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Liudmyla Diadchenko, poeta ucraniana: “La cultura no puede hacer nada para detener la guerra”

Liudmyla Diadchenko

Juan Velasco

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La poeta Liudmyla Diadchenko (Kiev, 1988) esquiva el término varias veces antes de pronunciarlo: “acostumbrarse”. La rueda de prensa lleva un par de minutos y ya se le está preguntado por su situación ante la Guerra de Ucrania. Y ella responde directa que le resulta difícil hablar de ello, aunque lo acabará haciendo durante casi media hora. Sólo al final, cuando relate la historia de unos drones que cayeron en casa de sus vecinos hace apenas un mes, dirá la dichosa palabra: “De alguna manera el cerebro parece acostumbrarse, aunque sea poco a poco”.

Diadchenko ha visitado por primera vez España este jueves, que aterrizó en Madrid, para viajar este viernes a Córdoba, donde ha participado en el festival Cosmopoética. La suya es una poesía mucho más centrada en la belleza y la sofisticación de la palabra que en el mensaje político, que nunca ha practicado y que, visto lo visto, no tiene intención de practicar en el futuro próximo, pues asegura que no está en sus planes escribir un verso sobre la guerra que viven ella y sus compatriotas.

Simplemente hablar de la guerra ya le resulta agotador: “Es difícil, no porque sea un tema emocional, sino porque es difícil hablar de algo que está por encima de los sentimientos”, dice, con un tono que refleja la resignación de quien ha vivido en constante incertidumbre durante casi tres años. Diadchenko, de hecho, proviene de una familia que ya conocía los horrores de la guerra, pues su padre luchó en Afganistán. Aun así, admite que vivir la guerra en su propio país ha sido una experiencia completamente distinta. “Pensaba que sabía lo que era la guerra, pero me di cuenta de que no tenía ni idea”.

El ruido de los aviones

Es entonces cuando comienza a desvelar algunos fogonazos, como las noches de los primeros dos meses, en los que, cuando conseguía conciliar el sueño, la despertaban sonidos que nunca eran amenazas hasta entonces. De repente, un zumbido de un avión se había convertido en un posible avión militar. O como cuando tuvo que refugiarse en una estación de metro y reflexionó sobre cuál de las dos peores salidas era la mejor: ¿la captura por parte de los soldados rusos o un misil que lo destruya todo? “Me di cuenta de que prefería ser bombardeada a ser capturada y probablemente torturada”, explica la escritora, que ha relatado también el dolor que sintió cuando su mejor amigo, un profesor de universidad, fue asesinado en el frente.

Historias que ha vivido una creadora que no ha querido escribir sobre el sufrimiento. “Hay demasiado dolor en la vida real y no quiero añadir más con palabras espirituales”, confiesa, al tiempo que subraya que escribir sobre la guerra requiere tiempo, un proceso de asimilación que aún está en curso. 

En este ámbito, sostiene que el tiempo selecciona las obras que realmente tienen valor“, e ironiza con quienes hoy escriben sobre su guerra sin vivirla en primera persona. ”La guerra se convertido, de algún modo, en un tópico romántico“, se cuestiona. Sin embargo, para ella, la guerra no tiene nada de inspirador. ”Cuando ves trozos de carne colgados de un árbol o en la calle, es algo completamente diferente“.

La guerra también le robó su capacidad de escribir durante nueve meses. “Estás vacío, no tienes energía para compartir”, afirma una autora que sólo volvió al folio en blanco cuando asesinaron a su mejor amigo, aquel profesor universitario que meses antes de morir le había escrito en un email: “Vete de aquí, vive tu vida”.

El papel de la cultura

A pesar de todo, nunca ha considerado abandonar Ucrania. “Es agradable visitar lugares donde se vive con normalidad, pero nunca me iría”, asegura. La guerra, paradójicamente, ha profundizado su conexión con su tierra natal, un sentimiento que antes no sentía de la misma manera. “Es extraño, pero en algún momento sientes una conexión que te impide irte”, reflexiona la poeta, que tiene claro que la cultura no puede hacer nada para detener la guerra.

“Es una pregunta un poco inocente”, manifiesta la escritora, que ahonda en la cuestión: “Para hacer la guerra solo se necesitan armas, no talento. Para el arte debes tener talento e inspiración. La cultura y la guerra son dos mundos diferentes. De hecho, la guerra es la antítesis de la cultura”.

Y para ejemplificarlo cuenta otra historia, la de un grupo de soldados que entró en un piso y se puso a robar todo lo encontraban: “Se llevaron dinero, joyas, electrodomésticos, comidas e incluso ropa interior. Pero ninguno se llevó los libros o los cuadros que había en aquella casa”. 

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