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Pedro Fernández, 6: un ‘oasis’ de calma y color

Patio de arquitectura moderna de la calle Pedro Fernández, 6 | TONI BLANCO

Rafael Ávalos

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Una estrecha calle se abre, como el afluente de un río, en Hermanos López Diéguez. En mayo aparece en el mapa para quienes desconocen el entorno del convento de Santa Marta. También para los que, sin caminan sin atención a cuanto les rodea, no se percatan de su existencia. Se presenta con timidez ante la mirada descuidada y sin embargo en su interior se esconde una de las múltiples joyas florales que cada año por estas fechas ofrecen lo mejor al visitante. La calma es total en el corto espacio que separa a los edificios enfrentados en Pedro Fernández, donde el calor parece menor. Y en el número 6, las puertas dejan de ser frontera. Tras ellas se dibuja con cuidado todo un oasis de silencio y color en uno de los recintos que participan en el Festival de los Patios de Córdoba.

En el zaguán unas primeras macetas empiezan a advertir de lo que el curioso puede encontrar en el interior de la casa-patio, que participa desde 2013 en la modalidad de arquitectura moderna. Una pequeña galería con una columna central y dos arcos abre el trazado al espacio al aire libre. Ahí aguarda, junto a una escalera de caracol, Marcial Gómez, que recibe con amabilidad a los visitantes, sean de aquí o de allá. Avisa a su mujer, Ana Balbuena, que se encarga de ejercer de guía en la vivienda que compraran allá por el año 2000. Hoy la imagen es muy diferente a la que mostrara entonces una residencia de dos pisos que tiene viejo origen. “Es una antigua casa señorial del año 1910, lo que ocurre es que cuando la compramos arreglamos las ventanas, las puertas y los suelos”, explica la propietaria mientras personas de todas las edades recorren los pasillos creados en el patio en torno a una fila central de macetas. “La estructura es exactamente igual”, añade.

De quien encargara su construcción y sus primeros moradores no cuentan con datos, si bien conocen que posteriormente fue hogar de un labrador. Aunque Ana considera que en la casa hubieron de vivir dos familias, dado que “está muy bien separada”. Al otro lado del patio otra columna central y dos arcos abren el camino a otra parte de la vivienda con una escalera que conserva sus peldaños de madera. El suelo es de típico chino cordobés, como los azulejos de sus paredes, de forma que apenas pueda uno no sentir el aroma de lo tradicional en la residencia que “estaba destruida” cuando la adquirió el matrimonio. “Fue muy curioso. Nosotros vivíamos en la plaza de Colón, teníamos una casa también, pero pequeña. Mi marido quería una más grande, con un buen patio, y estuvo dos años en bicicleta, los sábados y los domingos, viendo por la ciudad y un día miró ésta y le gustó. Yo estaba en Málaga por asuntos familiares y me llamó para decirme que había comprado una casa”, relata Ana Balbuena acerca de su llegada a la residencia.

La variedad floral es extensa y resulta agradable escuchar a la propietaria explicarla, ya que habla de las macetas con un especial cariño. El patio presenta ahora, desde 2013, el producto de más de una década de trabajo dirigido a ofrecer al Festival el mejor conjunto posible. “Estuvimos esperando unos 12 años para salir a concurso porque esperamos a que crecieran nuestras flores. Si lo comprábamos todo nos costaba un dineral, así que fuimos completando año tras año”, expone Ana, que destaca con orgullo que “el 80 por 100 está todo el año”. Las plantas están presentes durante los 12 meses, con variaciones según las condiciones del tiempo y el estado de las diferentes flores, a las que la propietaria trata con idéntico afecto. Aunque presume de su colección de azaleas y ciclámenes. También desvela uno de sus secretos. “Arriba tenemos una terraza que llamamos el hospital, porque lo que está feo lo ponemos ahí para que se vaya mejorando”, apunta.

Todo en la casa-patio, incluido su carácter, es reflejo de la pasión por la tradición de sus dueños. ¿Por qué entrar a formar parte del Festival? “Yo soy una enamorada de los patios y me he tirado diez años viéndolos, sobre todo en la calle Parras, que son tan preciosos. Con este patio tenía que poner flores y he esperado para tener un fondo de un año al siguiente”, narra frente al limonero que luce junto a la primera galería tras el zaguán. Ana Balbuena habla mientras la quietud genera un estruendo en la vivienda y especialmente en el recinto al aire libre. “Lo más especial es que es una isla de silencio, una especie de islita tranquila. Aquí no hay nada de ruido. Y cuando la gente pasa por la calle y entra se sorprende de poder ver lo que ve. Estos son pequeños oasis en Córdoba con el calor de mayo”, comenta.

Por otro lado, la casa tiene otra curiosidad que en su tiempo la hiciera especial. Hoy por hoy no es posible acceder a la plaza de San Andrés, a la cual se podía llegar de manera directa antaño, tal y como indica Ana Balbuena. También es necesario avivar el sentido de la vista para no perder otros detalles que, si se camina sin concentración, pueden pasar desapercibido. Estos son los vestigios de un antiguo manantial de agua, que conserva el matrimonio a lo largo de la vivienda desde el zaguán hasta el propio patio. “Cuando hicieron la casa de al lado apareció un pozo romano muy grande y yo me interesé por él. El constructor me dijo que lo mantenía si pagaba el cemento y la labor, pero no podía ser. Así que guardamos algunas piedras de lo que fuera el brocal”, explica Marcial Gómez. Sobre estos elementos, más macetas de las muchas que convierten el lugar en un paraíso de calma y color y que desde su primera edición en el Festival siempre tiene reconocimiento. También de Rejas y Balcones.

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