'Run to hell'
Alerta: Misiles (Twilight last gleaming, Robert Aldrich, 1977)
Carga maldita (Sorcerer, William Friedkin, 1977)
Miracle mile (Steve De Jarnatt, 1988)
Un primer acercamiento a estos tres títulos, y más allá de que dos de ellos fueran producidos en 1977, podría hacernos pensar que solamente el capricho de quien esto escribe los ha terminado juntando. Los connoisseurs, en cambio, podrían aventurarse a apuntar que dos de ellos tienen música de Tangerine Dream, y que otros dos tocan el tema de un inminente apocalipsis nuclear como carta de defunción de una humanidad que vive desde hace tiempo de prestado.
En mi diario de navegación figuran en cambio otras razones menos evidentes y tal vez más accidentales, pero no por ello menos razonadas, de tan peregrino encuentro:
Alerta: Misiles es, además de una lección sobre cómo usar la split-screen, un Aldrich de coproducción europea y factura ruda (especialmente para aquellos que aún confunden dirección con valores de producción y lustre fotográfico), que hasta hace muy poco sólo había podido ver, como la mayoría de la gente que la había entrevisto hasta su reciente restauración, en la copia mutilada a la que faltaban cerca de cincuenta minutos. No por casualidad, los cincuenta minutos de cortes no fueron hechos para aligerar metraje, sino para retirar convenientemente la lectura y comentario de un ficticio documento gubernamental que exponía con crudeza los verdaderos intereses norteamericanos en la guerra de Vietnam. Salvo el afortunado que la hubiera visto en el año de su estreno en los pocos países -desde luego no el nuestro- donde se estrenó la versión íntegra, todos los que la conocían a través de sus pases televisivos o en DVD se quedaban con las ganas de saber qué demonios contenía el documento al que no paraban de referirse durante toda la película. Ahora, gracias a la restauración de Bavaria Films y a la edición en Blu-Ray por parte de Olive, por fin podíamos enterarnos de porqué el general renegado que encarnaba Burt Lancaster estaba dispuesto a desatar un holocausto nuclear si el presidente de los Estados Unidos no aceptaba leer en televisión al pueblo norteamericano el citado memorándum.
Carga maldita, remake de El Salario del miedo (Le salaire de la peur, Henri-Georges Clouzot, 1952), es la película que mandó al limbo a William Friedkin tras sus dos sucesivos grandes éxitos: The French Connection (1971) y El Exorcista (The Exorcist, 1973); limbo del que sólo acabaría saliendo treinta y tantos años después cuando dejó de recibir regalitos envenenados (Jade, Rules of engagement, etc.), vía Paramount, de su pareja por aquel entonces -ejecutiva de la major-, y logró reinventarse en Bug (2006) y Killer Joe (2011). De producción accidentada y caótica -lo cual en este caso es un eufemismo- Carga maldita, tras pasar por su purgatorio de copias infames y con el formato no respetado, por fin puede ya disfrutarse en una restauración y edición en Blu-Ray que le hace justicia, tanto a ella como a su autor.
Miracle mile es uno de esos títulos que a pesar de que lo conocía por referencias, y tenía curiosidad por ver, nunca se me había cruzado en el camino; desde luego nunca antes de que se abriera la veda en Internet para cazar todas aquellas películas durante tantos años deseadas; y a partir de entonces la había recordado alguna vez que otra pero no había puesto demasiado énfasis en buscarla. Volví a toparme con ella gracias a una divertida charla con Alfonso Crespo en la que coincidimos en manifestar el poco interés que nos despertaban la mayoría de esas listas anuales que se publican con la llegada del año nuevo. De lo nada que coincidíamos con muchos y lo mucho que coincidíamos con muy pocos, salió la mención de Alfonso a una lista interesante -de alguien que no citaré- de la que lo no conocido (por ejemplo esta Miracle mile) prometía, a tenor de lo conocido que el mencionado crítico anónimo incluía entre lo mejor que había visto ese año, fuera o no producido en 2013, como es el caso.
Miracle mile, y esto me lo advirtió el amigo Crespo, tenía una factura que podía recordar a un Zemeckis ochentero (igual que Alerta: Misiles, ojeada muy superficialmente, tiene un acabado que puede hacernos pensar en un George Pan Cosmatos o a un Ted Kotcheff cortos de presupuesto), pero lo que había dentro iba descaradamente, como también en el caso Aldrich, en otra dirección.
