Eduardo Manzano: “El mito de las tres culturas oculta el conocimiento real del Califato omeya”
Eduardo Manzano, profesor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha querido dibujar una radiografía del esplendor y las miserias de un imperio en su último ensayo, titulado La corte del califa. Cuatro años en la Córdoba de los omeyas. Un trabajo construido a partir de un extracto de las crónicas de la corte que escribió un funcionario de la corte, Isa al-Razi, entre junio del 971 y julio del 975.
Un periodo concretísimo en la historia de una enorme ciudad que, según este investigador, se enseña poco y mal en las clases de historia, mientras las autoridades casi permiten que se generen a su alrededor una serie de mitos y leyendas que, más que brillar, entorpecen el acercamiento a la realidad.
La Córdoba omeya de Al Hakam II era, según el relato de Manzano, un enorme sistema urbanístico y social al que por el norte empujaban los reinos de Castilla, y por el sur los califatos que se consideraban más puros, mientras la corte del Alcázar se iba llenando de intrigas. Todo ello, al tiempo que los millones de dinares entraban y salían de sus callejuelas en impuestos, y se construía una sociedad en la que hubo una cuanto menos curiosa coexistencia.
PREGUNTA. Cuéntame un poco la historia de los textos de Isa Al Razi.
RESPUESTA. Bueno, es una crónica que se conocía desde hace tiempo, que había tenido una historia muy accidentada. Es un manuscrito que se copió a finales del siglo XIX. Lo copió un arabista español en Costantina, en Argelia, y gracias a eso se ha mantenido porque poco después la biblioteca de donde lo cogió se dispersó. Así que después se editó y lo tradujo García Gómez y tuvo una serie de peripecias. Pero lo interesante de este manuscrito, que en realidad es un fragmento de 130 folios de algo que debía ser bastante gordo, es que no se había estudiado nunca en conjunto. Los investigadores lo conocían, pero a mí lo que me interesaba es hacer una radiografía del Califato de Córdoba en estos cuatro años que cubre el manuscrito,. Qué es lo que está pasando ahí y que nos cuenta este cronista que es un testigo presencial de los hechos.
P. ¿Y qué cuenta?
R. Pues por ejemplo, la primera noticia es que muestran a un tipo que ha cometido un delito justo en frente de la Mezquita y lo exponen ahí en público. Eso es lo primero que sabemos, pero no sabemos ni quién era el señor ni quién era lo que había hecho, con lo que te ves transportado de golpe y porrazo a la Córdoba del año 971. Y, a partir de ahí, 130 folios con una información muy detallada de lo que está pasando en Córdoba en el califato de Al Hakam II, que además es un momento de mayor esplendor.
P. ¿Era habitual que hubiera un cronista tomando datos de la época?
R. Pues posiblemente sí, porque el Califato necesitaba tener una memoria. De lo que hacía el Califa, de qué tiempo hacía, porque eso era importante para las cosechas. Es decir, los anales de este cronista funcionan como la memoria del califato.
P. ¿Y qué dice el manuscrito de Al Razi, qué se sabe de este hombre?
R. Se sabe muy poco de él. Pertenecía a una familia que procedía de Persia. Era nieto de un mercader que, después de muchas peripecias comerciando entre Al Andalus y el Norte de África se quedó aquí y murió aquí. Y tuvo un hijo que se llamaba Ahmad, que también era historiador, y posiblemente hacía una labor similar a la que hizo Isa Al Razi, que es secretario del Califato.
P. ¿Y cómo era la Córdoba a la que servía?
R. Pues era una Córdoba muy viva, muy dinámica, frente a la idea que tenemos de una sociedad muy estática y solemne. Es una ciudad en la que pasan muchas cosas tanto en la superficie como por debajo. Es un gran centro de poder que centraliza muchos recursos que llegan a Córdoba. 4 o 5 millones de dinares anualmente en impuestos, lo cual es una barbaridad. Y era un centro que redistribuye entre algunas capas, haciendo una especie de efecto fuente que va a llegando a capas mayores de la población. Y eso explica también el gran crecimiento urbano que tiene Córdoba en esta época.
P. Claro, su urbanidad quizá sea muy llamativa.
R. Es sin duda una de las cosas que más me ha impresionado de este periodo. Porque se sabía que era grande, y a veces se dan unas cifras un poco altas, de un millón de habitantes, que es una barbaridad. Pero las excavaciones que se están haciendo en los arrabales tanto orientales como en el norte están poniendo de relieve un urbanismo impresionante y sobre todo muy bien diseñado, con unas calles muy bien planificadas y que se extiende casi hasta Medina Azahar.
P. Y que no tiene símil ni con la Córdoba romana.
R. No no no… Ya no es una ciudad clásica. Es una medina islámica clásica típica, con sus arrabales, con sus mezquitas… Fíjate, las fuentes dan cifras de mezquitas muy altas y yo siempre había pensado que eran muy exageradas. Y lo son. Pero yo he podido identificar unas cien mezquitas perfectamente, y es una barbaridad. Pero si lo piensas tiene sentido.
