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Juan Velasco

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Cuando el artista, arquitecto y diseñador cordobés Juan Serrano (1929-2020) presentó en los años 90 del siglo pasado la reforma del Bulevar del Gran Capitán, la arteria principal de la ciudad, los cordobeses bramaron contra el cielo por su osadía. Y hubo un grupo de vecinos, liderados por una abogado, que, en un gesto típicamente cordobés, hicieron un frente de batalla contra el diseño de las farolas que había planteado el que fuera uno de los miembros de Equipo 57, insistiendo en que tenían que ser de hierro forjado.

La polémica no prosperó. Las farolas que se quedaron en el Bulevar, donde siguen puestas más de 30 años después, fueron las que diseñó el arquitecto cordobés, que ganó aquella trifulquilla desde el silencio. Muchos años después, aquel abogado que con tanta virulencia se opuso a la modernidad en el corazón de Córdoba, se encontró con Juan Serrano en pleno Bulevar del Gran Capitán. “¿Sabes Juan? He estado en Viena, y este paseo podría estar allí perfectamente”, le dijo al urbanista. Serrano entonces se encogió de hombros y le dijo: “Ah, muy bien, ya era hora de que viajaras”.

La anécdota la cuenta la escritora Anna Freixas, compañera durante 40 años de Juan Serrano, mientras señala una réplica a pequeña escala de una de las preciosas farolas del Bulevar del Gran Capitán. Freixas atiende a una docena de personas que, el pasado martes, acudieron a una de las visitas que organiza cada cierto tiempo al estudio en Córdoba de uno de los referentes del arte contemporáneo español y uno de los arquitectos que más desafió las expectativas del urbanismo cordobés.

Dentro del autolaberinto

Cruzar la puerta de entrada al estudio de Juan Serrano es entrar, de golpe, en el mundo de un niño que pintorrejea con lápices de colores los planos de un diseñador o un arquitecto. Para el artista cordobés, la libertad estaba fundamentalmente en el juego. Y el componente lúdico es parte esencial del impacto que provoca visitar su taller, un universo de geometría y diseño abstracto pero funcional, construida a partir de ideas que uno tiene que esforzarse para ubicar temporalmente: bien conocidas para ser ya modernas, demasiado modernas para ser clásicas.

Aunque lo que predomina es el componente que nunca envejece: el lúdico. Todos somos niños cuando jugamos, independientemente de la edad que tenga cada uno. Y Juan Serrano lo sabía. Por eso, entre decenas de maquetas, sillas, mesas, bancos, esculturas, cuadros, lámparas y laberintos, hay notas que invitan a participar. “Autolaberinto, se ruega intervenir”, se puede leer en uno de los dédalos que están almacenados en este estudio, ubicado en la periferia de Córdoba, y que es uno de los dos en los que Serrano estuvo trabajando hasta poco antes de su muerte, en octubre de 2020.

Freixas comentará durante la visita que Serrano estuvo, de hecho, trabajando hasta unos días antes de su despedida en ese mismo espacio que ahora está siendo escrutado por una docena de personas. Ella los invita a manipularlas, en vez de pedir una mirada contemplativa. “Juan hacía las cosas pensando en que la gente pudiera interactuar con ellas”, explica sobre Serrano, antes de sentenciar: “Era muy juguetón”.

Tan juguetón que no siempre era entendido. Una de las piezas más espectaculares de su estudio es una especie de estrella de geometría abstracta que cambia de color mientras se va moviendo. Serrano la presentó a un concurso de ideas que organizó la Comunidad de Madrid para conmemorar las víctimas de los atentados del 11 de marzo de 2004.

La pieza impacta de inmediato. El giro continuo, los colores, las formas; es como si algo hubiera estallado dentro de una construcción de Lego y, el segundo después del estruendo, se hubiera congelado la imagen y siguiera girando y girando...

Juan Serrano tenía 28 años cuando fundó en París Equipo 57 junto a Ángel y José Duarte, Agustín Ibarrola y Juan Cuenca. Aquello fue un antes y un después en el arte español, aunque sus efectos tardaron en notarse. Él siempre aplicó la idea de un arte seductor pero comprometido, capaz de permear la vida cotidiana, el diseño industrial o al urbanismo.

Lo hizo, además, en la misma Córdoba en la que, tres años antes de Equipo 57, fundó el Grupo Espacio, aquel proyecto utópico de arte total que acabó abandonando como rechazo al carácter metafísico que marcaba el escultor Jorge Oteiza, para lanzar un manifiesto contra el mercantilismo del arte y el estancamiento de las formas plásticas, y para propugnar un método de trabajo colectivo, sin personalismos ni autoría individual.

Cualquiera podría pensar que esa huida de la autoría e incluso que la mirada abstracta y esquiva de Serrano, Duarte y Cuenca hacia el arte podría explicar que en Córdoba no exista un museo o espacio permanente dedicado a la memoria de Equipo 57. Lo cierto es que no tiene nada que ver y la ciudad vive un poco de espaldas a este hito, a pesar de que, hace unos años, el público respondió con creces a sus propuestas estéticas cuando el Centro de Creación Contemporánea de Andalucía (C3A) expuso Alhambra, una instalación escultórica diseñada por Juan Serrano y que condensaba en su interior la fórmula que hizo de Equipo 57 referente del arte contemporáneo español.

Los rostros de los niños y los adultos que entraron en aquella pirámide no eran muy distintos de quienes el pasado martes paseaban por el estudio de Juan Serrano. Hay algo infantil en la mirada de aquel que se acerca a la obra de Serrano. Reconforta y causa extrañeza, como los últimos días de un largo verano.

¿Nadie ha contactado contigo para musealizar todo esto? Preguntará el periodista durante la visita. Los ojos de Freixas también tienen un brillo aniñado incluso cuando contesta a la pregunta: “No. Nadie. Yo me tomo la molestia de abrir este espacio dos veces al trimestre para mantener viva la obra y la memoria de Juan. El día que yo me muera no sé quién lo hará”. 

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