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El polvo solidario...

Rakel Winchester

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Ya no tenía claro ni lo que sentía. Si le hacía daño, si me lo hacía a mí...   Miento; en realidad lo tenía clarísimo: mis tripas hablaban solas. Un corazón se estaba rompiendo y ese era el mío. Total, nada que no estuviera aún en el aire había comenzado y todavía estaba a tiempo de pararlo. Era una historia demasiado difícil y estaba demasiado ansiosa para trabajar mi paciencia.  Mi alma no podía soportar ni una herida más. O me lanzaba al barro o me agarraba a la madera y huía nadando a otra isla.

No tenía ni la más mínima idea de su vida. Y por suerte, él tampoco de la mía.

Por instantes deseé acabar con todo pero eché un vistazo a mi habitación... demasiado trabajo para quien tenga que ir quitando cada papelito de la pared. Demasiada tristeza para quien tenga que descubrir todos mis escritos secretos repartidos por los cajones. Y seguro que no hacen un buen reparto de mis cosas. Nadie me conoce. Ni siquiera tengo claro dónde quiero que echen mis cenizas...

ni quién.  Ellas, mis cavilaciones irracionales de siempre sobre mi herencia pobre. Para mí eran tan significativos mis recuerdos que pensaba que alguien más les daría valor tras mi partida.  El antepasado de tragedia griega que habitaba en mí de nuevo inventaba mis pensamientos. Y yo... sólo ansiaba un poquito de amor.

Mi mente deformaba las ideas hasta tal punto que me daba igual de quién.  Quería caricias o morirme.  Quería caricias y olvidar. Quería caricias.... y las quería ya.  Seguramente en estado de felicidad y lucidez estaba en posición de elegir origen, pero cuando la amargura se instalaba en mi cuerpo demasiados días seguidos... no era capaz de ver distinto.

Y lo sabía. Sabía que era cíclico. Que cuando salía del hoyo volvía a ser la de siempre. Me había prometido recordarlo en la posterior caída. Pero una vez más me fue imposible.

Miedo y terror. Miedo a volver a empezar y a volver a terminar. Ni más ni menos. Poner fin a mis días me evitaba enfrentarme a mis sentimientos.  ¿Le doleré? ¿sentirá lo mismo que yo? ¿realmente tiene ganas de correr ese riesgo? ¿será capaz de amarme como yo  él? ¿seré su primer pensamiento de la mañana y el que no le deja dormir por las noches? ¿ciertamente tengo la necesidad de tener un amante tan lejos?  ¿y si me enamoro...de verdad? ¿qué haré cuando lo desee y no lo tenga cerca?. Y, sobre todo...

¿me odiará alguna vez?. Pánico al odio. Mi enfermedad se llamaba así. Que alguien amado sintiera por mí algo tan feo como lo que yo he padecido alguna vez. El odio.

La única manera de quitarme la ansiedad era saliendo a la calle a la busca y captura de un polvo solidario. Pero en esta ocasión no sería yo quien lo regalase. Yo ya me había plantado. No me habían traído nada más que quebraderos de cabeza. Había padecido tanto por amor que no soportaba provocar esa aflicción en nadie, y menos en alguien querido. Tantas veces había regalado mi amor... tantas. Tantas como hubiera querido que hicieran conmigo cuando penaba por un beso. Y esa noche sería yo quien agradeciese el gesto.

Jamás me había llevado a la cama a un desconocido. Jamás. Mi sexo de una noche, por norma, únicamente lo practicaba con alguien que me quisiera de verdad. Pero mis amantes me conocían a la perfección y yo quería olvidar antes de consumar ese anhelo que se encontraba a kilómetros. Quería que dejara de existir sin pronunciar su historia en voz alta. Borrarlo de mi piel. De mis noches. De mis bragas. Esa noche follaría con cualquiera y mi sangre correría por mi cuerpo a tal velocidad que desvanecería de mi ser cualquier huella de los escalofríos que activaban mis pasiones cada momento en que merodeaba por mi cabeza su rostro.

La sensación era cuanto menos distinta. Trabajé sin descanso aquella tarde, pero vigilando mi entorno. Acechando como una leona. Ese no, que me conoce. Ese ni de coña, que es de un círculo cercano familiar.  Ese no, que vive cerca. Ese ...es que es muy desagradable de mirar... ay...  La primera vez que llevaba un condón al trabajo ...y nada, que ninguno me parecía lo suficientemente desconocido, ni lo suficientemente fiable, ni lo suficientemente forastero, ni lo suficientemente atractivo, ni lo suficientemente nada. El restaurante quedó vacío con apenas un matrimonio y mis deseos frustrados, aunque aún faltaba la segunda tanda de clientela, la de las cenas. Siendo lunes, no habría ni una, por eso estaba currando sin refuerzos. Antes de que se fueran brindamos con un chupito digestivo. Ellos, yo... y un ejemplar conocido que andurreaba por allí.

-Quien no apoya no folla! -gritaron, y yo pasé de apoyar mi vaso en la mesa, secundando la acción mi colega.

