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CRÓNICA
Un poeta neoyorquino en Córdoba

Concierto de Elliott Murphy en el Gran Teatro

Aristóteles Moreno

7 de julio de 2024 10:30 h

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Una desnuda armónica y una voz profunda arrancaron anoche al filo de las ocho y media un espléndido despliegue de rock sureño y folk americano en uno de los conciertos más sugerentes de la 43 edición del Festival de la Guitarra. Medio siglo después de su irrupción en la escena neoyorquina, Elliott Murphy conserva todo su vigor creativo y así lo demostró ante un Gran Teatro absolutamente rendido.

El cantautor, poeta y escritor estadounidense se subió al escenario arropado de una banda compacta, perfectamente engrasada, y en casi dos horas pletóricas repasó la biografía musical de uno de los artistas más genuinos, convincentes y fieles a sí mismo de su generación. A sus 75 años, Elliott Murphy aún derrocha autenticidad y frescura. Y una a una fue desgranando sus composiciones vitamínicas, bañadas por un sonido acústico impecable, extraordinariamente interpretado por sus tres acompañantes, que rayaron a gran altura.

Elliott Murphy salió respaldado por un cuarteto eficaz, que sacó brillo a su voz cavernosa y a su austera manera de entender el folk rock americano de los setenta. Olivier Durand volvió a demostrar por qué es el guitarrista idóneo del poeta neoyorquino y exhibió una vibrante coordinación con la violinista Melissa Cox. El percusionista Alan Fatras sacó petróleo de la batería más jibarizada del circuito, que no echó en falta el acompañamiento rutinario del bajo.

El recital vivió momentos sublimes. Particularmente emocionante fue la interpretación de A touch of kindness, uno de los hitos musicales del artista, donde Durand explotó todo su talento instrumental armado de una simple guitarra acústica. La versión del clásico Summertime en la garganta aguardentosa de Elliott Murphy sonó arrastrada, melancólica y excitante.

El creador neoyorquino mantiene intacta su aureola de poeta acústico del rock. Coetáneo de la generación de Tom Petty, Neil Young y Lou Reed, y tributario de la visionaria obra de Bob Dylan, el novelista y compositor americano ha cimentado su sólida carrera artística a lomos de su sobria voz y fuera de los focos. Elliott Murphy no tuvo el reconocimiento que su calidad literaria y sus turbadoras melodías merecían.

Se estrenó en 1973 con Aquashow y ya se reveló como un convincente narrador de historias y buceador introspectivo. Fue telonero de nada menos que BB King o Muddy Waters y pronto se convirtió en un músico reverenciado por REM, Elvis Costello y Bruce Springteens, con quien mantuvo una fértil relación humana y creativa, que aún perdura.

Reputado artista culto y compositor inteligente, en los ochenta aparcó su trayectoria musical durante dos años para buscarse la vida como abogado en un bufete neoyorquino, tal como confesó a Cordópolis en una excelente entrevista publicada esta misma semana. A finales de los setenta cruzó el Atlántico para darse a conocer en Europa y en 1984 apareció por primera vez en España de la mano del mítico programa televisivo de La Edad de Oro, dirigido magistralmente por la gran agitadora de la modernidad Paloma Chamorro.

En 1989 se afincó en París, donde ya lleva residiendo 35 años. En octubre pasado su prolífica biografía artística cumplió ya 50 años y 3.000 conciertos por medio mundo. Es admirador incondicional de Paco de Lucía y mantiene su radar abierto a contaminaciones e influencias. “Es humillante contemplar a guitarristas flamencos”, confiesa rendido ante la técnica vertiginosa de los jóvenes instrumentistas andaluces.

Con 35 títulos en el mercado, Elliott Murphy abandonó la tiranía de las discográficas para adentrarse en la producción independiente y es un declarado defensor de las plataformas musicales, singularmente Spotity. Sobre el escenario, lidera una sobria, pero contundente banda, donde brilla con luz propia el guitarrista Olivier Durand. Su última novela (Dorothy y el descubrimiento de América) ha sido editada por la cordobesa Almuzara.

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