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Sobre este blog

Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

A toque de diana

Colectivo Las Pelvis

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A raíz de la Covid, de repente la sociedad se percató de que las viejas existimos, más que nada porque nos moríamos más de la cuenta y parecía necesario hacer algo, o al menos que pareciera que se hacía. A bombo y platillo se anunciaron las llamadas medidas especiales que se ensalzaron como señal de respeto, protección y reconocimiento a las personas mayores, aunque a mí, que a estas alturas ya sé latín, me han llevado a pensar en la nula consideración que la sociedad tiene hacia nosotras y en lo poco que conocen nuestra realidad quienes las diseñan.

Veréis: un día llegué a unos grandes almacenes y escuché por los altavoces, como una noticia de la que tenía que estar agradecida, que habían reservado un tiempo de atención prioritaria a la vejez a primera hora de la mañana (póngase énfasis admirativo al leerlo), justo cuando abren los establecimientos.

Me quedé asombrada, pensando ¿ahora tenemos que ser las y los viejales quienes nos levantemos antes que nadie para poder ser atendidas con diligencia? ¿La hora de los mayores no deberían ser todas las horas, sin excepción, en función de nuestros intereses, necesidades y posibilidades? No parece esta una solución que provenga de un pensamiento realista y empático.

La edad debería tenerse en cuenta a todas horas para hacernos la vida más llevadera, más amable y confortable. Atendernos con prioridad, evitando que hagamos colas interminables; cedernos el asiento; ayudarnos con la maleta o con la compra; invitarnos a pasar en una situación de espera. Estos gestos de cuidado, atención y reconocimiento los recibiremos gustosas, orgullosas de nuestra edad. Todo ello sin necesidad de pedirlo, como algo que se produzca naturalmente, con elegancia y sencillez, por el mero hecho de ser mayores y, por lo tanto, merecedoras de mirada y cuidado. A toque de diana, no.

Hace poco, sin embargo, he comprobado con satisfacción que algunos establecimientos informan en lugar visible que atienden con prioridad a las personas mayores; también me ha sorprendido favorablemente saber que en Correos puedo encontrar una tecla que especifica ‘mayores de 65 años’ y algo similar ocurre ya en algunos servicios de telefonía, todo ello pensado para aliviar la espera. Por ahí vamos bien. Tomen nota y llévenlo a la práctica. 

La gente afortunadamente vieja queremos vivir en un entorno que nos otorgue cuidados y nos ofrezca algunas ventajas que nos faciliten la vida, por lo que somos ahora, por lo que hemos significado en tiempos pasados y por lo que podemos aportar en el futuro.

Una sociedad que sitúa a las personas vulnerables, de cualquier edad, en el centro es una comunidad inclusiva, que, por encima del lucro y la prisa, antepone el valor de la vida, que reconoce el capital legado por las generaciones anteriores y las ventajas de educar a las generaciones siguientes en una mirada compasiva y generosa.

Una sociedad que se desvive por las personas mayores, ofreciendo parcelas de bienestar y complicidad, se sorprenderá al descubrir el interesante mundo de la vejez.

Palanca: ¡Viejales, a nuestro ritmo!

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Soy una barcelonesa trasplantada a Córdoba, donde vivo creyendo ser gaditana. Letraherida, cinéfila aficionada, cultureta desde chica, más despistada y simple de lo que aparento y, por lo tanto, una pizca impertinente, según decía mi madre. Desde antes de tener canas, dedico buena parte de mi tiempo a pensar y escribir sobre el envejecer, que deseo armonioso. Soy una feminista de la rama fresca. Yo, de mayor, vieja.

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