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Santi Balmes: versos sin el acorde menor

El cantante y compositor Santi Balmes | MADERO CUBERO

Juan Velasco

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Sin lugar a dudas, la presencia de Santi Balmes (Barcelona, 1970) este año en Cosmopoética lo convertía, sin que él lo supiera claro está, en el cabeza de cartel de esa sección del festival, Cosmomúsica, que repite lleno tras lleno en la Sala Orive desde hace un par de años. Su paso por esta cita se ha saldado con una imponente cola media hora antes del recital, y con varias docenas de personas que se han quedado fuera siguiendo la retransmisión por una pantalla.

Es lo que tiene ser el cantante de una de las bandas más importantes de la música española de las últimas décadas, además de ser un tipo francamente dotado para captar en unos versos -a veces mínimos-, el aliento de la desesperanza de toda una generación. De todo un país, por qué no. Claro que, tal y como ha reconocido este miércoles a preguntas de Juanjo Fernández Palomo, su poesía, también su narrativa, ya estaba entrenada antes de que Love of Lesbian hubiera echado a rodar siquiera.

“Hay un truco. Porque cuando hacíamos música en inglés mediocre, yo ya llevaba muchos años escribiendo. Yo ya tenías escritas unas 800 páginas entre poesía y relatos”, ha reconocido Balmes ante un auditorio en el que había no pocas personas que llevan tatuados en la piel de algunos de sus versos.

Él, sin embargo, se ha presentado de negro riguroso y con un tatuaje de David Bowie en su camiseta. Porque Balmes también lleva tatuados sus mitos, aunque sea en los recuerdos. De algunos ha hablado: Como cuando lloró al escuchar a Serrat grabar El poeta Halley, o como cuando conoció a Robert Smith, a quien teloneó cuando los Lesbian cantaban en un inglés de mierda.

Todo esto ocurrió, claro, antes de que Balmes firmara algunas de las canciones que ha tocado este martes en clave acústica situado delante de una grieta. Antes de La niña imantada, antes de Cuando solíamos gritar, antes de Me llaman octubre, antes de Los colores de la sombra, antes de Un día en el parque.

Canciones que, en gran parte, han justificado la cola para ver un recital de poesía como aquellos de los que él se mofaba cuando era un joven que solo aspiraba a ser rockero y que todavía pensaba que la única manera de emocionar a la gente era colocando “el acorde menor” perfecto debajo de sus letras, enfatizando lo que falta, facilitando el viaje.

Como cuando Michael Stipe gritaba “Fuego” sobre el acorde en Mi menor al final de The one I love.

Y, aunque cuando recita poemas se siente “en peligro”, lejos de sus compañeros de banda, lo cierto es que Santi Balmes siempre acaba encontrando el acorde al que agarrarse.

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