súplica o allanamiento, y hasta palabras de amor o desamor. Ahora y aquí seré la única dueña de las palabras que les ofrezco en este azafate, la bandeja que tanto me recuerda a mi abuela y en la que espero servirles lo que mi retina femenina enfoque sobre el pasado, el presente y el futuro de una ciudad tan singular como esta.
¿ Mi vida ? … Carpe diem amigos, que antes de lo deseable, anochecerá.
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