No sé muy bien cuál sería mi director favorito de la generación de la violencia si solamente pudiera escoger uno (con el que más me disgusta lo tendría fácil: Richard Brooks), pero desde luego Aldrich estaría entre ellos. Alerta: Misiles, como muchos otros Aldrich, está hecha a machetazos; para bien (Kiss me deadly, Attack!, The Dirty dozen, Flight of the Phoenix, etc.) y para mal (The Longest yard, The Choirboys, etc.), ese es el estilo de un Aldrich que cuando arremete contra algo es un verdadero pit bull que no suelta a su presa ni a tiros, y que jamás elude el choque, la confrontación con su adversario. El Aldrich granguiñolesco (aquí hay momentos de esos, absolutamente gloriosos) emociona por sus audacias y decisiones que están en las antípodas de esos aseados funcionarios del cine que miden al milímetro cada paso que dan en su carrera, cada tema que eligen, cada proyecto en el que se embarcan. Aldrich, por el contrario, era un loco maravilloso [sólo alguien como él podía despedirse con una película como Chicas con gancho (... All the Marbles, 1981)], aquí se zambulle en una coproducción con Alemania para rodar el mejor filme norteamericano de política ficción desde Siete días de mayo (Seven days in may, John Frankenheimer, 1964); con un imposible casting, y no es una comedia, all stars que sin embargo funciona: Charles Durning haciendo de presidente de los Estados Unidos; Burt Lancaster, que parece retomar su magistral creación de La venganza de Ulzana (Ulzana's raid, 1972), como general rebelde que asalta el silo de misiles escoltado por tres ex presidiarios encarnados por Paul Winfield, Falconetti (o sea William Smith) y el cuñado de Rocky Balboa, Burt Young; Richard Widmark como general/rata leal al presidente y al servicio de oscuros poderes; y Melvyn Douglas, Joseph Cotten y el actor que hacía de Blacula, William Marshall, entre otros, como asesores del presidente. ¿Alguien da más?
Carga maldita es también una carrera al infierno [y anticipaba en cierto sentido sublimes desastres posteriores como el de La puerta del cielo (Heaven's gate, Michael Cimino, 1980)], haraquiri de un cineasta lo suficientemente desmadrado como para suicidarse artísticamente en la cima de su carrera y casi arrastrar con él a la Paramount y a la Universal; lo cual no deja de tener su mérito, aunque sólo sea como supremo gesto estético. Carga maldita dice mucho, para bien, de un Friedkin (del que se ha aireado mucho su fama de tirano despiadado) que hace de su película la crónica convulsa y febril de un rodaje asaltado por tifones, huracanes y demás desastres naturales y humanos, que son incorporados al propio metraje. Vista hoy, aún sigue estremeciendo el paso de los camiones por aquel puente colgante; sin CGI uno se pregunta cómo demonios pudieron filmar aquello, aparte de jugándose la vida, se entiende. Desinteresados del argumento (no cambia, salvo al final, sustancialmente respecto a la película de Clouzot), lo que nos embelesa del filme de Friedkin es su rodaje, su obstinación, su resistencia, su desafío al infortunio, a una naturaleza despiadada. Estaba tentado de escribir que, como Cimino, la ausencia de Friedkin dejó una importante huella en el cine americano, pero enseguida he comprendido que ni uno ni otro hubieran tenido cabida en el cine que Estados Unidos produjo en la década de los ochenta.
Miracle mile comparte con las anteriores el gusto por abismarse, por lanzarse de cabeza a la vorágine sin redes de seguridad ni falsas coartadas; es también, como las otras, un buen modelo para comprender esa cualidad tonal, esa modulación estilística que un verdadero director acaba infundiendo a su obra, más allá de que su acabado pueda parecer superficialmente tosco, corto de presupuesto o incluso imperfecto. Miracle mile, que podría parecer, en un primer vistazo, una versión globalmente apocalíptica de Jo, ¡qué noche! (After hours, Martin Scorsese, 1985), deleita por su capacidad para ir sorprendiendo en cada secuencia y no tirar casi nunca por el camino fácil. Empezar con una comedia romántica de chico conoce chica, y terminar con una explosión nuclear que acaba con la vida en el planeta en escasos 87 minutos, que casi se corresponden con el tiempo cinematográfico en el que transcurre la cinta, tiene su mérito, hacerlo, además, con Anthony Edwards y Mare Winningham de protagonistas es casi un milagro. Todo arranca cuando Edwards se queda dormido (la razón por la que se queda dormido es un puntazo que más vale no revelar, y que va a tono con el espíritu de la cinta) y acude con varias horas de retraso a la cita con la chica que acababa de conocer esa mañana en el museo arqueológico. Para ser exactos, llega de madrugada a un diner de L.A. donde sólo quedan algunos parroquianos que trabajan y viven en la noche. Cuando se dispone a llamar a la muchacha para disculparse, se produce un cruce de líneas en la cabina telefónica y escucha la conversación de un soldado que, estando de guardia en un silo de misiles, intenta hablar con su padre para despedirse; según éste, acaban de lanzar ojivas nucleares contra la URSS y las de ellos alcanzarán los Estados Unidos dentro de una hora y pocos minutos. El protagonista, primera de las disyuntivas morales, tendrá que decidir en ese momento entre huir y ponerse a salvo o compartir con los clientes del local lo que acaba de escuchar, exponiéndose a la incredulidad del personal. La película de De Jarnatt, y de ahí en adelante lo volverá a hacer varias veces más, no dejará de sorprender al espectador eligiendo siempre lo menos obvio.
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