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¿Y si la gente joven alzamos la voz?

José Manuel Gómez Jurado.

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Les escribo desde Puente Genil, en la Campiña Sur, en Córdoba. Es uno de esos lugares donde todos los días parecen el mismo, donde el tiempo transcurre distinto, más lento, aunque solo aparentemente, porque cuando quieres darte cuenta ha pasado una semana, y otra, y otra... No sé si habrán visto la peli «Los lunes al sol». Pues eso.

También les escribo desde un barrio, de esos que salen en las canciones de trap o rap, en algunos documentales, películas o series, pero que algunos de los que están leyendo no habrán pisado. Quienes sí lo hayan hecho entenderán perfectamente lo que les voy a contar.

Aquí poca gente se ha enterado de que el día 19 de junio son las Elecciones autonómicas en Andalucía, aunque tampoco es que les interese mucho que estemos prácticamente en campaña. Probablemente pocos irán a algún mitin y, aunque muchas y muchos votarán, lo harán con las tripas, o por herencia, que es como se vota.

Hoy salí por la mañana a ver a mi amigo que está en paro desde hace unos meses. Era fijo discontinuo en su empresa: ya saben, lo contratan un tiempo y lo dejan parado para no tener que hacerle un contrato indefinido. Por eso le ponen ese nombre, fijo discontinuo, así queda más bonito, pero para mi amigo es lo mismo; no tiene estabilidad y pronto va a cumplir los 30 sin saber dónde estará al año siguiente. Pero el nombre es chulo.

Bajando las escaleras de mi bloque subía mi madre, que se paró a hablar con la vecina de abajo sobre esto y aquello, como siempre. Esta vez tocó la cita del médico. El hijo de mi vecina tiene ansiedad desde hace tiempo, y problemas de trastorno alimentario que están derivando en obesidad. Ha intentado pedir cita psicológica por la sanidad pública, la mujer del mostrador le ha dicho que mejor lleve a su hijo a una psicóloga privada, porque la lista de espera es de más de tres meses. Estaba desesperada, pero la respuesta final de las dos ha sido «bueno hija, es lo que hay».

Al salir por el portal me he topado con dos de mis amigos de la infancia. Ambos consumen drogas, ni muchas ni pocas, las justas para pasar los días. Forman parte de eso que las instituciones y la prensa definirían como fracaso escolarFracaso, qué porquería de palabra, he pensado siempre. Ellos bromean con eso; cuando hablamos del tema laboral me dicen con sorna: «Qué trabajo vamos a tener, hermano, si tenemos menos papeles que una liebre. Pues lo que va saliendo.»

Llegando a casa de mi amigo me he encontrado a mis primas y a mi hermana. Las primeras tienen una carrera, un máster y están opositando, ambas por segunda vez; mi hermana tiene un grado de FP superior. Las tres trabajan en hostelería. Es jodida la precariedad. Es difícil asumir que has hecho todo lo que el sistema te pedía, estudiar, formarte y que, aún así, estés en un trabajo en el que cobras menos de 7 euros la hora y, en algún caso, sin estar de alta en la Seguridad Social. Además, con el condicionante de género: ser mujer y joven en Andalucía es casi sinónimo de todo esto. Tanto mi hermana como una de mis primas van a terapia psicológica.

Me cuentan que la mayoría de sus amigas y compañeras de carrera están igual, salvo algunas, sobre todo la hija del jefe de su padre, que no era la más brillante, ni de lejos, en los estudios, ni en otras cosas, pero sí ha podido ser de esas ‘emprendedoras’ y montar su propio negocio.  No hay nada que una buena ayuda de los padres para emprender y triunfar.

Llego a casa de mi amigo, empezamos a ponernos al día y comentamos la situación de todos. Hablamos en el mismo orden. Primero de su situación laboral: cuatro de ellos se han marchado al extranjero; primero, para estar unos meses y ahorrar dinero, pero finalmente se han quedado de forma indefinida, fuera de su tierra, lejos de su gente. Quienes se han quedado aquí lo tienen jodido: todas y todos tienen algún tipo de formación, pero no tienen un trabajo estable. Tienen contratos temporales que celebramos a través de nuestro grupo de Whatsapp como si de la victoria de nuestro equipo se tratase.

En segundo lugar, hablamos de la situación personal de cada uno y de la nuestra misma. «Estamos hechos polvo» bromeamos. Claramente nos encontramos al borde de una depresión. La incapacidad de emanciparnos, de conseguir estabilidad, está consumiéndonos por completo.

Este es el drama de nuestra juventud. Aunque, bueno, «juventud» no es más que un concepto que define a un grupo social desde la perspectiva generacional, pero ni yo ni mi gente tenemos nada que ver con Victoria Federica, que también es joven. Hablo de la juventud de las clases populares, y para la juventud de las clases populares.

Juan Manuel Moreno Bonilla, el hasta ahora presidente del Gobierno andaluz, ha salido hablando del éxito que ha supuesto su gobierno en materia laboral. Aporta datos y estadísticas que nada tienen que ver con lo que ocurre en la realidad diaria de la juventud andaluza. El castigo que sufrimos en forma de precariedad y de destrozo de nuestras aspiraciones vitales no cabe en estadísticas hechas a encargo por un gobierno que ha dejado escapar cientos de miles de millones de los fondos europeos por ineptitud, en el mejor de los casos.

En esta campaña, en que se hablará mucho de empleo, de cifras y de datos, de juventud, pido que hablemos nosotras y nosotros, que demos un paso adelante, que hablemos de nuestra educación, nuestra salud mental y de nuestro futuro. Que se hable de esta «generación de cristal» que ha aguantado ya dos crisis y, ahora, una guerra. Porque la salud mental no tiene que ver de manera exclusiva con el trabajo, pero tener las necesidades materiales cubiertas y una cierta perspectiva sobre lo que puede ser de nosotras en el futuro alejaría a muchos de los fantasmas que hoy nos machacan.

*José Manuel G. Jurado

Candidato de Por Andalucía en Córdoba

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