-Sí, sí, vosotros pasad, pero no vais a follar!! -y se rieron. Bah! paso de los rituales populares de beber. Nos miramos sonriendo...

-Nosotros no lo necesitamos.- dijo él.

-Cucha, vente al baño y que no nos dejen éstos por mentirosos!!!

Nos reímos, y ya, y marcharon.

Minutos más tarde el único que quedaba era mi amigo de siempre, un punky con cresta a la antigua con el que me divertía mogollón. Estaba aquella noche borracho, fumao o qué se yo, de llevar desde por la mañana en la calle...  Y me tomé como consuelo su compañía. Las risas siempre estaban aseguradas con su presencia. Sus bailes tontos, sus pegoletes constantes... Continuamente se acercaba a mi cuello a olerme. No ese día, lo hacía siempre. Me pasaba un dedo fugaz y veloz cuando me pillaba despistada por debajo del brazo y tras hacerme cosquillas lo olía...  Me metía el dedo en la boca si me sorprendía bostezando. Me meaba de risa con él, no sólo por lo petardo, sino por lo cansino que se ponía.  Y como no había nadie, pues entraba y salía de la barra a sus anchas...

Se agachó, se cayó,  e intentó quitarme las botas. Otra de las cosas de su amplio repertorio de incordios... Como el mostrador era alto y estaba cerrado, continué leyendo la revista que había encontrado y lo dejé ahí en el suelo, asegurándome que mis pies apretaban fuertemente las baldosas para que no pudiese sacármelas...

Y ahí estaba tan entretenida cuando me remangó los pantalones justo por encima de las rodillas y comenzó a hacerme caricias en la piel de detrás.

-Te advierto que ando sensible... -no contestó.

Y pasó su lengua por esa zona suavita haciéndome estremecer. Yo hacía que leía pero se me empezaban a juntar los renglones. ¿El punky? No, por dios... ni lo pienses.

Uno de los problemas que siempre tuve al ser fan de quien me hace reír es que me había convertido en una fetichista de los dientes. Esos dientes que se mostraban al sonreír. Detalle que siempre observaba minuciosa, estando en mi ranking de prioridades por arriba de los ojos, las manos o el culo que tanto busca el resto de mi gremio. De hecho, sólo me fijaba sexualmente en los hombres si eran divertidos. Y cualquier particularidad rollo paletitas rectas, metidas hacia adentro,  dientes montados... podía encandilarme hasta el punto de desbordar mi mente esa imagen en mis noches nostálgicas de calentura. Y mi punky tenía su propia particularidad en su dentadura, aunque nunca me hubiese fijado en él como objeto de deseo. Pero nada más que por eso, existía una posibilidad.

Entró un cliente y no se sentó a cenar. Quedó parado en la barra y pidió un vino... Socorro.  Eché una mirada fulminante al punky para que se quedara quieto en el suelo. Habría sido una muy mala imagen que el visitante lo hubiese visto salir de debajo de mí. Proseguí mi lectura y con ella, regresaron las caricias desde abajo... Sus manos subían por mis muslos suavemente, con una delicadeza que me hacía olvidar que llevaba unos vaqueros. Me ruboricé. Me estaba poniendo nerviosa... No te creo tía, si es tu colega! desde cuándo te pone éste, por dios!

El cliente se sentó en una mesa y miré hacia abajo. Él ya estaba levantando un poquito la camiseta y pegando su nariz justo en la línea de barriguita donde empieza la cinturilla del pantalón. Su nariz calentita. El pantalón de tiro bajo. Socorro...

-¿Cómo puedes oler a chuche de arriba abajo, tía?- musitó... Con los ojos poseídos por el espíritu de Puerto Urraco le pedí que parase y que continuara escondido.

Volví a mi revista. Me masajeaba la parte baja de la espalda con sus enérgicos dedos a la voz de “estás tensa... trae que te voy a relajar...” y yo empezaba a perderme. Las letras saltaban de página a página. Estaba perdiendo el hilo del artículo sin remedio.

-Che, no te muevas de ahí que voy al baño!- y rompí un rectángulo de un rollo de papel absorbente de cocina, me lo guardé en las tetas con disimulo y salí de allí.

Cuando cerré aquel pestilllo y me bajé los pantalones no daba crédito. Tenía las braguitas empapadas. Qué fatiga, tía, ¿no te da na? ¡Te has mojado con tres carantoñas!! ¿así estás?

Quedándome como me quedaban aún dos horas de trabajo, decidí colocar aquella especie de servilleta bien dobladita en mis bragas. Por si acaso no puedo pararlo, vaya a ser que me traspase.