P. ¿Y qué cuenta del Califa este notario?
R. Él fíjate, es una de las cosas más interesantes… Siempre se ha pensado que es un califa ausente, que vive encerrado en Medina Azahara y no. Es un califa que se muestra bastante, que de repente visita un lugar en Córdoba y va por las calles y la gente le ve. Tiene un día en el que, yendo a caballo, descubre que hay muchas apreturas en una calle y decide ampliarla para que la gente no esté tan apretada porque incluso llega a ser peligroso. Es un califa que va a la mezquita con frecuencia los viernes y allí la gente lo puede ver.
Y luego es un personaje muy culto, apasionado de la arquitectura, y una persona muy imbuida de su papel como califa. Le encantan las grandes procesiones, las grandes recepciones, la gran pompa que rodea la gran corte de Medina Azahara. Y luego es un hombre un poco atormentado. En este periodo empieza a tener muy mala salud y desea que le suceda su hijo. Y resulta que su hijo es menor de edad, y el califato prohíbe que un niño sea califa. Esto genera una serie de intrigas en la corte, él mismo intenta hacer varias jugadas para que la gente reconozca a su hijo como califa, cosa que acaba siendo un gran error. Al final le acaba sucediendo, pero acaba siendo un niño en manos de los grandes personajes de la corte.
P. ¿Cómo eran las relaciones de este califato con los pueblos castellanos del norte y también con La Meca, o con los otros califatos?
R. Pues con el norte, Al Hakam intenta una política de pactos y treguas. Y también intenta fortificar bien la frontera para controlar por todos los medios las incursiones que los cristianos están haciendo sobre Al Andalus que empiezan a ser cada vez más fuertes y más dañinas. Es una política que más o menos da resultados, pero que parece que mucha gente no está de acuerdo con ella.
P. Preferían la espada.
R. Sí. De hecho, cuando después Almanzor toma el poder, va a seguir una política radicalmente distinta. Y luego, respecto a los otros califatos, la gran obsesión que tiene Al Hakam son los califas fatimíes, que acaban de tomar el poder en el actual Túnez y acaban de conquistar Egipto. Es un califato muy importante en la Edad Media en el islam y lo que tienen frente a los omeyas es que afirman que descienden directamente del profeta. Entonces, claro, consideran que tienen mayor derecho a gobernar la comunidad musulman. Al Hakam está verdaderamente preocupado por éstos, porque, de la misma manera que han conquistado Egipto, acaben conquistando Al Andalus.
P. Parece que el califato estaba siendo asediado entonces por el norte y por el sur.
R. Exacto. Y eso es lo que fuerza a hacer unas cosas que son el elemento determinante en estos años. Y es que manda al ejército al norte de Marruecos para tratar de controlar un poco aquello y que no se le metan los fatimíes. Eso acaba con una campaña muy agotadora y muy costosa, con algunas derrotas importantes para el ejército omeya, que va a tener que gastar una enorme cantidad de recursos que acaban dejando exhausto al califato.
P. Hablamos mucho del mito de las tres culturas. ¿Qué refleja de ello la crónica de este notario?
R. Pues realmente no es un tema que ocupe. Los cristianos aparecen en algunos momentos. El obispo y algunos cristianos aparecen como traductores cuando llegan las embajadas cristianas. En este momento no hay ningún personaje judío importante, aunque en otros momentos llegó a tener a un judío como consejero. En general, estas comunidades viven bajo el régimen de la Dhimma. Es decir, protegidos y con la posibilidad de realizar su culto, siempre y cuando lo hagan dentro de sus propios templos y se abstengan de hacer proselitismo.
Lo que sí se puede pensar es que el califato integra bastante a esta gente en la sociedad. Es interesante, porque a veces se ve que los musulmanes acudían con los cristianos a celebrar la navidad. Acudían a sus banquetes y se daban regalos. Cosa que es muy curiosa en ese momento y una cosa que no le gustaba nada a los Sulemas, que decían que eso estaba prohibido y que los musulmanes no se deben mezclar con los cristianos. Estaba esta tensión continua.
P. Por otra parte, una tensión absolutamente contemporánea.
R. Claro. La gente está conviviendo, hay comunidades distintas y se reconocen los unos a los otros, pero la gente coexiste. Se relaciona…
P. De alguna manera, el mito de las tres culturas, tengo la impresión de que ha solapado otras cosas muy interesantes del periodo del califato. Por ejemplo, hay poetas brillantísimos de los que no sabemos absolutamente nada. Es que ni se estudian. ¿Cómo crees que se está enseñando este legado?
R. Se está enseñando fatal. No conseguimos que se enseñe. El problema que hay con estos mitos y lugares comunes es que nublan. La gente se queda con el mito. Algunos están a favor, otros están en contra y no van mucho más allá. Y lo que yo he intentado con este libro es que se vea que estamos ante una sociedad formada por personas de carne y hueso. Con ocupaciones, con intrigas, con pasiones, con desesperaciones, también con partes violentas, y en otros momentos muy esplendorosa. Y, a veces, el mito de las tres culturas oculta el conocimiento real del califato. Y una de las cosas en las que ha afectado es en eso. En que nadie se plantea incluir poetas árabes dentro de la literatura española.
