Yo acuso (en memoria de Alberto Almansa)
Intelectual y compromiso son vena y sangre. El problema es que hay sangre en bolsas y venas por las que parece correr lejía. El término “intellectuel” se utilizó por primera vez para designar a quienes exigieron la revisión del proceso Dreyfus, a raíz del famoso artículo de Émile Zola “J´acusse”. Durante el siglo XX, los intelectuales manifestaron su compromiso político contra el fascismo, la descolonización, defendiendo las minorías, el ecologismo, el feminismo… Hoy, salvo contadas y malditas excepciones, se llama intelectual a quien no asume más compromiso que opinar periódicamente siguiendo la línea del medio que le permite alimentar su ego o su estómago. Muchos podrían caminar horas bajo una tormenta sin paraguas y sin mojarse. Su misión se limita a criticar al opuesto. Jamás muerden la mano que les da de comer. Y hacen bien. Les irá fenomenal en la vida. Pero no son intelectuales.
Córdoba ha demostrado una carencia endémica de intelectuales en las últimas décadas. Muchos de los que se autodenominan así han ejercido y ejercen de cortesanos versallescos del poder que parasitan. O han limitado su actividad creativa a una diletancia que respeto (y en algunos casos admiro), pero que no puede calificarse por definición intelectual. Demasiados han callado sospechosamente sobre los temas de trascendencia social e histórica que algún día se revisarán en las hemerotecas, desde la ocupación del Rey Heredia a la Mezquita, como si hubieran estado ausentes de la ciudad donde viven durante todo este tiempo. Quizá sea la palabra “ausencia” la que mejor los defina: deriva de los términos “ab sentire” y significa “no sentir”. Indolencia.
Todo lo contrario que Alberto Almansa. Nos duele su ausencia porque a él sí que le dolía y no callaba ante la injusticia, no importa el bando que la causara. Siempre militó en la trinchera de los débiles para convencerlos de su fortaleza. Y siempre lo hizo desde una paradójica retaguardia en la vanguardia. En primera línea detrás de la cámara o del micrófono. Como un “nadie” más, en palabras de su admirado Eduardo Galeano, con el que ahora comparte barricada en la memoria.
Alberto Almansa fue un intelectual con mayúsculas. Y su voz grave y comprometida ha marcado para siempre a una legión de periodistas cordobeses que también ejercen la máxima de Émile Zola: “Yo acuso. Es mi deber, no quiero ser cómplice”. Es de justicia reconocer a estos profesionales de la comunicación que sí han sabido estar a la altura de su tiempo. Que conjugan nuestro alrededor con una mirada social, crítica y molesta para quienes no admiten más verdad que la propia. Me emociona leer y escuchar a estos intelectuales del periodismo que colocan en portada las causas justas por encima de las directrices del mercado o del poder (político, económico o eclesiástico, para el caso es lo mismo). Hace un año que murió Alberto Almansa para vivir en la pluma, en la cámara y en la garganta de quienes no lo olvidarán nunca. A ellos y ellas, muchas gracias por sentir.
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