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Contrarreloj

Elena Lázaro

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El único problema de haber pasado media vida enganchado a los programas deportivos de la televisión y la otra media devorando todo tipo de literatura es que cuando llegas a la recta final tiendes a analizar tu vida a base de metáforas casi olímpicas y te olvidas de mirar que el final del camino es eso: una recta. Una plácida ruta suavizada a base de experiencia y décadas de paciencia aprehendida.

E.

se ve como el ciclista que ha pasado casi todo el Tour escapado y que en la última etapa es sorprendido y superado por todo el pelotón. Cree ser el último, el que fracasa en el último minuto y ya no encuentra tiempo ni fuerzas para remontar.

Yo, que soy otra E., no doy crédito a su teoría. Lo conozco bien. Lo he visto pedalear durante los últimos 15 años, fuerte, firme en cada paso, inquebrantable, pero nunca nunca escapado, nunca sólo.

No sé nada del Tour. Tengo la sana costumbre de dormir a pierna suelta en cuanto empieza la prueba. En contadas ocasiones he atendido a pequeños detalles que tienen más que ver con las localizaciones geográficas y paisajísticas que con el valor deportivo de la etapa que se retransmita en ese momento. De lo que empiezo a entender es del verdadero valor de la vida. Un conocimiento que dicho así suena a pura charlatanería de manual barato de autoayuda. A eso y a anuncio de Cocacola, que al fin y al cabo viene a ser lo mismo.

Sea como fuere lo cierto es que cuando el jueves E. expuso su metafórica forma de analizar el final de su vida me eché las manos a la cabeza. Bueno, en realidad abrí los ojos todo lo que pude y levanté mi ceja izquierda -la que me deja libre mi lupa-, un gesto menos melodramático, pero mucho más teatral. Acabada la fase no verbal de mi comunicación con E. fui capaz de verbalizar lo que he pensado mientras desde el arcén lo miraba quemar etapas hasta que pasó el pelotón y lo liberó desatándolo de la amargura de quien se ve obligado a ser siempre el primero, el mejor. ¿Cómo puede fracasar quien puede lucir siete trofeos en forma de hijos y nietos que lo adoran y que son en esencia buenas personas? ¿Cómo abandonar la bicicleta cuando el camino ya es llano y el paisaje perfecto para bajar el ritmo y disfrutar del paseo?

Tengo otro amigo, J., de 84 años, que considera este momento de su vida como el más pleno de todos, el más vital. Suele decirme que es un privilegio que sólo alcanzan quienes viven en el no-tiempo, quienes ya no tiene que buscar el éxito porque saben que lo alcanzaron el día que miraron al arcén y vieron a los suyos aplaudir.

Sé que aún vivo en el tiempo, pero he cambiado el plato y el piñón, para acompañar a E. y porque estoy decidida a dejarme empujar por todos a los que quiero y a quien amo.

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