En el dolor de la derrota, el orgullo del amante fiel
El Córdoba cae ante el Sevilla en un duelo tan gris como el cielo que cubre El Arcángel, pero nada puede con el ánimo del cordobesismo, que mantiene su aliento hasta el final
El cielo amenaza. Lleva vestido de gris desde primera hora de la mañana. Con el paso de las horas oscurece mucho más su atuendo. “Va a caer una buena”, le comenta un amigo al otro mientras camina. Los dos dirigen sus pasos casi de memoria, sin apenas necesidad de mirar hacia delante. Avanzan entre el gentío. Una marea humana, como una fila de hormigas en plena faena, recorre la gran explanada que es El Arenal. Al fondo, el color de la cara externa del estadio va en consonancia con el de las nubes, que cubren por completo una ciudad que sueña. La pasión lo puede todo, como el amor en ocasiones resulta doloroso y cruel. Pero nada agota ese sentimiento. Viene el Sevilla, otra vez en Primera. El aroma a albero mojado se confunde con el que deja la sensación de que el partido es como los de antaño, como aquellos que en la década de los sesenta hacían respirar fútbol por los cuatro costados al viejo El Arcángel. Ya puede llegar el diluvio universal, que nadie se lo quiere perder. Falta media hora para que el balón eche a rodar.
Dentro del coliseo ribereño, las gradas toman aspecto de máxima categoría. Más de 17.000 almas se reúnen en torno a un equipo que desea vencer. El ambiente va a más con el transcurso del tiempo. Una mujer, ataviada de blanco y verde, como su vecino de asiento y como todos los demás en el recinto, mira al cielo. “De un momento a otro empieza a llover”, indica. No importa, sí lo que está a punto de arrancar sobre el verde tapete. La ilusión es máxima. El rival es de los que gustan, de los que llaman a vivir el fútbol como si jamás volviera a haberlo. Suena el himno y el templo, bufanda en alto, lo entona con orgullo. Unos cuantos hispalenses observan y escuchan, no pueden hacer más. Las nubes se tornan negras. Quizá presagien una tarde oscura para una afición que sueña y no conoce la rendición. Ni siquiera cuando las cosas no marchan todo lo bien que se desea. El Sevilla toma ventaja, pero resta mucho partido y el Córdoba parece tomar la medida al duelo.
La primera parte permite una ligera esperanza, por mucho que el marcador diga lo contrario. La lluvia, ésa a la que tanto se esperaba desde días atrás para una tarde de domingo especial, sólo hace acto de presencia unos minutos. El descanso da vía libre a las conversaciones. En todas y cada una existe una misma idea: sí se puede. Y lo intenta el conjunto que dirige Albert Ferrer, pero no tiene el día. El partido se apaga y la grada también. Por momentos, El Arcángel parece dormitar. La resistencia sigue en los focos de animación que mantienen un aliento que es mayor cuando más grande es la adversidad. El Sevilla pone distancia de por medio en el electrónico y lanza un jarro de agua helada. Toda la que no llega del cielo cae en el campo. Pero es entonces cuando el amante fiel muestra su orgullo, la dignidad del que sabe perder, del que soporta incluso la falta de criterio de un señor vestido de negro.
Canta alto, cada vez más. “Esta hinchada nunca se rinde”. No lo hace. Tampoco su equipo, que logra acortar diferencias y abre las nubes cuando la noche ya es un hecho. Todavía es posible sumar. La esperanza es lo último que se pierde. La ilusión, cuando es infantil sin importar la edad, nunca muere. Pero todo cambia, como en el amor, como en la vida. Penalti en contra, tercer gol y la oportunidad de golpear, deportivamente hablando, al rival añorado desaparece. Aun así, el cordobesismo vuelve a recordar que nada ni nadie puede con su pasión. Y en el dolor de la derrota muestra el orgullo del amante fiel. Largo es el camino, difícil por supuesto, pero la rendición no es opción.
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