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Tiempo de cerezas y claveles

Antonio Manuel Rodríguez

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Las lluvias del invierno destrozaron los nichos más antiguos del cementerio. Confío que todavía municipal. Con buen criterio, se construirá un osario común para ubicar los restos de quienes no reclamen la propiedad de las bovedillas. En una de ellas reposan nueve antepasados míos. Yo no lo sabía. Fueron mi madre y mi tía Rosa las que hablaron conmigo para que nuestra memoria no se disperse como un disparo con postas. Mi tía conserva los justificantes del pago. Amarillos. Arrugados. Vivos. Y entre ellos, una foto de mi familia materna. Amarilla. Arrugada. Viva. Posan delante de la fachada minúscula de una casa de labor. En mitad del campo. De la nada. Y una silla vacía. El único mueble del hogar. Era para mi abuela. Una pared de sacos partía la casa en dos mitades: en una dormían las bestias animales; en la otra, las bestias humanas. Mis abuelos sobre un colchón de muelles; el resto, mi madre y sus siete hermanos, en unos serones de esparto. No había espacio para más. Ni cocina. Ni baño. Ni más habitación que la tierra alicatada con surcos y el techo con azulejos de cielo raso. Aún así, mi abuela encalaba la fachada y la adornaba con macetas de claveles. Como gesto de dignidad inmemorial y de elegante rebeldía.

Mi madre tenía la edad que ahora tiene mi hija. La diferencia es que mi madre se sentaba en las piedras y mi hija puede elegir entre el sofá, el sillón, las sillas, el váter, las escaleras o el suelo. No quiero frivolizar. Hasta hace unos años era  incomparable la situación de aquellos jornaleros andaluces de posguerra con la de nuestro millón de parados que (mal)viven del subsidio, de la solidaridad familiar, de la caridad privada, de jornales sueltos o del estraperlo contemporáneo. Hoy, no. Aún así, quiero llamar la atención sobre la hipertrofia mental que ha enfermado nuestra visión de las cosas.

Era irreal aquella economía autárquica y miserable de entonces que no otorgaba valor alguno a la propiedad inmobiliaria y al rendimiento del trabajo. Muchos de aquellos jornaleros que se dejaban el pellejo de sol a sol vivían en chozos. Pero otros habitaban casas de tres piezas con patio, huerto y corral. Y a pesar de ello, tuvieron que emigrar y abandonar sus hogares para llevarse un mendrugo de pan a la boca. Medio siglo después, también era irreal que el niñato de la obra se comprase con la primera nómina el mismo cochazo que el promotor y un piso. El dinero que antes y ahora no existía, en un caso mataba de hambre y en otro de colesterol. Esa era la verdad. Hoy volvemos a emigrar y a vivir en la calle. Como si el tiempo se hubiera detenido.

A la vez, mientras se desploma el Estado del Bienestar, se abre una brecha ideológica que revela la peligrosa derechización de otra gran parte de la sociedad que delegó su soberanía a cambio de consumismo. Lo percibo en las aulas. En una peligrosa sustitución de élites donde apenas tienen cabida los hijos y las hijas de los más humildes. Por eso es tiempo de cerezas. Una de las más hermosas canciones revolucionarias de la historia escrita en 1866 y dedicada a una enfermera asesinada por la policía en la mañana del último día de la Comuna de París. La canción recuerda que  la época de las cerezas es efímera, como las revoluciones,  pero que siempre habrá un tiempo de cerezas como habrá quien luche siempre contra el estado de masas que siembran los dictaduras de hecho o de derecho. Años más tarde, tal día como hoy, la volvieron a cantar en Portugal durante la revolución de los claveles. Otra flor efímera que viste de vida los nichos y las cruces de mayo. Andalucía es eso. Tiempo de cerezas y claveles.

Por eso es necesario que la misma Andalucía que reclamó el máximo nivel de autogobierno no caiga ahora en la demagogia de quienes reivindican la abolición de las autonomías. La misma Andalucía que emigró y emigra a otras tierras no caiga en la trampa del racismo y la xenofobia. La misma Andalucía que protagonizó las revoluciones no puede tolerar que uno de cada cuatro andaluces esté parado, o que uno de cada diez sobreviva por debajo del umbral de pobreza. Todo lo contrario. Hoy, igual que siempre, debemos apelar a nuestra memoria de pueblo culto y resiliente para que esta lluvia reaccionaria no destruya el sustrato humanista que fabricaron nuestros antepasados. Nuestro nicho en propiedad. Adornado de cerezas y claveles.

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