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13 de noviembre de 2025 19:59 h

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La muerte de Antonio Fernández Díaz, el cantaor flamenco más conocido como Fosforito, no solo supone el epitafio a un estilo de arte jondo del que apenas quedan vivos unas pocas leyendas. También es el punto y final a una carrera que, aunque estuvo consagrada al conocimiento enciclopédico del flamenco, supo trascender el género que dominaba con total perfección para colarse, a veces sin él quererlo, en la música popular o en la música de vanguardia.

Fosforito era, en sí mismo, un canon. Un canon como lo eran Enrique Morente o Camarón de la Isla. O como cada vez lo va siendo más El Pele, acaso el último cantaor de raza que queda. Pero, además, Fosforito era letrista, compositor, tocaor y divulgador. Vivía por y para el flamenco, que le abrió la puerta grande en Córdoba, cuando se impuso como un ciclón en la primera edición del Concurso Nacional de Arte Flamenco, un certamen que justo estos días celebra su 24 edición.

“Fosforito, desde que gana en Córdoba, fue primera figura. Y ya no se bajó de ahí hasta que, por la edad, ya no pudo dedicarse profesionalmente a cantar. Pero siempre fue una estrella”, cuenta el musicólogo Faustino Núñez, en una charla con Cordópolis. Cuando Núñez habla de Fosforito, lo hace como quien recuerda a un maestro, pero también a un amigo.

“Se nos va un grande, grande de verdad”, dice con emoción el musicólogo, quien compartió con Antonio Fernández Díaz largas conversaciones, escenarios y noches de cante. “Ha dejado una huella bestial en el arte, y eso es irreemplazable. Nos queda su obra, sus enseñanzas, su escuela y todos los que se inspiraron en él. No todos los artistas pueden decir lo mismo”.

Fosforito, en la portada de su primer disco oficial

Personalidad, compás y curiosidad

Núñez, que lo trató durante décadas, subraya algo que define la singularidad del cantaor pontanés: “Tenía una personalidad en la voz que era inconfundible. Daba igual lo que cantara: a la primera sílaba sabías que era Fosforito. Pero es que, además, lo llamativo era su inusitado sentido del compás. Era un hombre que parecía criado en la misma Cádiz, en la Bahía, en Jerez... Que no es que en Córdoba no tengan compás, sino que llamaba la atención como un cantador córdobés estaba tan pasado de compás”.

A eso, le suma su dominio del repertorio y su curiosidad casi enciclopédica. Todo eso lo convirtió, dice Núñez, en un “cantaor larguísimo”. “Tocaba la guitarra, sabía de baile, de acompañamiento… Tenía todo lo que debe tener un artista. Y encima fue un hombre inquieto, con una vena de investigador, como Manolo Sanlúcar. Le apasionaba la historia de la música y los elementos musicales del flamenco. Siempre estaba aprendiendo, y enseñando”, remata.

Para el musicólogo gallego, Fosforito pertenece a una generación en la que “la personalidad era imprescindible”. “Fosforito fue de los últimos que mantuvieron esa idea de que el cante es, ante todo, identidad”, apostilla el investigador. Esa identidad está en su voz —honda, flexible, rigurosa—, pero también en su concepción del estilo. Núñez insiste en una idea que resume bien su influencia: “Fosforito no hacía versiones, hacía variantes”.

A partir de su trabajo sobre los cantes más tradicionales —tarantos, soleá apolá, malagueñas o seguiriyas—, el maestro de Puente Genil dejó una impronta tan reconocible que muchos de sus giros se confundieron con lo “tradicional”. “Le pasa lo mismo que a Enrique Morente —dice Núñez—. Hay gente que canta tangos de Enrique y cree que son de toda la vida. Con Fosforito ocurrió igual: lo suyo se volvió escuela”.

Fosforito y Paco de Lucía.

El canon del cante y una antología irrepetible

Entre los hitos de esa escuela está la Antología del cante flamenco que grabó con Paco de Lucía en los años setenta. Para Núñez, se trata de un “canon”, una obra fundacional que no siempre recibe el reconocimiento que merece. “Se grabó en dos o tres tardes, del tirón. Cincuenta cantes, creo que hicieron. Pero es que Fosforito y Paco se conocían muy bien, estaban en plenitud, y lo dieron todo. Es un monumento al cante y a la guitarra flamenca”.

Aquel disco selló una amistad y una etapa irrepetible: el encuentro entre el rigor tradicional del pontanés y la modernidad instrumental del joven guitarrista algecireño. Fosforito, que ya era primera figura desde que ganara el Concurso Nacional de Córdoba en 1956, consolidó así su posición como uno de los grandes transmisores del flamenco clásico en tiempos de cambio.

“Un faro para quienes amamos el cante”

Desde otra generación, la cantaora Rocío Márquez también lamentaba la muerte del maestro. La cantaora contestaba al requerimiento de este periódico aquejada de afonía, pero mandaba un texto por Whatsapp por sus ganas de subrayar la dimensión referencial del maestro: “Su voz —impecable, honda y llena de raíz— fue siempre un faro para quienes amamos el cante, un guardián del flamenco más auténtico que iluminó a generaciones”, señalaba la cantaora.

“Escuchar hoy su Misa flamenca o su Antología es volver a sentir el temblor de una verdad que no caduca. Para quienes venimos después, su ejemplo sigue siendo un norte: el de un artista que supo elevar el flamenco con cada nota”.

