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Cuento de Navidad en Zuheros
Nací, he vivido y me gustará morir en un pequeño pueblo, Zuheros. Es extraño en los tiempos líquidos que corren tener esta biografía aparentemente lineal. Sin embargo, está llena de decisiones individuales que a la vez son políticas. Pude nacer aquí porque mi madre y mi familia así lo quisieron. Pero todo fue más fácil gracias a la existencia de una partera y un médico rural que tanta compañía, seguridad y saber hacer nos ofrecieron durante tantos años, sin olvidar a un boticario.
Salí de aquí por unos años cuando la gran oleada migratoria de los pueblos españoles tuvo lugar en los años sesenta. Regresé al final de los setenta coincidiendo con un primer movimiento neorrural que inspiró a algunos miles de jóvenes urbanos a regresar al campo. Aumentó así la natalidad rural y algunos hijos de esa hornada han dado fe de ello: les invito a leer a Sabina Urraca, niña nacida de este repoblamiento.
Desde entonces he vivido aquí, observando el políticamente intencionado vaciamiento de este pueblo como de tantos otros en España. Cada vez que se cierra una escuela, una tienda, o se suprime una consulta médica, se está firmando el acta de defunción de un pueblo. Detrás de ello, como digo, hay decisiones y por tanto responsabilidades individuales, pero sobre todo políticas.
En estos días que la tradición celebra el nacimiento de un niño, déjenme pedirles su solidaridad con el cuidado de los viejos que viven en los pequeños pueblos como Zuheros, personas que desean morir en su casa. Para ello, la figura de los médicos y enfermeros rurales, tanto como el cuidado familiar y vecinal es básico, asegurar la pervivencia de estos factores es crítica para no enterrar también a los pueblos. No es asunto del número de habitantes ni de cualquiera otra ratio, es una simple cuestión de humanidad y justicia social. Si hay políticos que no saben orientar sus políticas con estos valores éticos, practiquen al menos la solidaridad compasiva, otro valor universal en desuso como bien recuerda el teólogo Juan José Tamayo.
No olvidaré la triste estampa que presencié el verano de 2023 durante varias noches seguidas en las que tuve que acudir con un familiar a las urgencias de un hospital cercano. A mitad de la madrugada, algunas abuelas, que podían ser las nuestras, de hecho, lo eran, esperaban como podían, desorientadas, cargadas de dolor y envueltas en soledad sobre las camillas para, después de una rápida atención, ser reenviadas a sus hogares, muchas veces residencias de ancianos, solas en una ambulancia con la única compañía del conductor que las invitaba a dar unos golpes en la chapa de la furgoneta si tenían algún problema, que él las escucharía.
No pude reprimir unas lágrimas y ganar la indignación necesaria para escribir ahora estas letras mientras recuerdo cómo hace décadas el preclaro pensador y comprometido militante de las causas rurales, el escritor John Berger, se refería a estos desplazamientos como verdadero transporte de ganado.
Entiéndanme bien, señores políticos, dejen en paz la sanidad de los pequeños pueblos, no toquen a los enfermeros y médicos rurales, al contrario, recuerden si tienen memoria que es en estos lugares donde esos como tantos otros oficios dignificaron el trabajo con la práctica de una vocación.
Señores políticos de la Junta de Andalucía, ni reduzcan ni eliminen lo que ustedes llaman “prestaciones sanitarias” ni en Zuheros ni en otros pueblos pequeños. En verdad, por justicia, no lo hagan en ninguna otra parte. La educación y la sanidad públicas, junto a nuestras decisiones personales y políticas nos hacen humanos, nos mantienen vivos. Con esperanza, ¡Feliz Navidad!
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