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Aquel vuelo nocturno

Antonio Luis Ginés | MADERO CUBERO

Juan José Fernández Palomo

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Muchos de ustedes lo recordarán: hace algunos otoños, en fechas como éstas, después de medianoche, un ruido sordo de motores en la noche atravesaban el cielo de Córdoba con cierta periodicidad. Aquello despertó la curiosidad y las especulaciones hasta que la Subdelegación del Gobierno, “tras la pertinente investigación”, aclaró que se trataba de un avión de carga de mercancías que, cada o dos o tres días, hacía la ruta Londres-Tetuán y pasaba por aquí en dirección sur.

Era un modelo de fabricación ucraniana, un Antonov.

Esa “interrupción de la calma” mientras leía o se disponía a dormir inspiró a Antonio Luis Ginés. De ahí el poema que da título a su último libro.

“El vuelo y su carga actuaron para que me hiciera preguntas”, nos cuenta Ginés, “que no tienen por qué necesitar respuestas”. De esos instantes nacen los poemas de Antonov que tratan de que algunos instantes, “detalles del presente” funcionen como una espoleta para tirar hacia atrás, para hablar también del paso del tiempo pero, como insiste el autor, “sin falsas nostalgias”.

Confiesa Antonio Luis que sigue “batallando con la autoexigencia” y por eso ha cribado y desechado muchos textos antes de darle forma a su Antonov, donde podemos encontrar visitas realizadas a Sintra o a Lisboa y otras que nunca realizará, como a los bosques de Polonia, aunque acaricie el papel nacido de ellos. Poemas que el autor ha querido que cada uno de ellos tenga “su propio aterrizaje y su despegue”.

Seguramente porque, para Antonio Luis Ginés, escribir también es el viaje por su tiempo y por los espacios, como dice en la pequeña “poética” que le sirve de coda a su vuelo nocturno: Escribo y escribo,/no sé detenerme,/no aprendí a morirme.

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