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Infectados de Cervantes

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Manuel J. Albert

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Existe una enfermedad de cuya descripción y diagnosis no es responsable la ciencia, sino la comedia. El paciente 0, su primer portador, aquel que la propagó, fue un español miserable, manco y escritor. Se hizo llamar Miguel de Cervantes y, en su honor, a este virus, cervantina se llamó. Sus síntomas son graves: hace pensar cuerdamente, humedece la sesera y despierta en el portador un ansia de libertad que tampoco se reseca. Anoche, el auditorio del Gran Teatro de Córdoba fue inoculado con este mal. Los culpables, Ron Lalá.

Cervantina. Versiones y diversiones sobre textos de Miguel de Cervantes es la última inmersión de la compañía teatral en el universo del padre de las letras españolas. A 400 años de su muerte, dramaturgos, escenógrafos y actores vuelven a poner sobre las tablas a quien ya asomó en su anterior montaje, En un lugar del Quijote; un escritor a quien le asaltaron las musas a lo largo de toda su vida y que, en la obra, aparecen como una suerte de Mefistófeles que va comprando el alma de don Miguel a medida que le entrega cada uno de sus libros. Un diablo que, de paso, le explica al veterano de Lepanto el triste sino que le espera: morir pobre y condenado a que todo español guarde en un anaquel al menos una de sus obras, con mucha suerte, solo a medio leer.

Don Quijote de La Mancha, El celoso extremeño, El coloquio de los perros, El hospital de los podridos, El licenciado Vidriera, El retablo de las maravillas, El viejo celoso, La Galatea, La gitanilla, Novelas Ejemplares, Persiles y Sigismunda, Rinconete y Cortadillo y Viaje del Parnaso. Todos tienen cabida en esta hora y media de frenesí a ritmo de musical -marca de la casa de Ron Lalá- en la que los cinco actores dan vida a unos ocho personajes cada uno. A cada cual más desternillante. A cada cual más moderno.

Han pasado cuatro siglos desde que la pluma de aquel recaudador de impuestos de Andalucía -al que no siempre le salían las cuentas- pariese a esa legión de individuos diseñados para romper arquetipos. Y prácticamente todos ellos siguen vigentes en la actualidad dando vida a sentimientos y comportamientos idénticos hoy a los del siglo XVI. Los celos, el maltrato, la envidia, la indiferencia, el machismo, la codicia, la incultura...

Teselas de un mosaico con el que Ron Lalá hace el retrato más cariñoso posible a don Miguel de Cervantes. Un poliedro que les sirve, además, para azotar varias collejas. Unas cuantas a los españoles. Y una concreta a España, un país en el que -como recuerdan al final de la obra- para celebrar al escritor en su cuarto centenario, antes que leerlo, “prefiere buscar su osario”.

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