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Silvia Pérez Cruz: Una puñalada en la tormenta

La cantante Silvia Pérez Cruz en su concierto en Pozoblanco

Juan Velasco

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Decía este sábado la cantante Silvia Pérez Cruz que “la música te da puñaladas sin pedir permiso”. Al lado de este cronista, una joven recibió tres a lo largo de la noche. Tres veces la oí soltar el nudo de su garganta, mientras la cantante gerundense hacía sonar parte de un repertorio centrado en dotar de vida alegre a la pena, y preñar de rabia la cotidianidad.

La cantante, compositora y actriz se confesaba engañada ayer. Traía un vestido de lunares que no salió de su maleta y que había paseado por toda la península en un accidentado viaje de 9 horas hacia el sur en tren y coche, con avería incluida, y del que esperaba una calidez atmosférica que no encontró. Halló, sin embargo, el calor de un público que, más que pedirlo, le exigió un bis en pie con una ovación de varios minutos.

“Que bien, Pozoblanco, ¿Dónde estabais?”, bromeó entonces Silvia Pérez Cruz, que en cada interpelación al público deja ver a una artista amable y en perpetuo idilio con la música. La propia y la ajena. Pues este sábado llegaba a Pozoblanco con su espectáculo Vestida de Nit, un proyecto con el que viste canciones propias y ajenas con arreglos virtuosos de un sexteto de cuerdas formado por Elena Rey y Carlos Monfort al violín; Anna Aldomà a la viola; Miguel Ángel Cordero al contrabajo; y Joan Antoni Pich al violonchelo.

Y digo bien sexteto porque a estos cinco fabulosos intérpretes hay que sumar las cuerdas vocales de la cantante, auténticas protagonistas de la velada, a pesar de que dejan, y mucho, respirar a sus músicos, y son un prodigio de calidez interpretativa. Cuenta a su favor que el conjunto le favorece, que lleva prácticamente un lustro girando a través del mundo con él y que se nota que la misma complicidad que tiene con el público, la tiene con quienes le facilitan la vida sobre el escenario, técnicos de sonido -impecable- y luces -sobrio- incluidos.

Eso no resta un ápice de importancia a la cantante que hace tiempo que renunció a la versión más amable de la canción popular y optó por buscar un sonido propio que no llena estadios, pero apuñala corazones. En un año en el que tres de las mejores voces españolas contemporáneas presentaron sus credenciales -Rosalía, Rocío Márquez y María Arnal-, no se ha de olvidar que fue Silvia Pérez Cruz y no otra quien les abrió el camino.

Toda estas conectan con la cantante de Palafrugel en alguno de sus registros. Rosalía con su yo más flamenco; Rocío Márquez con su yo más coplero y, junto con María Arnal, con la visión de una música lírica pero políticamente comprometida; Arnal, además, también gusta de jugar con su voz como instrumento de agitación, capaz de crear espacios aparentemente complejos y fracturados para el público, y que no son sino una transición hacia una explosión de belleza.

Silvia es una y todas. Del mismo modo que es uno y todos los estilos, uno y todos los idiomas. Ayer cantó en español, catalán, inglés y portugués. Otras veces lo hará en francés e italiano, si es allí a donde dirige sus cuerdas. Cerró el concierto, una detrás de otra, cantando a Leonard Cohen -Hallellujah- y a Enrique Morente -Estrella-, para en el bis invocar a Lola Flores con Limosna de Amores, y despedirse siendo ella misma con el sexteto en pie tocando de manera furiosa en una sucesión de crescendos Gallo Rojo, Gallo Negro.

Sacó el puñal y se fue sin más. Y juraría que la joven a mi lado abandonó el Teatro Silo de Pozoblanco y se perdió en la tormenta sintiéndose más feliz en este mundo.

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