El hombre pagó su vino y marchó. Y las dos horas siguientes las pasé diciéndole a mi punky que me dejara en paz, mientras él se pasaba por el forro mis amenazas, sin dejar de acariciarme, de olerme... hasta que abandoné la resistencia. No había nadie. No iba a venir nadie. Y la revista ya estaba por los suelos mientras yo me encontraba con el culo en pompa dejándome mimar por su cálida boca por entre mi ropa... Cerré las persianas, las cortinas, la puerta con llave y comencé a recoger la cocina haciendo esfuerzos sobrehumanos por centrarme, con ese punky tras de mí, apretándome cada hueso de mi espalda, de mi columna, cada vértebra...  Me pareció escucharle una especie de suspiros rollo  “ush...ush”.

- ¿Pero tú que eres, de los de “ush, ush, momento-peliporno”? ¿Ves? ¿No te das cuenta de que tú y yo no podemos follar porque me entraría la risa? Vamos, ¡que estoy yo en un  momento álgido y empiezas tú a decir “ush, ush”... y me da algo!!!

Nos reímos.

En ese segundo de vuelta a tierra, recordé la servilleta que aún tenía en las bragas embebiendo mis flujos. Tenía que quitarme eso con urgencia, por si...

En un descuido del punky, metí la mano por mis pantalones megaestrechos haciéndome polvo los nudillos con la cremallera, y me saqué el papel tirándolo sin que me viese. Y me senté en una silla a descansar. Se colocó en otra, frente a mí, me abrió las piernas y se las puso encima, una a cada lado, bajando las cremalleras de mis botas.

-No me las quites, venga, vamos a dejarlo aquí...

-Oye, que yo estoy enamorado de mi novia, que conste. No va a pasar nada...

-Yo también tengo el corazón tocado, pero a mí no me quieren...- hice un puchero.

-¿Cómo? ¿pero quién es ese ...tonto? - sonreí- ¿pero tú, con lo que eres, has hablado con él? ¿has concretado..?- sus manos ya habían desabrochado mis vaqueros -que ya no se podían bajar más porque chocaban con las botas- y rozaba con suavidad el interior de mis bragas, introduciendo los dedos en ellas... Me estaba muriendo...

Casi no podía hablar... estaba rendida al deseo. Con la respiración entrecortada continuaba la conversación... como podía,  con el gesto perdido... dejándome “hacer” como escena principal, pero disimulando el sofoco. O intentándolo. Nuestras miradas clavadas.

-No tengo nada que concretar...  sé... que no me quiere...  No creo ni que sospeche... cómo me tiene... No tengo nada que ...decirle ya... Lo sé... No me quiere... pero me muero por... él...- tiró de mis piernas hasta dejarme casi tumbada en la silla, las levantó en vertical e introdujo su boca carnosa en las profundidades de mi entrepierna, dándome un beso de tornillo adolescente con el que poco pude disimular, y entretanto yo peleaba con mis sentimientos para no sucumbir a su ternura... Lucha, si tus párpados se cierran estarás perdida...

Y fue entonces cuando se arrodilló, asomó su cabeza por el hueco, se echó mano a la boca como pudo y dijo:

-¡Hostias, tía! ¿qué tienes aquí? ¿qué me estoy comiendo un coño...o una magdalena?- y despegó de su lengua un círculo super-absorbente de mi rollo de cocina con tremenda cara de grima...

Socorro... El ataque de risa que me entró, por dios... Menos mal que me había pasado con él, me llega a ocurrir con otro y me da algo...

-¿Ves como tú y yo no podemos follar? - y me inventé sobre la marcha para no confesar lo que me había provocado horas antes- es que he ido a hacer pipí, debe ser eso... (glups...)

Pegó su nariz a mi vagina, respiró con fuerza durante un largo rato y, sin quitar su mirada de la mía, pasó su gordita lengua lentamente hasta llegar a mi cuello.  Volvió a bajar... alternando besos con risas... No me podía creer lo que estaba pasando. Paramos de golpe.

-Venga, vamos a dejarlo... ¿no ves que cada uno tiene su película y es imposible?

Vestidos ya camino la puerta, nos dimos un abrazo de colegas. Nos escupimos las manos, sonreímos y las chocamos con la promesa de llevar a la tumba aquel momento, y al darnos el beso de despedida...

-oye... que este beso ...ya es muy ...de novios ...en el cine ...¿no te ...parece?- me decía entre medias mientras yo me carcajeaba con mi lengua dentro de su boca... Y de nuevo me arrancó el cinturón... y me bajó los pantalones... y las bragas de niñata...

-¿Otra vez ...vamos a ...empezar? Si ... hemos... dicho... que...

Yo ya estaba empotrada de espaldas apoyada en la hornilla mientras me penetraba burro como él sólo haciéndome gritar de placer por toda la excitación que tenía contenida... Iba a ser un polvo tan rápido como necesario, fruto de la tensión acumulada, que rápida lancé la mano a mi clítoris, aunque poco necesitaba estimularme ya porque estaba desatada...

-oh... ¿la manita furtiva? cómo... me... gusta...

-calla...ya.... pesado... que si me río... no puedo... aaahhhh...

Entre risas y jadeos escandalosos, nos corrimos quedando abrazado a mi espalda... y en voz bajita y sensual y sin apenas poder respirar me habló al oído...

-Al menos era... Colhogar doble capa.

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