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Del albero a la grada en una fiesta que no sabe de idiomas

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Rafael Ávalos

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El Córdoba vuelve a ganar en El Arcángel, donde la celebración de la feria se contagia, incluso para algún que otro turista

El de este domingo no es un partido cualquiera. No es uno más de la larga temporada de Segunda A. Tiene aroma de final, de cita crucial. Y el aficionado lo sabe. Además, El Arenal presenta otra imagen bien diferente a la del resto del año. Vino, música y atracciones ocupan la inmensa explanada junto a la que se levanta El Arcángel. Son días de fiesta. La Feria de Nuestra Señora de la Salud ocupa bastante en la vida de propios y extraños estos días, pero no tanto como la ineludible visita al coliseo ribereño. El cordobesismo se mezcla con el bullicio que busca diversión con albero bajo sus zapatos. Tarea difícil la que tiene para llegar al estadio. Más que en otras ocasiones, puesto que son menos los accesos. Pero nada puede con una hinchada que a la hora de la sobremesa sueña con vivir una de esas jornadas memorables que tan poco, por desgracia, se destilan por estos lares. Es un día especial.

Quizá media hora antes de las cuatro de la tarde, la hora señalada, las gradas luzcan de manera que parezca imposible una buena afluencia de espectadores. Nada más lejos de la realidad, pues son casi 13.000 personas las que dan vida a un estadio en que resuena el eco de la fiesta que tan cerca se halla. Una fiesta que se desea trasladar al césped y al asiento, a cada una de esas butacas que ocupan cargados de ilusión los aficionados blanquiverdes. Estos tiran de paciencia en una primera parte que, si bien no es mala por parte del Córdoba, no resulta atractiva. El gol parece ser un desconocido, uno de tantos con que uno se topa donde se escucha música, se baila, se juega, se sonríe. Es lo que le falta a la tarde, una sonrisa que brille más que ninguna otra. Porque si no se gana, de que vale tener la feria tan próxima. Porque si no se obtiene la victoria, de nada sirve la celebración compartida en cualquier caseta. Lo primero es lo primero.

Todavía lo es más cuando hasta El Arcángel se acercan turistas, ciudadanos de otros países que probablemente buscan la emoción del triunfo. Lo hacen en un estadio en que de un tiempo a esta parte sólo se acercan a esa experiencia quienes vienen de fuera. Pero ese señor, con sombrero y cámara de fotos está feliz. Como lo quiere estar el cordobesismo. Y al descanso, sin saber qué piensan los aficionados, casi seguro empeñados en no creer que una vez más se va a escapar otra ocasión de disfrutar en casa, se aproxima a la cabina de prensa. Muestra una bufanda con los colores y los escudos del Córdoba y del Barcelona. Pregunta. “Es de la pasada temporada, que jugaron la Copa”, explica un compañero con un perfecto inglés. El buen hombre agradece la explicación y recupera su asiento, junto a su esposa. No deja de tomar fotografías. Nada se pierde. Incluso festeja cada jugada de los que están en “second division”.

Huele a fiesta. Hay ganas de fiesta. Y ésta se contagia al equipo que dirige Ferrer, que marca primero para rematar después. El partido está donde todos querían al principio. El conjunto blanquiverde ofrece una imagen inédita en los últimos meses. Está serio, cómodo con el balón, controla y hace daño arriba. Es el encuentro perfecto. A unos metros, la música no cesa, como tampoco el bullicio, que crece sobre el albero. Pero para todo eso queda tiempo. Ahora toca animar como en los buenos tiempos, como en las grandes citas. El silencio se esfuma y El Arcángel alza la voz. El sueño está a un paso de ser una realidad. Con el pitido final llega el éxtasis, la celebración total. En el campo sólo hay lugar para los abrazos mientras Koki torea para avivar aún más el ánimo de quienes en la grada, por fin, no tienen ganas de dejar atrás su templo, su casa. Tampoco quiere irse ese señor que habla inglés, que felicita por la victoria; que salta y ondea la bufanda. La felicidad lo es para todos. Es momento de reír y disfrutar.

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