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Los secretos (a descubrir) de la Mezquita de Córdoba

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Marta Jiménez

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El célebre arquitecto Jacques Herzog se preguntó tras ver la Mezquita de Córdoba cómo se pudo inventar un espacio tan alucinante. El hecho de no poseer una nave central ni espacios principales ni subsidiarios, como ocurre en la arquitectura clásica, convierte la sala de oración de la Mezquita de Córdoba en un lugar “muy contemporáneo”, en palabras del arquitecto premio Pritzker. 

Este es uno de los muchos secretos que guarda la Mezquita también para los cordobeses: ser un espacio que ejerce una gran influencia sobre grandes arquitectos contemporáneos como el citado Herzog, Zaha Hadid, Jean Nouvel o Rafael Moneo. Poder visitarlo en estos días con un menor flujo de visitantes constituye un privilegio.

Un circuito por algunos de estos secretos escondidos o desapercibidos a los ojos del visitante invitan a conocer otra dimensión de un monumento infinito. Aquí se dan pistas.

¿Cuántas columnas sostienen el bosque de la Mezquita?

El número consensuado, salvo error u omisión, de columnas en el interior de la Mezquita es el de 746, donde 360 de ellas están totalmente exentas. El resto están adosadas, empotradas en pilares o encerradas en capillas. Sabido esto, ¿cuántas columnas se llevó por delante la construcción de las dos naves catedralicias, la de época medieval, hoy capilla de Villaviciosa, y la renacentista-barroca? Se calcula que unas 80.

La fórmula de la doble arcada seña identitaria de la Mezquita de Córdoba  proviene de la influencia arquitectónica de los acueductos romanos, civilización de cuyos edificios se aprovecharon materiales de acarreo tanto en la mezquita original como en su primera ampliación. Por eso guarda piezas de mayor antigüedad que la fecha de su inicio de construcción (786). Nada más y nada menos que 184 capiteles son romanos y visigodos reutilizados que se pueden admirar en la nave principal y más ancha de la mezquita de Abderramán I y en la ampliación de Abderramán II en las que cada capitel es diferente.

Una pista: buscar las figuras en bajorrelieve y hasta el signo de la cruz en algunos cimacios (el elemento que remata el capitel con forma de pirámide invertida) visigodos en las naves de Abderramán I.

¿Qué dicen las inscripciones del Mihrab?

En la Mezquita conviven numerosas inscripciones árabes mezcladas con las cristianas. La mayor parte de las inscripciones conservadas corresponden a las obras ordenadas en el siglo X por el califa Alhakén II, que amplió la mezquita. Las más bellas son las realizadas en mosaicos en la cúpula central de la maqsura (el espacio que hay delante del mihrab) y sobre las fachadas del mihrab, de la puerta del sabat y la de la cámara del tesoro. Otras están labradas en piedra o pintadas y figuran en la nave central, en la arquería paralela al muro de la quibla (que cierra la Mezquita por el sur), en el interior del mihrab o en las puertas exteriores.

En el mihrab y la maqsura, un espacio que hay delante que estaba reservado para el califa y su familia, abundan los versículos con alabanzas a Alá, encabezadas a menudo con la invocación “en el nombre de Alah, el clemente, el misericordioso”.

Otra cita coránica del mihrab prepara para la oración: “Cuando os dispongáis a hacer la plegaria, lavad vuestras caras y vuestras manos hasta los codos. Pasad la mano por la cabeza y por los pies hasta los tobillos. Si estáis impuros, purificaos; si estáis enfermos, en viaje o viniese uno de vosotros del retrete, o hubieseis tocado a las mujeres y no encontráis agua, frotaos con arena buena y lavaos vuestros rostros y vuestras manos…”.

Una pista: Hay quien juega frente al mihrab, tras la reja que lo protege, a buscar la cara del califa entre los mosaicos. Es cierto que se ve, pero solo está en la inteligencia visual de cada uno y no es más es un juego de imágenes. Un califa que, por cierto, se parece más a Julio Anguita que a Alhakén.

¿Cuándo llegaron los naranjos al patio?

