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El juego de matrioskas de Don Quijote

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Manuel J. Albert

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Ron Lalá lleva a escena en el Teatro Góngora una arriesgada y fiel representación de la obra de Cervantes llena de música y poesía |

Literatura dentro del teatro. Actores que se vuelven personajes de novela. Protagonistas que narran una historia en la que cuentan cómo se escribe un libro. Un título que está siendo representado en escena a base de múltiples pasajes que funcionan como cuentos independientes. Prosa dentro de prosa, cantada en verso a lomos de artificios de luz, música e imaginación. Metaliteratura. Metalenguaje.

Metateatro, si es que existe. Y si no existe, ya lo ha inventado la compañía Ron Lalá en su última producción que anoche pudo verse en el Teatro Góngora. Porque En un lugar del Quijote, donde asumen el reto suicida de comprimir en dos hora de función los dos tochos de la obra de Cervantes, no es sino eso: un juego de matrioskas que entran y salen para volver a entrar en un aparente caos que esconde un perfecto y milimétrico orden.

Cinco actores incansables, expresivos y de voz y dicción envidiables, dan vida al universo de la Mancha del siglo XVI que Cervantes ideó para Don Quijote. Cinco actores para un enorme elenco de personajes que, a la fuerza, se reduce -“hicimos un ERE”, cantan al final de la obra- para garantizar la fidelidad y dar sentido y continuidad a la representación. Pero el puñado de cómicos se multiplica por 100 a ojos de los espectadores gracias a una preciosa puesta en escena con las páginas que escribe Cervantes como elemento principal. Y los libros de caballerías que enloquecen al hidalgo como excusas para dar forma a sus delirios de caballero andante. Un giro más en la metaliteratura. Otra vez.

El libreto es complejo en extremo y usa los versos del Siglo de Oro junto a pasajes literales de la novela para trufarlos con guiños actuales -divertidísimos son los demenciales y disléxicos refranes de Sancho-. Y todo ello, junto a unos momentos musicales -verdadera seña de identidad de la compañía- que aceleran el ritmo frenético de una representación que, por otro lado, nunca decae. Ni siquiera en los momentos más oníricos, donde el escenario entero se convierte en una representación de dos seseras en constante ebullición: la del Caballero de la Triste Figura y su -casi- alter ego en las tablas, el Manco de Lepanto.

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