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CRÓNICA

Quién mejor que un loco para vencer a otro loco

'La máquina de Turing'.

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La historia puede llegar a ser injusta. Un hombre que ha salvado a occidente puede ser víctima de réprobo por sus conductas sexuales. Este es el punto motor de la obra que vimos anoche en el Gran Teatro de Benoit Solès, titulada La máquina de Turing, y que se inspira a su vez en la obra del matemático Andrew Hodges, un relato presto y envolvente sobre las sombras de uno de los padres de las Ciencias de Computación, Alan Turing.

La obra transcurre con constantes saltos en el tiempo, que nos introducen en el mundo de un genio recluido de la sociedad. Personaje adusto pero no falto de sensibilidad, alberga una mente prodigiosa que logró descifrar los mensajes encriptados de los nazis y así adelantar varios años el fin de la guerra. Pero al poco tiempo es sentenciado al cometer actos “indecentes” tras ser descubierto con otro chico. 

Para darle vida Daniel Grao (HIT, Perdida) hace una correcta creación del personaje, aunque por momentos está más cerca de la parodia que del matemático que nos ayudó contra la brutalidad nazi. Por su parte Carlos Serrano (El secreto de Puente Viejo) en un gran esfuerzo trata de dar vida a varios personajes que confluyeron en la vida de Turing, pero que sin dudas se queda en apenas varios bocetos desdibujados y sin mucha gracia. 

En definitiva la propuesta del director, Claudio Tolcachir, no llega a cumplir la expectativas ya que cae en redundantes clichés interpretativos, archiconocidos elementos melodramáticos que no enganchan y que pierde la oportunidad de contar una gran historia para caer de nuevo en una obra más cercana a una película palomitera de Netflix que a lo que una obra de teatro se deba exigir.

En este ámbito, cabe resaltar que la curva dramática está pasada por una raspada melosidad y no ahonda en el auténtico sufrimiento de Alan Turing, pasando por sus conflictos internos, ya no de puntillas sino, de forma intrascendente.  

Y aunque el Gran Teatro, se puso en pié al acabar la función se sentían ciertamente huecos muchos aplausos. 

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