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Melancolía motorizada en Hangar

Distorsión argentina: Él mató a un policía motorizado.

Pilar Montero

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Domingo por la tarde. En mitad de una luz hermosa de sol de febrero recibes un WhatsApp de tu novio, novia, o lo que sea que hayas tenido hasta ese fatídico momento. Se acabó. El atardecer se está riendo de ti y de tus sentimientos. No hay salida para tanta angustia en mitad de la ciudad. Tu plan inmediato es volver a casa a llorarle a la almohada, pero entonces descubres que Él mató a un policía motorizado tocan en la sala Hangar a las 20:30, y no te parece un mal plan.

El garito está a rebosar. Tú y tu alma destrozada os arrastráis con un tercio hasta la primera fila para tratar de encontrar en el público sudoroso el calor que ya nunca te darán. Entonces ese argentino grandote de pelo desgreñado se sube al escenario con su bajo, seguido de Guillermo Ruíz Díaz a la batería, Manuel Sánchez Viamonte a la guitarra, Gustavo Monsalvo a la otra guitarra y Agustín Spasoff a los teclados. Tras ellos se dibuja una galaxia en movimiento. Suenan los primeros acordes. Aún podría entreverse la esperanza de algún cambio determinante en tu estado emocional.

La Cobra sirve como primer calentamiento de los cuerpos expectantes, que han ocupado la sala hasta casi su límite. No es un mal comienzo, pero la mayor parte del público ha venido para adentrarse en la propuesta estética y sonora del último disco de la banda, La otra dimensión. Por eso, cuando suena La Noche Eterna hay una exaltación generalizada. A este tema le sigue El Perro, la historia de un niño que ha perdido a su mejor amigo peludo, al que busca sin tregua. Santiago motorizado canta: “No te vayas de mí, ya no quiero estar solo”. Suave como una noche de verano, a ti se te parte el alma. Esos versos unidos a las progresiones sonoras, a los teclados, te llevan a pensar en el perro como una metáfora de tu propia actitud hacia el amor.

Estás a punto de dejar escapar una lágrima, pero el grupo empieza a tocar la canción más aclamada del disco, El Tesoro y en segundos tu pena se transforma en alegría amarga. Ves a los protagonistas del equivalente videoclip. Por una suerte de prodigio mágico, los adolescentes se presentan a tu lado, con sus gafas de sol y sus espadas de caballeros templarios, y bailan y bailan y bailan… Regresas a la infancia. Pasa por tu mente la posibilidad de volverte a enamorar. Quizá sea posible. Quizá el desamor no sea tan malo. “La depresión cinética, la depresión cinética”… Canta Santiago motorizado.

Tus compañeros de saltos y sudor han enloquecido. El vocal se limita a responder con un pulgar alzado al aire y un escueto “grasias”. Tú no necesitas más. Sabes que esta noche no está hecha para conversaciones. Mejor dejar a la música hablar por sí misma. Ahora suena Nuevos Discos, de un trabajo anterior de la banda, La Dinastía Escorpio (2012), del que también han decidido incluir El Fuego que hemos construido. Tú prefieres que los argentinos dejen de mirar atrás y continúen desarrollando el nuevo disco. Parecen haber escuchado tus plegarias porque entonan Excálibur y El mundo extraño con una intensidad inusitada.

Cierras los ojos. Te dejas llevar por la perfecta sincronía entre bajo y batería, la voz grave y envolvente de Santiago. Bailas contoneándote a los lados. Has escapado del tiempo presente. Estás flotando cerca de los planetas de otra galaxia, una en la que no existen los ex, ni el dolor. Para colmo, ahora suena Fuego y su mantra se clava en lo más hondo de tu ser. “Te fuiste y dónde estás ahora. Perdóname”. En ese momento estás convencido de ser la criatura más solitaria de la tierra. Recuerdas haber experimentado algo similar en un concierto de Los Planetas. Abres los ojos y reparas en que el grupo de Jota está implantado en la camiseta del batería.

Entre el furor de los presentes tú te has abandonado ya por completo gracias a Más o menos bien, Ahora imagino cosas y Chica de oro. Se avecina la apoteosis final. Desde el público piden más ruido. Pedid y se os dará. Colisión tremenda de distorsiones de guitarras y teclados. Apenas recuerdas tu nombre, el motivo que te trajo allí. Has asumido por completo los mantras del desamor, la pérdida, la melancolía, el miedo, la soledad y el abismo. Te pones de puntillas y te arrojas sin miedo a ese abismo. Los culpables de tu transformación espiritual, tan impasibles como al principio, con su particular parsimonia, se despiden.

Santiago Motorizado, como un profeta, levanta el brazo, hace unos movimientos sutiles con él y declara: “Grasias por venir y nos veremos a la próxima… A la próxima…” Sales a la calle. Lloras como no lo habías hecho nunca. Te desnudas por dentro. Has renacido. Limpio por dentro, te reconcilias al fin con la travesía turbulenta del amor. Hasta te planteas montar tu propio grupo de noise pop-rock inspirado en bandas de los setenta. Tu único impedimento es no ser argentino de nacimiento.

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