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'Damnatio memoriae'

El exdirector titular de la Orquesta de Córdoba, Carlos Domínguez-Nieto

Manuel Pedregosa

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En las últimas semanas he asistido atónito -como tantos otros- a la sucesión de noticias sobre el incidente ocurrido durante un concierto didáctico de la Orquesta de Córdoba, informaciones que se han focalizado sobre su entonces director, Carlos Domínguez-Nieto. Ejecutado en tiempo récord y basado en un único relato aventado en redes sociales que ha alimentado a la prensa, el cese súbito de Domínguez-Nieto ha desmochado la temporada de abono en curso y ha desarbolado la próxima: la sensación de orfandad y de incertidumbre en la vida musical cordobesa es inevitable y muy preocupante.

Apoyándose en el relato de unos supuestos hechos escandalosos, el órgano rector de la formación cordobesa ha actuado con una celeridad y una contundencia tan sorprendentes como escasas en el ámbito político: otro gallo cantaría si el cesado, en vez de ser un hombre de la cultura, lo fuese de la política. Con este gesto de firmeza el órgano rector resuelve ejemplarmente, con la siempre deseada corrección política -poco antes de las elecciones- y sin erosión alguna. Hasta que aparece la otra versión de los hechos.

De nuevo sorpresa: no es que el Consejo Rector no se tomase la molestia de contrastar la versión “oficial” de los hechos con la de Domínguez-Nieto, es que le negó al exdirector la posibilidad de dar su versión en el seno de la institución a la que éste se debía, versión que no coincide con lo publicado, y los hechos ya no son tan indiscutibles y, por tanto, ni tan escandalosos ni tan punibles.

Contundencia sin equidad es violencia gratuita. La verdad es de naturaleza cualitativa y no cuantitativa, no es legítimo decantarse por una opción porque sean más numerosos los que la sostienen.

El anuncio de su cese días antes de la reunión del Consejo Rector -órgano presidido por el alcalde de Córdoba y participado al 50% por la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Córdoba-, que es el órgano competente para dictarlo, su negativa a escuchar al exdirector, la premura en la sustitución de Domínguez-Nieto en conciertos para los que estaba anunciado y en su eliminación de los programas antes de la comunicación de su cese me trae a la cabeza la locución latina Damnatio memoriae, que designa la “condena de la memoria”, práctica de borrado de personas públicas durante el Imperio Romano, que siempre ha levantado sospechas sobre quien la ejerce y no sobre quien la sufre.

¿Y el público? Hasta la fecha, nadie desde su orquesta ha dado la más mínima explicación del cese, del apresurado cambio de directores para los conciertos que restan de la temporada, de los cambios en los programas o del futuro de la orquesta. Al comentarle directamente al gerente de la orquesta, Daniel Broncano, la sensación de desamparo y la irritación de gran parte del público con el cese de Domínguez-Nieto y la necesidad de atender a quienes han demostrado fidelidad a la formación cordobesa, la respuesta apuntó a que ya trabajaban en esa dirección. Tinta de calamar. A pesar de todo, el desatendido público ha tenido dos ocasiones para hacerse escuchar y no las ha desaprovechado: las dos representaciones de Aida -producción ajena a la Orquesta de Córdoba, que con responsabilidad ante el compromiso adquirido se ha mantenido en cartel- con las que el madrileño se ha despedido de su público en el último fin de semana de abril. El lleno absoluto en ambas convocatorias, la ovación cerrada y prolongada y los gritos de “bravo” y “Carlos” a la llegada del director al foso y al saludar desde el escenario tras las funciones dejan claro el apoyo del público a quien aún se niegan a llamar “exdirector”.

La tormenta desatada en las redes sociales por músicos de la orquesta poco amigos del trabajo utilizando un incidente -cuya magnitud está por ver tras las declaraciones de Domínguez-Nieto- y utilizando a los docentes ha tenido su fruto: como afirma Javier Santos, melómano, profesor, pianista, crítico musical y librepensador, la decisión tomada es “desacertadísima para la cultura en general y nos convierte en un país bastante menos libre”.

Sólo me queda sugerir a quienes se apresuran a clamar por que rueden las cabezas o a hacerlas rodar que si no les asiste la templanza, al menos lo haga la memoria: recuerden a Robespierre.

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