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Antonio Muñoz Molina, el eterno novelista para quien la poesía es el “manantial de todo”

Encuentro con Antonio Muñoz Molina

Alejandra Luque

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La obra de Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) siempre ha vehiculado entorno a la narrativa. En 1982 comenzó su andadura por el mundo de las letras con la publicación de sus primeros textos como columnista en un diario de Granada. Muchos de estos artículos fueron publicados posteriormente, en 1984, en su ópera primera El Robinson urbano. El escritor que hoy es Muñoz Molina se forjó entre periódicos; una narrativa que a pesar de sus características propias ha bebido de la poesía, “manantial de todo”.

Así lo ha afirmado este miércoles en un encuentro con periodistas en Córdoba, ciudad a la que ha acudido para participar en Cosmopoética. Aunque pudiera parecer que la unión de Muñoz Molina con este festival carece de sentido o de sostén, nada más lejos de la realidad. A lo largo de toda su narrativa, el autor ha buscado -y lo sigue haciendo- que su trabajo adquiera “una intensidad parecida a la de un poema, sobre todo, en el arranque”.

Para el escritor, esta fase inicial de cualquier trabajo es vital para su desarrollo. No hay novela para Muñoz Molina que no pueda comenzar siquiera sin un arranque, parte de la narración que marca el transcurrir de toda la novela. En su último trabajo, No te veré morir, el arranque es un capítulo de 67 páginas. El novelista ha querido abandonar “la disciplina de la sintaxis” en un verdadero golpe de efecto para sorprender al lector. El resultado “es una especie de juego porque la historia va surgiendo así, y no es un apelotonamiento de frases separadas por comas”.

La literatura de Muñoz Molina es intensa y profusa. Comprende Beatus Ille (1986), El invierno en Lisboa (1987), Beltenebros (1989), El jinete polaco (1991), Los misterios de Madrid (1992), El dueño del secreto (1994), Ardor guerrero (1995), Plenilunio (1997), Carlota Fainberg (2000), En ausencia de Blanca (2001), Ventanas de Manhattan (2004), El viento de la Luna (2006), Sefarad (2001), La noche de los tiempos (2009), Como la sombra que se va (2014), Un andar solitario entre la gente (2018), Tus pasos en la escalera (2019), El miedo de los niños (2020), Volver a dónde (2021), el volumen de relatos Nada del otro mundo (2011) y el ensayo Todo lo que era sólido (2013).

Su obra es narrativa. Pura y dura. Sobre si algún día ha barajado publicar un libro de poemas, asegura que “la poesía tiene que llegar, es involuntaria”. No obstante, sí ha tenido “esa pulsión” de escribir algún poema, “pero para hacerlo de verdad, tiene que llegar”. Quién sabe si algún día la lírica irrumpirá en el rellano de su experiencia para tocar el timbre justo para hacerla resonar.

Entre los autores más prolífico, Federico García Lorca es el fundamental para el escritor andaluz. Juan Ramón Jiménez y los hermanos Machado también están entre sus favoritos, como no podría ser de otro modo. Pero reconoce, no obstante, la importancia de la poesía americana, “muy poco formal y natural, pero nunca vulgar, como la de Emily Dickinson”. Mención especial merece la poesía de Idea Vilariño, ya que la última novela de Muñoz Molina arranca con los versos finales de un poema que la uruguaya escribió en 1958.

En No te veré morir, el autor aborda el poder de la memoria y del olvido, la lealtad y la traición, y retrata la vejez en la voz de sus protagonistas. Pero el escritor no ha querido convertir esta obra en una reivindicación de esta etapa de la vida sino que, simplemente, su literatura está íntimamente relacionada con quién es él y cuáles son sus circunstancias. “Las novelas las vas haciendo con lo que tienes a mano, de una manera inconsciente, y con la integridad de la experiencia”, ha apuntado.

Defensor acérrimo de la lengua española -es académico de la Real Academia Española desde 1996-, critica ese “sometimiento servil hacia otro idioma que te parece más importante”, en relación a “la moda” de incluir anglicismo a diestro y siniestro en nuestro rico vocabulario español. “Esto es propio de las culturas colonizadas que no tienen conciencia del valor de lo que es suyo y se piensan que son mejores copiando a los colonizadores”. Relacionado con esto, valora positivamente que en el Congreso de los Diputados ya puedan usarse las lenguas cooficiales -el catalán, el gallego y el euskera- tanto en los debates como en las iniciativas parlamentarias. “Es un reconocimiento público de que nuestro país es plurilingüe. Quizás sea un poco artificioso, pero es una manera de recordar que las lenguas no son patrimonio del nacionalismo identitario. Son de todos. Son lenguas españolas”.

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