Carlos Saura: el genio que hizo del flamenco historia del cine universal
Son las 8:42 de la mañana en Los Ángeles cuando escribo estas líneas. Hace sólo unos minutos que he visto en el ordenador que ha muerto Carlos Saura y mi cabeza inmediatamente se ha llenado de recuerdos. Lo primero que pienso es que se ha ido un maestro del arte, del cine, de la música, alguien que se anticipó a muchos otros a la hora de entender que el flamenco era un arte internacional.
Es, por tanto, un día triste para la cultura española, para el cine, para la música y para la innovación. Saura se sentía fotógrafo, porque lo que le gustaba era captar momentos y, sobre esas imágenes, imaginar sus películas. Lo recuerdo como un tipo curioso, del que guardo algunos momentos. Pero también como una figura a la que el flamenco le debe mucho.
Mis recuerdos con Carlos Saura arrancan en la película Flamenco, que supuso un antes y un después por muchos motivos: por su calidad, por su cantidad y por los artistas que intervenimos en esa película; lo más granado del flamenco de los últimos años. No estuvieron todos, porque era algo imposible, pero Flamenco es un testimonio imperecedero de la impronta de de artistas que ya no están y de otros que seguimos en la brecha.
Aquella película la viví muy de cerca porque tuve el inmenso honor de ser ayudante de Dirección Musical con Isidro Sanlúcar. Recuerdo la libertad con la que Carlos encaraba aquella producción. Y lo recuerdo junto a Vittorio Storaro, uno de los mejores directores de fotografía de la historia del cine, y artífice, junto a Saura, de una iluminación que es una auténtica preciosidad, que engrandece más la película.
Viví Flamenco muy cerca desde detrás de la cámara. Pero también delante: grabé una guajira con Merche Esmeralda, con Pepe de Lucía cantando; una petenera con José Menese; y un fandango con Paco Toronjo y Toscano. Fueron momentos increíbles en mi vida: recuerdo estar con La Paquera, que era una cantaora de una potencia increíble y una voz impresionante, y cruzarme en el mismo día con Manolo Sanlúcar, que estaba también grabando sus temas. Fue una vivencia curiosa porque Carlos e Isidro pedían cosas poco habituales. Y por eso yo salgo acompañando, porque no querían que hiciera lo que hago siempre. Y porque allí intervenían dos de los tres grandes maestros de la guitarra flamenca: Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar (faltó Serranito para que fuera redondo).
Aquel trabajo fue una delicia que tuvo continuidad cuando Carlos contó conmigo en El séptimo día para que adaptara la música de Roque Baños, y también en Iberia, la película maravillosa que hizo a partir de la suite de Albéniz. Su idea en esta última era que los guitarristas principales fuéramos Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar y yo. Recuerdo el subidón de aquella propuesta, que viví junto a Alejandro Sanz. Lo sentí como una entrada en la élite de la guitarra flamenca, aunque finalmente Paco de Lucía no pudo intervenir.
Finalmente, hice una adaptación de la Sevilla de Albéniz por sevillanas, con Paco Mora y un ballet enorme. En Iberia nuestra relación se tornó algo más personal. Recuerdo que la película se presentó en la Seminci de Valladolid, y que allí estuvimos Sara Baras, Aída Gómez, Manolo Sanlúcar, Chano Domínguez y Antonio Canales, entre otros. Y aquello fue una fiesta. Y recuerdo que, en mitad de una cena flamenquísima, Saura sacó su carpeta y dentro había unas copias de los storyboards que hacía a lápiz de cada escena, y se puso a regalarlos.
Yo me quedé entonces callado porque me daba un poco de reparo. Y fue Aída la que le dijo: “Carlos, regálale una copia a José Antonio”. Saura me regaló entonces su boceto de Córdoba, que conservo, aunque desgraciadamente no en buen estado, porque sufrí una inundación en casa que le afectó.
Carlos trabajaba como un artista puro: sin más apoyo que un papel, un lápiz y su imaginación. Y todo aquello lo trasladaba de manera precisa. Flamenco me dio la oportunidad de verlo trabajar en plenitud desde el otro lado. Y hoy, que nos faltan Carlos, Manolo y Paco, recuerdo perfectamente aquel día en que editábamos los tangos que salen en la película. Cómo a Paco de Lucía, a quien le gustaba grabar en estudio pero buscaba siempre un toque de suciedad propio del directo, todo le parecía demasiado limpio. Y cómo se me acercó y me dijo: “José, métete con nosotros”. Paco quiso entonces que, para que las imágenes sonaran a directo, se grabara una toma de los pies del grupo golpeando el suelo mientras tocaban, ese gesto reflejo que hacemos todos los flamencos, y que Carlos mantuvo en la película.
Aquella oportunidad que me dio Saura, en mi carrera artística ha tenido un eco imperecedero. En Estados Unidos, donde me encuentro, me conocen por esa película. La primera vez que llegué a la Costa Oeste, todo el mundo me conocía por la guajira que hice en Flamenco, una película cuyo impacto mundial nos impulsó a muchos de los más jóvenes del reparto.
Todos esos recuerdos hoy son fuente de tristeza. Desgraciadamente, se están yendo muchos grandes genios. Tengo la suerte de haber vivido entre varias generaciones de artistas, he podido compartir vivencias con muchos de ellos, pero eso me sitúa en un lugar en el que tengo también que ser testigo del hueco que dejan cuando se marchan. Hoy, sin embargo, quiero pensar que es un día para alegrarse por haber tenido en mi vida un pedazo de ese gran maestro que es Carlos Saura.
José Antonio Rodríguez es compositor y guitarrista, Premio Nacional Ramón Montoya, para Guitarra Flamenca de Concierto en el XI Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba de 1986.
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