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Steve Coleman y la ciencia del lenguaje

El saxofonista Steve Coleman / MADERO CUBERO

Juan Velasco

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Hace unos años, un grupo de científicos del Centro Jonhs Hopkins de Baltimore hicieron un experimento para averiguar qué fundamento científico se esconde detrás de la creatividad, la improvisación y la espontaneidad de los músicos de jazz. El resultado no pudo ser más claririficador: la improvisación es para ellos una forma de conversar que, mientras ocurre, desactiva regiones del cerebro asociadas con la inhibición y la autocensura.

Este jueves en el Teatro Góngora de Córdoba, el saxofonista norteamericano Steve Coleman (Chicago, 1956) dio una demostración de que el jazz es un lenguaje universal moderno con una capacidad de provocación casi intacta. También vino a poner los puntos sobre las íes: Es también una ciencia negra y un legado afroamericano, de ahí que su música y sus conciertos se puedan leer casi en clave política.

En un país en el que la comunidad afroamericana tiene que gritar mucho más para que se le escuche y en el que el jazz combativo apenas tiene espacio, para artistas como Coleman, una de las figuras más interesantes de la música negra del último tercio de siglo, las giras por Europa suponen una tabla de salvación, casi del mismo modo que lo eran en los 60 para las grandes estrellas del género. Por encima del racismo, hoy el jazz complejo tiene que hacer frente al silencio informativo que pesa sobre él.

Y para Coleman, el jazz es un idioma con mil dialectos y variaciones, aunque él lo aprendiera a partir de la espiritualidad de John Coltrane, la pegada de Maceo Parker -saxofonista de James Brown- y la libertad absoluta de Charlie Bird Parker. A partir de esta fórmula, Coleman hizo carrera añadiendo nuevos lenguajes -provenientes de la música latina o africana- y los maridó con géneros como el soul y el funk. El resultado fue su propio movimiento, llamado casi de manera excluyente M-Base (arreglo macro-básico de extemporización estructurada), y que incluyó a todo tipo de artistas, los más famosos Jason Moran, Cassandra Wilson y Meshell Ndegeocello.

No pregunten qué significa M-Base porque para Coleman el impacto es más importante que el significado de las palabras. Ayer dio una muestra. Acompañado de

Jonathan Finlayson a la trompeta; Anthony Tidd al bajo eléctrico; y un desatado Sean Rickman a la batería, el saxofonista de Chicago hizo ciencia negra en directo.

Un concierto complejo con estructuras aparentemente simples

El saxofonista arrancó con un soliloquio en clave templada, un discurso que acabó con un bucle que fue repitiendo varias veces y que, a continuación tomó como base rítmica el bajista. Ésa fue la tónica todo el concierto. El bajista agarraba ese bucle y construía el cimiento sobre el que trabajaba el resto de la banda. El batería -y si creen que los futbolistas se ganan su sueldo deberían ver tocar sin descanso a Rickman durante 2 horas- marcaba ritmos sincopados de una complejidad asombrosa, a veces más funk o otras con más swing, pero nunca iguales- y los vientos empezaban a decir cosas, a veces libremente, a veces encontrando su espacio y hablando al unísono. Todo muy simple, en apariencia, y todo realmente complejo.

Coleman organizaba ese caos con simples pinceladas: A veces actuaba como líder y otras como colchón de viento sobre el que se tumbaba la trompeta. Lo que no hizo fue parar durante una hora. 60 minutos de libertad absoluta. Free Jazz de manual para abrir el festival de Córdoba. Complejo e interesante al mismo tiempo. Pasada la primera hora, vino el primer silencio, la primera vez que el público encontró espacio para un aplauso de verdad, y el arranque de la segunda parte del concierto en la que Coleman y su banda apostaron por estructuras y sonidos de apariencia más amable y digerible, pero igualmente complejos.

Esta segunda hora fue un crescendo bastante memorable que consiguió aguantar al público, una buena entrada en el teatro, que viraba entre el asombro y el desconcierto por lo que escupían los altavoces pero al que no le costaba reconocer la pericia y el talento que atesoran Coleman y los suyos. Como esos flamencos que dan dos taconazos en Nueva York y les llueven las alabanzas, la autenticidad afroamericana de Steve Coleman y Five Elements recibió una gran ovación este jueves en Córdoba, una ciudad a la que le habló de manera compleja, sin inhibición y sin censura, sobre la ciencia del lenguaje jazzístico negro. Porque a veces, la mejor manera de entenderse es sencillamente sentirse.

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