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Manuel Varo, un hombre bueno, un luchador incansable
Villarrubia despide hoy a uno de sus grandes referentes sociales y humanos: Manuel Varo, un hombre comprometido, incansable y profundamente querido por su barrio. Se va alguien que estuvo siempre ahí, al lado de la gente, sin importar el día, el cansancio o la causa.
Varo era de esos que no sabían quedarse quietos cuando algo injusto pasaba. Lo vimos en cada feria, en cada actividad vecinal, en cada manifestación, siempre participando, organizando, alentando, con la misma energía que lo caracterizaba. Hasta el último momento mantuvo esa fuerza interior que lo hacía único: el jueves mismo, sin apenas fuerzas, estuvo presente en la manifestación en defensa de Palestina. Así era él: coherente hasta el final, defensor de la justicia y de la dignidad de todas las personas.
Han sido muchos los años compartidos junto a él en la asociación de vecinos, en el consejo de distrito y en tantas luchas por mejorar la vida de Villarrubia. Y sí, también hubo discusiones —porque con Varo se discutía—, pero siempre desde el afecto y desde la pasión por cambiar las cosas.
Hoy, justo cuando el proyecto de la Cañada Real Soriana, al que tanto esfuerzo y esperanza dedicó, está a punto de hacerse realidad, nos deja. Pero deja tras de sí un legado inmenso, un ejemplo de compromiso, coherencia y amor por su gente.
De Varo aprendimos todos. Quienes lo conocimos sabemos que sus valores trascendían lo religioso. Enseñaba desde la vida, desde la experiencia, desde su forma de estar con los demás. Dejó huella en generaciones enteras a través de la JOC (Juventud Obrera Cristiana) y de su implicación constante con cada causa justa que tocaba el corazón del barrio.
En su despacho, colgaba un cuadro con una cita que lo definía mejor que cualquier palabra. Era el texto de Martin Niemöller. Decía:
“Primero vinieron por los comunistas, y no dije nada, porque yo no era comunista…
Luego vinieron por los sindicalistas, y no dije nada, porque yo no era sindicalista…
Luego vinieron por los judíos, y no dije nada, porque yo no era judío…
Luego vinieron por mí, y no quedó nadie para hablar por mí.“
Esa frase era él. Un recordatorio diario de que callar ante la injusticia también es una forma de complicidad. Y Varo nunca, jamás, se calló.
Hoy Villarrubia se queda sin su párroco, sin su guía y sin una gran persona.
Yo me quedo sin un amigo.
Pero su ejemplo, sus palabras y su forma de entender la vida seguirán acompañándonos cada día, recordándonos que la verdadera fe está en los actos, en la solidaridad y en la lucha por un mundo más justo.
Y ojalá —porque el cariño de un barrio también se escribe en sus calles— que algún día la vía junto a su iglesia y a la Plaza de la Unión lleve su nombre:
Calle Párroco Manolo Varo.
Sería el homenaje más justo para quien tanto dio y tanto amó a Villarrubia.
Gracias por tanto, Varo.
Por tu generosidad, por tu ternura, por tu coraje.
Descansa en paz, compañero y amigo.
Tu barrio te recordará siempre.
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