Respira y… ¡grita!
Más de uno y de dos factores juegan en contra. Primero está el gris inicio del domingo, que amanece lluvioso y propicio para el calor de la enagua en un sofá. Como segundo, el horario es matinal justo tras la noche en que toca restar una hora de sueño. Pero el más claro de los condicionantes adversos es, sin duda, la situación del equipo. Quizá por este motivo no es mucho el movimiento en los minutos previos al encuentro. Una circunstancia ésta que ya permitiera adivinar que la afluencia de público no fuera muy alta esta vez. Lo cierto es que por estos lares resulta imposible arrancar de cuajo su ilusión a la hinchada. Al menos lo es en el plano global. Siempre quedan los que están decididos a no abandonar, incluso cuando los hechos invitan a hacerlo. Unos 8.000 aficionados apuestan por continuar junto al Córdoba, que tiene su vida en juego más que en ninguna semana anterior.
El conjunto blanquiverde recibe al Mallorca. Su rival es precisamente el que salvara la categoría cuando por su parte celebrara un play off que después terminara por resultar histórico. Quién pudiera imaginar entonces un ascenso a Primera. La realidad ahora es otra: los califales se aferran al sueño de la permanencia mientras que los baleares suspiran por la promoción. Con este panorama, se hace difícil el optimismo en torno a El Arcángel. En el estadio el ambiente es frío, y no sólo en lo meteorológico. También en unas gradas desde las que no suena demasiado bien, todo ha de decirse, el himno que escribiera Manuel Ruiz Queco. Basta con un gol para entrar en calor… Y lo marca Piovaccari, que enciende por unos instantes a la afición. El choque puede ponerse aún más de cara, pero De las Cuevas no acierta a materializar un penalti. Entonces surcan el cielo sobre el coliseo ribereño los fantasmas del pasado cercano.
Malditos temores, que a veces se convierten en augurios. El Mallorca empata tras una acción en la que confluyen un fuera de juego y otro gesto de candidez defensiva. Es en este instante cuando probablemente planee sobre todos los presentes el miedo a perder el terreno ganado otra vez. ¿Es que el Córdoba no tiene derecho a sonreír? La pregunta es lógica y conveniente. En esta ocasión la historia no se va a repetir… Eso parece al menos. Piovaccari hace el segundo de los blanquiverdes, también en fuera de juego, y De las Cuevas abre el tarro de las esencias para anotar el 3-1. El alivio es generalizado entonces en El Arcángel, aunque quizá haya quien todavía no las tenga todas consigo. Es cauto y acierta. Porque si algo acompaña al equipo de Rafa Navarro esta temporada es el sufrimiento.
Antes de entrar en el tiempo de descuento, el Mallorca recorta diferencias con otro gol marca de la casa. Que sí, que no, que el balón termina dentro. El pánico regresa a las gradas de El Arcángel, en las que, por cierto, esta vez no están los Incondicionales. Se supone que en señal de protesta por la situación del club y del equipo. Comienzan en ese instante los minutos de ansiedad. La angustia es por momentos indescriptibles. La gente se pone en pie. Silba a un árbitro que, junto con sus asistentes, ofrece una de las peores actuaciones que se recuerden -en conjunto- por estos lares. Quizá también en el fútbol profesional español. Es una lenta agonía en la que… Lago Júnior… balón al larguero. Un suspiro imaginario recorre todo El Arcángel. Y de repente el pitido final destroza la incertidumbre: el Córdoba vuelve a ganar casi dos meses después. Es momento de saltar, de abrazar, de reír, de enloquecer. Respira y… ¡grita!
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