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Cuando me pongo perra

Elena Lázaro

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Bridget es cursi hasta gritar basta. Mirarla empalaga tanto o más que zamparse un pastel de merengue coronado por un kilo de miel.

Bridget pasa los días mirando culebrones en la tele y pavoneándose ante los admiradores de su apolínea figura. Tanta telenovela ha terminado por atrofiar la materia gris de su cerebro propiciando su enamoramiento. El objeto de su deseo es Max, individuo de porte más bien vulgar aunque con el atractivo de quien parece haber vivido una vida callejera y plena. Ella lleva tiempo intentando llamar su atención. Lo saluda pestañeando y sonríe cada vez que se cruzan.

A primera vista, Bridget es el producto femenino de una sociedad patriarcal, que la obliga a cuidar su imagen de una manera casi enfermiza y que la ha lobotomizado a base de cuentos de princesas y comedias románticas. Cualquier seguidora de la Beauvoir abominaría de un ejemplar como Bridget. ¡Y una mierda! Al menos a mí me resulta imposible verla como víctima del machismo social porque Bridget es dueña y señora de sus decisiones. Tanto que cuando despareció su adorado Max fue ella la que blandió la espada y fue a salvar a su príncipe, aliándose con la peor calaña y luchando como una experta en artes marciales que da patadas a diestro y siniestro sin perder la compostura. Bridget es la última heroína de dibujos animados. Una perrita pomenaria de un inmaculado color blanco y ojos saltones enamorada del Jack Russel Terrier que vive en la casa de enfrente. El suyo podía haber sido el remake del romance dulzón de “La Dama y el Vagabundo”, pero ya no estamos en 1955. Las niñas quieren seguir luciendo diademas de princesas, pero no están dispuestas a esperar que nadie las salve.

La historia de “Mascotas” –su título original es “The secret life of pets”- no es el primer intento de presentar en la gran pantalla a una heroína fuerte y decidida. Fiona en la saga de “Shre

k“ o Mérida en ”Brave“ fueron loables intentos de contarles a las niñas que se puede ser fuerte siendo mujer, pero tanto una como otra eran desaliñadas y con cierto porte marimacho. El mensaje de Brigdet es otro: podemos ser duras cuando nos apetezca y seguir depilándonos.

Por eso me pirré inmediatamente de ella. Por fin un personaje femenino tan real como incoherente. ¿O es que ninguna habéis sentido el remordimiento de lucir un taconazo mientras defendéis la justicia social u os ha temblado la voz al denunciar el patriarcado en minifalda? A veces resulta agotador tener que andar justificándonos todo el tiempo, lavándonos la cara para que no se nos note el rimel ni el carmín cuando vamos a reclamar igualdad.

Por eso quiero ponerme perra, perra como Bridget, a la que le importa un pijo el qué dirán unas cuando se atusa el flequillo para colocarse su corona u otros cuando pelea para rescatar a su perrete.

Larga vida a las cursis y duras perras de ese planeta.

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