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Arqueología de “alcalde Julio Anguita”

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Antonio Monterroso

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Los honores a un summus vir, nuevo símbolo de Córdoba.

En una de las próximas sesiones en Capitulares, algún concejal, decurión de nuestra colonia, tomará la palabra en la curia municipal y presentará la moción formal para honrar a un gran ciudadano. El consejo capitular se reuniría para debatir la moción y el magistrado convocante desarrollará su relatio: la temática a tratar. Utilizará en ello los merita de la persona a la que se propone honrar. Tras justificar su petición, el ponente solicitará la concesión de honores principales y, puede, que de otros adicionales. Tras ello se producirá una deliberación con el resto de decuriones, quienes manifestarán su adhesión o rechazo a la propuesta realizada. Alguna parte, quizás, aprovechará para plantear otras alternativas sobre las distinciones honoríficas a otorgar. Todo ello, como si no hubiera pasado el tiempo, se sancionará con una fórmula similar a D·D·C·C·P: Decreto Decurionum Colonorum Coloniae Patriciae, que es la firma más antigua de nuestro ayuntamiento. La cuestión más ardiente es saber qué se decretará, concretamente, en este caso.

De las exequias de un gran hombre ha nacido un eminente símbolo cívico. Julio Anguita falleció el día 16 de mayo de 2020. Su óbito ha abierto el proceso. Pienso que asistiré a pocas ocasiones como esta para poder vivirlo como historiador: es decir, desde fuera. Los honores se decretan, casi siempre, en discordia respecto de la contraparte. Se ensalza lo propio. Se compite lo ajeno. Los contrarios, cuando pueden, lo igualan o lo proscriben. Esta vez el símbolo es generalmente reconocido. La Jefatura del Estado, el Congreso de los Diputados, el Parlamento Regional, el Consistorio local, sus mayores oponentes. La ciudadanía. Todos han creado un modelo colectivo. Eso lo hace extraordinario.

El pensamiento del hombre que falleció poco tendrá que ver ya con sus homenajes oficiales. El senado local no decretará homenajes al político, sino a su servicio y ejemplo públicos. Se ha sublimado su figura. Lo que vale es el modelo. La sociedad considera, desde el mismo instante de la defunción, que lo necesita como fuente de rectitud y de valores. Un remedio para lo diario. Quiere seguir teniéndolo. Se fue un gran hombre, comienza el tiempo de su memoria, es decir, de la propiedad y gestión colectiva de algo que pertenece a eso que los antiguos llamaban Res Publica, o los valores colectivos que nos sostienen.

Las honras han empezado por los honores fúnebres. Tres días de luto oficial y exposición pública del féretro. Malditas sean las pandemias y los canallas que no las deshacen.  El Estado de Alarma nos ha robado un momento histórico a los cordobeses.  A ese momento ha seguido la procesión de ciudadanos hasta el locus sepulturae en el Cementerio de la Fuensanta. Eso está cumplido. Falta saber el locus celeber, el lugar principal, que le será asignado según las distinciones que crea apropiadas el senado local.

La Córdoba romana decretaría, sin duda, estatua togada mayor que el tamaño natural y elogio en el foro, es decir, allá por la Calle Cruz Conde. Ya me ven venir. Los honores irían en una de esas bases de mármol inscritas que soportaban una estatua que pueden ver ustedes, sin ellas, en el museo arqueológico de Córdoba. Roma no decretaba calles, ni plazas. Decretaba honores. Y los honores eran imagen y mensaje. A nosotros, en este caso, nos va a quedar el más potente de los dos, que es el segundo.

Del emperador Augusto, que es el gurú de nuestro tiempo, decía el escritor Suetonio (S. I-II d. C) que “casi tanto como a los dioses inmortales, honró la memoria de aquellos que, de pequeño, convirtieron en inmenso el imperio del pueblo romano. Les dedicó estatuas con vestido triunfal en los dos pórticos de su foro, declarando con un edicto que: He querido obrar así para que yo mismo, mientras siga vivo, y los príncipes futuros, seamos obligados por los ciudadanos a adecuarnos a su ejemplo”.

Entre los summi viri, prohombres, que Augusto efigió estaban sus allegados y sus contrarios, o mejor, los contrarios de su Padre, César, con Pompeyo en posición principal. Sólo así se podía cerrar la Guerra Civil romana, mediante la adhesión al consenso. Allí estaban los Escipiones enfrentados a los Gracos. Allí los Claudios ante los Valerios. Allí unos ante otros, todos, sustentando un modelo.

Se le puede dedicar la Corredera, Capitulares o la Estación. Anguita merece el mejor emplazamiento. Sin embargo, “alcalde Julio Anguita” es el único icono público colectivo y consensuado que tiene la potencia sideral suficiente como para cerrar la polémica local de la Calle llamada Cruz Conde, antes Foro Romano, y, aun antes, José Cruz Conde. Este nuevo gran nombre de la memoria secular de Córdoba merece su justo sitio en el “foro” de la ciudad, hoy más amplio que antes. La sociedad, quizás, merece sentir con su ejemplo el consenso y la concordia. Y para ello hace falta el mejor lugar, el más indicativo posible. Debería respetarse aquello que el honrado significó: el valor pulcro, recto y honesto de su mensaje.

Que Minerva confiera estrategia al alcalde y su equipo de gobierno. Que Mercurio retraiga vítores en el mensaje de los del bando de un político que ya no es tal. Córdoba tiene nuevo símbolo. Y, para que el símbolo pueda ejercer su nueva función como quizás el humano querría, el decreto debe ser únicamente al valor cívico y de servicio público absoluto que representa.

D·D·C·C·P

@AntMonterrosoCh

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