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La juventud marroquí atrapada en el túnel de la desesperación
Las manifestaciones masivas que sacuden Marruecos desde hace días han despertado un interés particular en España. No es sólo una cuestión de vecindad geográfica o de vínculos históricos: en el territorio español viven cerca de un millón de ciudadanos marroquíes, y lo que ocurre al otro lado del Estrecho tiene repercusiones sociales, económicas y políticas inmediatas. La prensa española ha seguido con atención estas protestas, protagonizadas por jóvenes que denuncian la corrupción y las desigualdades en el acceso a la sanidad, a la educación o a un empleo digno. Pero más allá del relato periodístico, la sociología puede aportar algunas claves para comprender el malestar social en Marruecos.
Un crecimiento que no se reparte
En apariencia, la situación económica marroquí ofrece motivos para el optimismo. El país ha mantenido un crecimiento estable del PIB en torno al 3% anual, ha mejorado sus infraestructuras (autopistas, tranvías, aeropuertos y un tren de alta velocidad pionero en África), y ha diversificado su economía con sectores como la automoción, el aeronáutico o las energías renovables. La esperanza de vida ha pasado de 67 a 75 años en tres décadas y el número de estudiantes universitarios se ha multiplicado por cuatro.
Sin embargo, la modernización, sin duda visible, no ha reducido la brecha social. El desempleo juvenil (un 47% en los jóvenes urbanos no escolarizados de 15-25 años, la ahora famosa generación Z) bate récords negativos; la tasa de empleo oficial femenino es extremadamente baja (21%); la renta media de los hogares ha caído desde 2019; y la capacidad de ahorro se encuentra en su nivel más bajo desde 2008. El índice de confianza de los hogares no ha superado el 50% desde que llegó el actual gobierno encabezado por Aziz Akhanouch, y la desigualdad, medida por el coeficiente de Gini, permanece estancada en torno al 40 desde hace tres décadas. El contraste entre la prosperidad macroeconómica y la precariedad de la vida cotidiana resume la paradoja del desarrollo marroquí: el país crece, pero no redistribuye la riqueza.
El “efecto túnel”
Este problema no es nuevo, ni específico de Marruecos. Es un problema bastante común a los países que viven procesos de desarrollo, pero en los que una minoría acapara las riquezas en detrimento de la mayoría. En 1973, el economista y sociólogo Albert O. Hirschman propuso el concepto “efecto túnel” para describir cómo las sociedades toleran temporalmente la desigualdad durante las etapas iniciales del desarrollo (Hirschman, A & Rothschild, M 1973, ‘The changing tolerance for income inequality in the course of economic development’, The Quarterly Journal of Economics, vol. 87, no. 4, pp. 544-566). En su célebre metáfora, los conductores atrapados en un túnel soportan el atasco cuando ven que el carril vecino comienza a moverse, pues creen que pronto les tocará avanzar. Pero si el tiempo pasa y su fila sigue inmóvil, la esperanza se transforma en rabia.
Durante los primeros años del reinado de Mohamed VI, la paciencia de la población explica la estabilidad marroquí. La población aceptaba las desigualdades bajo la promesa de un progreso compartido. Sin embargo, casi tres décadas después, la sensación de espera frustrada se ha convertido en el sentimiento dominante. Las expectativas de movilidad social se han desplomado y el “efecto túnel” muestra signos de agotamiento.
Marruecos ha vivido varios episodios que lo confirman: las contra la carestía de la vida en 2005-2008; el movimiento del 20 de febrero de 2011; el Hirak del Rif en 2016 y 2017, o las movilizaciones en diversas localidades del país estos últimos años. Todas ellas reflejan una misma secuencia: esperanza, espera, frustración y desesperación.
Desigualdad y desafección
Hirschman también observó que la tolerancia hacia la desigualdad se erosiona con mayor rapidez cuando los beneficiarios del crecimiento son grupos percibidos por el conjunto de la sociedad como ajenos a ella (por su clase, etnia o ideología). En Marruecos, las tensiones socioeconómicas en el Rif (2016-2017) han podido crecer también al percibirse la existencia de discriminación hacia la cultura y la lengua amaziges. Asimismo, las contradicciones del islamismo político del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) con su discurso moralizador contra la corrupción ha chocado con prácticas y privilegios que él mismo reproducía una vez en el gobierno, lo que contribuyó a su estrepitosa derrota electoral en 2021.
Pero el problema es más profundo. La economía marroquí sigue marcada por un modelo patrimonial y clientelar. La riqueza se concentra en las grandes fortunas, en las familias vinculadas a la monarquía y en la alta tecnocracia que dirige los grandes cuerpos del Estado, mientras a la mayoría de los asalariados les cuesta llegar a final de mes, cuando no malviven en la economía informal. El acceso a servicios básicos (sanidad, educación, justicia…) continúa condicionado por la renta (ante un sector público con muchas carencias y un sector privado inaccesible para la mayoría) o incluso por la corrupción cotidiana. En estas circunstancias, la promesa de progreso pierde toda credibilidad.
Más allá del simbolismo
El proyecto de construir un túnel bajo el Mediterráneo entre Marruecos y España, que reaparece periódicamente como emblema de modernidad y ambición, refleja bien esta paradoja. La obra simboliza el deseo de conectar el país con Europa, pero corre el riesgo de convertirse en la metáfora de un hundimiento: un túnel que avanza hacia fuera mientras muchos ciudadanos permanecen atrapados dentro.
Marruecos necesita algo más que megaproyectos para consolidar su desarrollo. Requiere reformas estructurales capaces de reducir las desigualdades en la acumulación y distribución de la riqueza, garantizar una protección social efectiva y restablecer la confianza en las instituciones representativas. En otras palabras, el país debe superar el capitalismo clientelar y el patrimonialismo estatal para avanzar hacia un modelo de Estado social sólido y responsable. La pregunta que surge entonces es la siguiente: ¿en qué medida es posible lograrlo sin una transformación en la representación política que haga al poder ejecutivo verdaderamente responsable ante los electores?
La juventud marroquí no reclama un túnel hacia Europa, sino una salida hacia la dignidad dentro de su propio país. Y mientras no se corrijan las causas profundas de la desigualdad, cualquier nueva promesa de modernidad, por ambiciosa que sea, no será más que otra ilusión de movimiento en un túnel que sigue atascado.
*Thierry Desrues
Instituto de Estudios Sociales Avanzados -Consejo Superior de Investigaciones Científicas (IESA-CSIC)
Córdoba, España.
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