Los árboles que dan nombre al Patio de los Naranjos no se plantaron en época árabe sino moderna, a partir de 1512. El patio de la mezquita probablemente tuvo granados, cipreses y palmeras. Lo que fue huerto se convirtió en patio ajardinado “isla de sombra, de silencio y perfume”, como lo describió el poeta de Cántico, Ricardo Molina.

Un episodio muy poco conocido es el envío en 1958 a la ciudad japonesa de Hiroshima de pipas de naranjas y naranjos injertados con ramas de este patio, a petición de monseñor Ogihara, un jesuita japonés que quiso reproducir un espacio similar a modo de monumento de la paz en memoria de las víctimas de la primera bomba atómica.

En el dorso de la tapa del la caja de cuero realizada para que viajaran las semillas y escrito en pergamino podía leerse el siguiente mensaje: “Semillas de los naranjos de la Mezquita de Córdoba, vais a Hiroshima con misión de amor, de paz…, a nacer allí donde la muerte se prodigó. Al florecer, ofrendad a Dios vuestro perfume pidiendo la inteligencia entre los hombres”. De esa manera, el envío emprendió un largo viaje de 10.850 kilómetros con destino a Japón.

Una pista: Buscar en el patio el único árbol que no es un naranjo. Se trata de un olivo centenario que da nombre a un caño del patio.

¿Qué más secretos guarda el patio?

Tres pistas. La primera hay que buscarla en el subsuelo del patio donde pervive un aljibe con capacidad para 700 metros cúbicos de agua, construido por Almanzor a finales del siglo X. El interior no es visitable pero al exterior muestra el aljibe tres losas cuadrangulares de piedra y bajo la mayor desciende una escalera metálica hasta la base del depósito, cuyo fondo se halla a más de nueve metros del nivel del suelo. El arquitecto Félix Hernández restauró este aljibe en 1935 y lo dotó de una acometida de agua que permite su uso en caso de incendio.

La segunda pista está en el pavimento enchinado del patio donde se señala con losas de granito dónde estuvo el primer alminar que tuvo la mezquita, levantado por el emir Hixem I, (siglo VIII) y demolido por el califa Abderramán III en el siglo X para construir el alminar que hoy duerme dentro de la torre cristiana.

Por último, la tercera pista nos lleva a buscar en la zona porticada y es una pintura contemporánea, la única con calidad digna de todas las de esta época que guarda la Mezquita. En el año 1983 se colocó un crucificado de Guillermo Pérez Villata dentro de una hornacina barroca de 1671. La obra fue encargada por Los Gabrieles -Ruiz cabrero y Rebollo, arquitectos conservadores del templo desde el inicio de la Democracia- en aplicación del precepto legal de destinar el 1% del presupuesto de las obras oficiales a una finalidad cultural. Naturalmente, el Cabildo mostró cierta reticencia al principio con un artista que reniega de la otra vida y cuyo deseo de creación no es otro que “intentar que este valle de lágrimas sea un jardín de placer”. Pero, finalmente, la pintura se colocó en su sitio y allí permanece, algo escondida.

¿Un último secreto? El postigo de la Leche

La Mezquita ha tenido otros usos sociales a lo largo de su larga historia más allá de los estrictamente religiosos. Así, el de este acceso al Patio de los Naranjos desde... (pista: se invita a buscarlo) viene acompañado de muchas leyendas. Una de las más aceptables lo sitúa como el lugar en el que durante el s. XVI se situaban las amas de cría que pagaba el Obispado para dar de mamar a los hijos de las mujeres que no podían o no querían realizar este trabajo. Es por ello que este muro y a este postigo se los conozca como “de la leche”.

Aunque existen más versiones: La de que en las épocas más miserables de la ciudad, las mujeres que no podían mantener a sus hijos recién nacidos los dejaban en este postigo para que alguien con recursos se pudiera hacer cargo de ellos. Más tarde se acabaría construyendo justo enfrente la Casa de Expósitos para darles una vida digna. También resulta verosímil que este postigo reciba este nombre por ser el lugar donde las amas de cría esperaban para ser contratadas en la cercana Casa de Expósitos.

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