P. Exacto. Un tipo cualquiera lee a Góngora pero ni idea de quién es Ibn Zaydún.
R. Y eso hoy en día se podría hacer porque hay buenas traducciones. Fíjate, nunca se ha planteado introducir a Ibn Hazm en los colegios. Se podría introducir perfectamente ‘El collar de paloma’ como un texto a estudiar. Es un texto muy interesante. Pero ese muro no lo hemos conseguido derribar. La gente lo sigue considerando como algo ajeno y como algo para desarrollar un mito.
P. Hablando de muros. La última vez que hablaste con Cordópolis, pedías una intervención pública de la Mezquita. ¿Cómo ha evolucionado tu postura en estos tres años?
R. Pues estamos igual. Ni para adelante ni para atrás.
P. ¿Te leíste el informe de los expertos?
R. Hombre claro. Como no puede ser de otra forma. Ahí había colegas míos que son gente muy seria y muy respetada.
P. A la que se ha puesto en duda.
R. A la que se ha puesto en duda de una manera un poco injusta. Se han limitado a hacer un trabajo que pone de relieve las debilidades de los argumentos históricos que se esgrimen en esto. Yo creo que éste es un tema en el que todo el mundo acaba perdiendo. La Mezquita tendría que ser un objeto de consenso y no de disenso. Y el cabildo no está actuando de una manera particularmente en pro de conseguir consensos cuando no se está poniendo nunca en cuestión el derecho que tiene la iglesia a seguir realizando sus ritos allí. Esto nadie lo puede poner en cuestión, porque hay una comunidad que considera que ése es un lugar suyo. Pero eso no está reñido con una visión más integradora. Vosotros mismos sacasteis una cosa que era muy interesante. Cómo en los años 60, en época franquista, la gente lo tomaba de una manera natural.
P. Ha habido muchas contradicciones sobre la gestión de la Mezquita solamente en el último siglo.
R. Por lo tanto, no es una posición de la iglesia. Es más, dentro de la iglesia católica hay grandes arabistas que estoy seguro de que posiblemente estarían más de acuerdo con una visión que fuera más explicativa y más integradora. Y eso sería bueno para todos, incluida la propia iglesia católica. Una iglesia moderna no tiene por qué hacer ahí una especie de fortín.
P. En los últimos días hemos vivido la polémica, probablemente estéril, respecto a los perdones históricos. El último episodio ha sido un comunicado de la Mezquita Ishbilia en Sevilla, que al parecer pide que se pida perdón a los andalusíes.
R. No fastidies (se ríe)
P. Sí. No he podido comprobar la veracidad al cien por cien. Lo he visto en algunos medios de los que no me termino de fiar y casi todos van vinculados a tweets de Vox. Pero igualmente, me sirve para pedirle su opinión sobre este asunto.
R. Es que es un tema un poco complicado y no sé si lo voy a poder explicar bien. Yo… Ahí tengo una postura un poco… Cuando tú utilizas el pasado dentro del argumentario político es otro nivel distinto. Eso no quiere decir que sea ilegítimo. Se puede hacer. Si la gente considera que, por alguna razón, el pasado hay que movilizarlo para los problemas políticos del presente y se llega a algún consenso sobre eso, pues se puede hacer. ¿Cuál es el problema? Pues que la historia está llena de agravios y todos tenemos que pedir perdón por todo. Yo creo que pedir perdón por todo nos mete en una dinámica incontrolable.
El otro día Borrell decía que a lo mejor Francia también tenía que pedirnos perdón porque Napoléon hubiera invadido España. Porque fue muy destructivo. La guerra de la independencia fue un desastre para este país en términos de víctimas y de destrucción del patrimonio. ¿Qué es lo que ocurre? Que ahora mismo no tenemos una relación con Francia en la que busquemos reparación. No forma parte del argumentario político.
P. Sí bueno. Pero se me ocurre que EE. UU., por ejemplo, allí el Congreso votó pedir perdón por la esclavitud casi 200 años después y sin ningún tipo de drama o de sentimiento de agravio, entiendo.
R. Exactamente. Pero porque políticamente era relevante en ese momento para tratar de reconocer los derechos de las minorías. El problema es que cuando entras en el argumentario político, en la historia se te va por todos lados. En la historia no hay nunca ni buenos ni malos. A mí siempre me ha parecido que lo mas interesante era tener una conciencia histórica que pusiera de relieve que las potencias colonialistas han construido su poder y su riqueza sobre la base de la explotación. Y más que pedir perdón y gestos, me parece más interesante promover acciones reales de cooperación y ayuda al desarrollo que estén basadas en unos principios de redistribución. Me interesa más que haya una conciencia real sobre las consecuencias reales de determinados hechos históricos.
P. ¿Pero cree usted que existe una conciencia real de hechos como la conquista de América o ha triunfado el relato heroico?
R. Desgraciadamente no la hay. Todavía hay discursos bastante viejunos, que ahora vuelven a estar otra vez encima de la mesa. Pero yo creo que realmente la manera de afrontar este pasado es ser consciente de que no somos responsables de los hechos de nuestro antepasados.
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