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Truman Rodríguez

Alberto Rodríguez bajo el cielo de la playa de la Zurriola, en San Sebastián

Marta Jiménez

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Alberto Rodríguez presenta en San Sebastián 'La isla mínima' con ovación de público y crítica

Truman Capote escribió A sangre fría construyendo el relato del asesinato de una familia a partir de los testimonios de los ciudadanos de Holcomb, el pequeño pueblo de Kansas donde ocurrió el crimen. La novela inauguró el género de no ficción. A Capote lo nombra dos veces el personaje de un periodista de El Caso en La isla Mínima, la sexta película del sevillano Alberto Rodríguez y primera española a concurso en la 62 edición del Festival de San Sebastian.

Un filme de género ante el que ayer se rindieron público y crítica en el festival donostiarra, por guardar bajo su estructura “de quién lo hizo” las cloacas de la Transición, las dos españas y la Andalucía profunda. La historia, como la de Capote, se cuenta través de los testimonios de la gente de un pequeño pueblo de las marismas del Guadalquivir, Isla Mayor, y desde el punto de vista de dos policías que investigan un crimen. Estamos en 1980, un año antes del golpe de estado, y uno  de los policías representa el antiguo régimen franquista –interpretado por un enorme Javier Gutiérrez- y el otro –Raúl Arévalo- la incipiente democracia. Rodríguez plantea preguntas, mina el camino de ambigüedad moral y deja las respuestas para el espectador.

La metáfora del lugar es perfecta: la tierra mezclada con un agua que no se sabe si es dulce o salada y en la que viven peces que se adaptan a las dos clases. Rodríguez logra controlar ese intangible en el cine llamado tono. O atmósfera. Aquí, a diferencia de Grupo 7, el tiempo es el del sitio, que discurre de otra manera, por eso el montaje es lento y no frenético. El espectador acompaña el ritmo de la investigación y va hundiéndose en una ciénaga farragosa ayudado por la extraordinaria fotografía de Álex Catalán.

En la trama principal, el asesinato de dos adolescentes, se expone la fragilidad de la mujer en estos entornos profundos, y se intuyen ecos de la novela 2666, de Roberto Bolaño. Aunque para influencias, las del cine negro americano. A la mente de los espectadores de San Sebastián han saltado referencias de la serie True detective –aunque ésta no se estrenó hasta después del rodaje de La isla mínima-, Memories of murder, Arde Mississipi o Seven. Para el director la gran referencia ha sido Conspiración de silencio de Sturges, pero sea como fuere, lo que ha logrado demostrar es cómo el buen cine no tiene patria y  que las pequeñas historias locales pueden ser universales.

A pesar de todo ello, los académicos españoles no la han visto apta para preseleccionarla a los Oscars, cuya candidata se conocerá el próximo jueves. Al día siguiente, la película llegará a los cines de toda España y ya se le augura una carrera internacional por las ventas pactadas en San Sebastián.

De entre los 47 personajes de la película, hay que destacar el del juez Andrada, interpretado con poderío por el cordobés Juan Carlos Villanueva, quien tiene tres importantes secuencias en el filme, lo que podría convertirse en un punto de inflexión en su carrera cinematográfica al haber  logrado trabajar con el director por el que cualquier actor y actriz de este país se muere por rodar.

La isla mínima posee una pequeña parte andaluza en su producción, vía Sacromonte Films y el productor bandera del director, Gervasio Iglesias, quien confiesa que Alberto Rodríguez “es la persona más noble” que ha conocido. Como espectadores sabemos que es uno de los mejores directores  con los que nos hemos topado en Andalucía ¿Sabrá aprovechar tal circunstancia  este sur que nos acoge? La respuesta es un laberinto tan complicado como las marismas del Guadalquivir.

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