Márquez no es la única en subrayar esa huella. El onubense Arcángel, en un mensaje en redes sociales, hablaba de un “vacío grande en todos los aspectos. En lo personal, en lo artístico y en lo flamenco. Nadie como él ha profesado un amor tan profundo y verdadero al arte”.

Jota, de Los Planetas, con Fosforito

Un legado más allá del flamenco

El impacto de Fosforito, sin embargo, no se limitó al ámbito del flamenco. Su huella, quizá sin proponérselo, alcanzó territorios impensables. El grupo Los Planetas, referencia del indie español, lo reivindicó de forma explícita en su disco La leyenda del espacio (2007). En temas como Si estaba loco por ti, Jota recreó su cante, y en Alegrías del incendio, uno de sus grandes hits, compartió incluso créditos compositivos con él, pues la huella era evidente. Esa conexión entre el flamenco más ortodoxo y la experimentación sonora del pop alternativo ilustra la capacidad del maestro pontanés para trascender géneros y generaciones.

Curiosamente, ambos, Jota y Fosforito, compartieron a principios de este siglo una charla que recogió la revista Boronía, dirigida por el periodista cordobés Gabriel Núñez Hervás, en la que el músico granadino evocaba la primera canción que escuchó del cantaor: los tangos Quiero ser libre. Un tema que, sin embargo, para la mayoría de los españoles, es un himno de pop gitano, porque en eso lo convirtieron Los Chichos cuando tomaron prestado el estribillo que había escrito el maestro cordobés.

Desde otra orilla estética, el Niño de Elche —uno de los artistas más iconoclastas del panorama actual— reconoce la influencia de Fosforito en su obra. El cantante se entera de la muerte del maestro cordobés por este periódico, y su lamento es sentido, pese a reconocer que la admiración que él sentía por Fosforito no era correspondida. “Tuvo la mala suerte de escucharme en un festival flamenco hace dos o tres años. Lógicamente, se levantó sin decir nada. Seguía pensando que lo mío era una broma, que no entendía nada, cosa que puedo comprender”, ironiza el cantante, que, curiosamente, ha sido de los que más ha reivindicado públicamente a Fosforito en los últimos años.

No solo en el programa de radio que ha comandado desde hace años, sino que en su disco Mausoleo de celebración, amor y muerte incluyó una alboreá inspirada directamente en un cante incluido en el disco A mi tierra Córdoba. “Me parece un trabajo muy poco reconocido por la afición, y para mí es primordial: lo escucho al máximo para aprender cómo se acompañaba. Es un disco que todavía me emociona”.

Para Niño de Elche, la figura de Fosforito fue “muy relevante” tanto para la generación anterior a la suya como, en menor medida, para su generación. El cantaor alicantino subraya que el maestro pontanés, junto al Lebrijano, “estableció unos códigos estilísticos que marcaron tendencia en una época posmairenista, en la que las fórmulas rítmicas se impusieron sobre las melódicas”. A su juicio, aquello “cambió la manera de entender el compás en el flamenco” y consolidó un modo de cante “muy rítmico”, que él mismo considera una de las grandes aportaciones del maestro.

Su visión de la discografía de Fosforito es igualmente analítica: “Me parece una de las más interesantes del flamenco. Fue un artista que entendió muy bien el valor de los derechos de autor, y por eso compuso la mayoría de sus cantes. Más allá de la calidad de su poesía, comprendió pronto el sistema y supo moverse en él”. Niño de Elche destaca además su “vocación antológica”, pese a que no contara con una gran amplitud vocal: “Demostró que, con conocimiento y repertorio, se puede usar la voz con inteligencia. No tenía una facultad melismática prodigiosa, pero le sacó partido a su timbre y personalidad hasta conseguir una identidad única. No era una voz fácil, pero conectó con el público”.

Fosforito, en el centro flamenco que lleva su nombre en Córdoba

La huella de un divulgador

Fosforito fue, durante más de medio siglo, un referente absoluto del cante. Premio Nacional de Cante Flamenco, primer ganador del Concurso Nacional de Córdoba, poseedor de la Llave de Oro del Cante —galardón que comparte con Mairena, Caracol, Camarón y Tomás Pavón—, su trayectoria no puede entenderse sin su voluntad de conocimiento. “Era un hombre que no paraba, activo, didáctico, generoso”, recuerda Faustino Núñez.

“Tenía expresiones antiguas, giros de los flamencos viejos, una forma de hablar que te enseñaba sin proponérselo. Era un tipo formidable”, sentencia el musicólogo, destacando su faceta de divulgador, ya en sus últimos años, en los que tuvo que dejar de cantar. Sobre ella, Niño de Elche también opina con interés: “No era un historiador ni un intelectual en sentido académico, pero su mirada aportaba algo de claridad dentro de los movimientos conservadores del flamenco”.

Un género, el flamenco, que es emblema de un país en el que, a menudo, se olvida a sus propios gigantes. “A veces se tiene una memoria muy finita”, lamenta Núñez, a cuenta de su amigo, pero también de Caracol o Valderrama, que grabaron en su día antologías como las que registró Fosforito con Paco de Lucía.

Pero en el caso de Fosforito, su nombre sigue vivo no solo por los discos o los premios, sino por lo que quiso enseñar (con mayor o menor éxito, pues sus seguidores más acérrimos no son precisamente los más abiertos). A saber: que el arte no consiste en repetir, sino en transformar. Que la raíz no está reñida con la búsqueda. Que el cante, cuando es verdadero, no envejece. Fosforito, efectivamente, no hacía versiones, hacía variantes. Y con ellas, escribió una parte esencial de la historia del flamenco. Y después, se hizo canon para los neófitos.

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