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Mars Attacks!

MADERO CUBERO

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Uno de los mayores espectáculos del actual mundo de Hollywood es asistir al desarrollo de la carrera de Tim Burton. El cine norteamericano tiene, como es sabido, una fértil y variada tradición de outsiders que trabajan al margen del sistema, muestran sus productos en Sundance u otros festivales y los difunden a través de circuitos alternativos y en las pantallas privilegiadas de algunas minisalas de Barcelona o Madrid. Los nombres de esos independientes que por maravilloso azar conocemos mejor en España que en Arkansas, pongo por caso, están en la mente de todos. Fuera de esas listas de héroes cinematográficos figura, trabajando por lo común con grandes presupuestos y al amparo de las majors, mimado y a la vez temido por sus extravagancias, Tim Burton, uno de los casos más anómalos, estimulantes y atrevidos del cine que proviene de Estados Unidos.

Sólo un visionario con el genio recobrado de una infancia exhibida impudorosamente en la edad adulta es capaz de mezclar con efectos tan devastadoramente cómicos y convulsivos las raíces del género de invasiones extraterrestres con la farsa satírico-política, añadiendo a la combinación la libertad incorpórea de los dibujos animados y el irrealismo de la plastilina. Deudora de muchas fuentes, citatoria en esencia de maravillas como Encuentros en la tercera fase, la película que me viene más de inmediato a la cabeza es el dr. Strangelove de Kubrick, que queda a mi juicio no sólo superada por la mayor riqueza inventiva de Burton sino por la gran potencia disolvente de Mars Attack!. Kubrick disparaba eficazmente sobre la hubris del militarismo yanqui con elementos de tebeo y gran guiñol, pero Tim Burton experimenta con elementos más dispares, embauca al espectador con su portentosa capacidad de encantamiento visual, y una vez que te tiene ganado y hasta infantilizado, imantado o hipnotizado como en el cine antiguo, se ríe de él y le abofetea: la bofetada al gusto común del seguidor crédulo de los patrones de la ciencia-ficción, el terror o la comedia, ofreciéndole el lado amargo de su portentosa burla de todo.

El comienzo es irresistible, prueba de cómo un gran narrador sabe crear inquietud y deseo desde el primer plano o la primera frase: una pregunta, un ruido, un olor… y la temible manada de vacas flambeadas. A partir de ahí, la velocidad del gag, la trepidación visual y el sentido de la sorpresa no decaen. Como es un radical, Burton a veces puede pasarse. No todos aceptarán el esperpento de la Primera Dama perseguida y al fin muerta por la sombra de Nancy Reagan, pero a mi estas ocurrencias me hacen gracia. 

Dentro de cada plano de la película hay vida, como en Marte, y lo asombroso es la capacidad del director tanto en la elaboración del escarnio (la pregunta del periodista ambiguo sobre el sexo de los marcianos) como en la pincelada dramática (la familia recortada sobre el horizonte en la despedida del hijo que se va voluntario). Ese segmento es precisamente el más osado del filme, pues contrapone el recio espíritu rapado del marine y sus patriotas padres con la chifladura del hermano de los donuts y su desvariada abuela (estupendo Hass y deliciosa Silvia Sidney: sí, Silvia Sidney).

Mars Attack! es una diatriba endiabla al american way of life, a la fealdad y vulgarismo de una clase media que Burton, con sus paradojas, debe en el fondo encontrar adorable. Una crítica al periodismo, la policía, la sexualidad pública y el show business de su país, y también, más peligrosamente (la película fracasó comercialmente en Estados Unidos), al respeto reverencial por todo ser vivo, esa máxima primordial de la prevaleciente conciencia de lo políticamente correcto: los marcianos son feos y traidores y vienen a fastidiar; las mujeres chillonas y groseras; los hombres tontos, vanos y vacuos; y sólo el hijo insensato y la hija descreída de quienes representan a las instituciones más sagradas se salvan de la quema y a su vez salvan al mundo. Debe ser el romanticismo infantil de ese retorcido ingenuo de las pasiones que es Tim Burton.

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