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Zahara vierte sus emociones sobre el escenario del Gran Teatro

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Pilar Montero

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Citas como la de anoche en el Gran Teatro traen a la mente una inquietud a veces sepultada por actividades de ocio más obvias. Por qué no puede darse más a menudo la ocasión de ver propuestas musicales trabajadas en directo, con las miras en el público y en la misma música; con el respeto al oyente y la seguridad de que quien está oyendo en las butacas, efectivamente, escucha. Por qué no imaginar la utopía de ver en la programación diaria del Gran Teatro a los grupos del momento. Ir a escuchar música como se va al cine, con la mente abierta, las expectativas en alza, la seguridad cotidiana de tener siempre accesible la propuesta.

La cantante lo comentaba en una entrevista concedida recientemente a este diario. Al tocar  sobre el escenario de un teatro cambian muchas cosas, las caras que observan desde las butacas están más presentes. Se trata de un intercambio directo entre los artistas y el público. La propuesta gana intimidad. La recepción se acentúa. Cuando los cuerpos que ocupaban las butacas del teatro, al completo, se giraron para observar a Zahara y a su guitarra recorrer el pasillo hasta el escenario, la transformación fue inmediata.

“No habrá despedida, ni queja, ni llanto para quien bailó en mi fiesta, en mis manos”, comenzaba esa figura menuda, en voz muy baja, acompañada de unos escasos acordes de guitarra y el foco encargado de dar brillo a su vestido de bailarina intergaláctica. Tras el pellizco provocado por La Gracia, Manuel Cabezalí (bajo), Carlos Sosa (batería), Martí Perarnau (teclados y piano)  y Emilio Sainz (guitarra), ataviados con uniformes de tripulantes, dieron vida a la nave con los primeros acordes de Frágiles. Tras ese breve recuerdo a temas antiguos, El Fango sonó con una fuerza inusitada. Al llegar El caso de emergencia, del antiguo disco La pareja tóxica, los sintetizadores, los fuertes golpes de batería y el protagonismo de los punteos de guitarra, la conjunción de esos músicos situados en las estrellas, anunciaron que el Astronauta iba a estar muy presente durante todo el concierto pese al tono de proximidad de la propuesta.

“Esta gira la hacemos para dejarnos el corazón en lo que pase. Cuando te encuentras con alguien que también está mal dices… ¡Anda, si están todos jodidos!”, comentaba la cantante en la búsqueda de risas y complicidad, y añadía, “Si alguien esperaba los bailes y los brillos de la gira Astronauta, que sepa que no los va a encontrar. Ahora empezamos con la bajona.”

Olor a mandarinas, Del invierno y una versión renovada con gusto de Domingo Astromántico, situaron al auditorio en mitad de un tiempo y un espacio recónditos, entre ecos de voces y texturas musicales envolventes. Era como si un ente de otro mundo se hubiese fugado de su prisión instrumental y hubiera saltado al patio de butacas, después a los palcos y plateas, recorrido las localidades, una a una, con la intención de susurrar palabras reconfortantes.

Un cálido abrazo al que siguieron los temas pregúntale al polvo, Rey de reyes y Funeral, con explosiones de guitarra y batería, espasmos de la bailarina menuda en el escenario y en el pasillo. Escenificaba las historias demoníacas encerradas en canciones con gestos grandilocuentes y miradas sentidas. Se contradecía con lo declarado anteriormente. “La bajona” no tiene por qué ser aburrida.

Tras entonar El Astronauta, tema dedicado a su hijo, y por el que toma nombre el último disco, se dirigió al público para buscar entre los asistentes a los miembros de su familia. Allí encontró la mirada de su madre, a la que dedicó agradecida Big Bang, por su apoyo y comprensión. Luego la dedicatoria se dirigió a quienes conocen su nombre desde que, como ella misma explicó, mandaba sus propias maquetas y daba conciertos ante escasas veinte personas. Con las ganas, en su expresión más cruda, fue una de las últimas despedidas de la artista, el cerrar una etapa para anunciar nuevos vientos de cambio.

Entonces llegó el momento en el que, entre sorbos a una copa de vino tinto compartida y palabras cómplices, Perarnau y Zahara se quedaban solos en el escenario. Él al piano, los dos al micro, dieron rienda suelta a Guerra y paz. Si bien es cierto que el cantante de Mucho no despierta la expectación de Santi Balmes, demostró que su voz no tiene nada que envidiar a la del lesbiano. Lo hizo ver también en el tema General Sherman y cómo Sam Bell volvió de la luna, junto a una explosión de sonido. Con la versión al piano de Soy un aeropuerto, uno de los últimos temas de Mucho, Zahara demostraba su amor por el grupo, al tocar el piano “por quinta vez en toda su vida”.

Otro momento destacado fue la versión en acústico de Hoy la bestia cena en casa, cuando se cambiaron algunos versos por “Pablo Casado” y “Ciudadanos”, en un alegato claro de las posturas antifeministas que critica la letra.

Tras dos horas justas de concierto, El diluvio universal y Photofinish, detonaron explosiones de luces y sonido, llevando al espectáculo a las últimas consecuencias. La nave espacial atravesaba de nuevo la atmósfera, dejaba un abrazo grupal y una bailarina gradecida, con rosas en los brazos y lágrimas en los ojos.

El escenario de un teatro ha servido para que Zahara escenifique sus simulaciones. La cantautora que empezó por sí misma a labrarse una carrera musical. Escritora. Madre. Fuerte y frágil. Todas sus historias al desnudo. Dónde están los aires shakesperianos del resto de artistas indies patrios. Queremos verlos.

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