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El amor nace en la palabra y muere en el gesto

Araceli Hurtado y Adrián Villén en 'Sopor'.

Carlos Alarcón

12 de abril de 2021 06:00 h

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Entre lo inefable y la palabra, entre la metáfora y lo concreto, entre el movimiento seguro directo y el gesto abstracto sutil. Un limbo entre lo real y lo onírico que nos confunde -a veces, dichosa duda- el camino o el ser, que se detiene para conocerse y caminar (o no) pero que se sirve de la fantasía y la imaginación para buscar quienes somos. 

Este es el mundo que Adrían Villen y Araceli Hurtado, La Meknik, exponen con su trabajo Sopor, partiendo del cuento contemporáneo Fredo y la máquina, de la sevillana Marina Perezagua. 

¿Realmente somos dueños de nuestras decisiones? ¿Y si tuviéramos que decidir por otra persona? ¿Hasta dónde somos capaces de llegar por mantenernos despiertos? ¿Y si tuviéramos que vivir en soledad?

Los elementos de los que se sirve La Mekanik, para responder a estas cuestiones son un espacio vacío, dos sillas, dos cuerpos, la danza, la palabra, un plástico y un vestuario que concreta y abstrae. Componentes que, aunque son objeto de tránsito por lugares extraños, no dejan de ser comunes, consciente o inconscientemente.  

Araceli Hurtado, formada en la ESAD de Córdoba y en el Laboratorio de la TNT de Sevilla, interpreta a Inés y ya desde el principio se presenta en una búsqueda, que funciona de leitmotiv para comprender su extraña situación en el mundo: búsqueda en la comunicación con su madre, búsqueda de ella misma y la comprensión del amor que siente por Fredo. 

Adrían Villen, bailarín, coreógrafo y actor cordobés. Además de interpretar a Fredo, dirige la pieza y, al igual que su partenaire, está en esa búsqueda de respuestas ante el mar de dudas que es la existencia humana.

Ambos, a caballo entre lo simbólico y el realismo, transitan por paisajes de su inconsciente: miedos, culpas, amor, orgullo, desesperación y encuentros se suspenden en ese marasmo al que son forzados a vivir y que la propuesta lumínica de Davide Chous D´Andrea dibuja con precisión onírica. 

Y es que Marina Perezagua, además de haber sido profesora en la New York University, es una entusiasta defensora de la imaginación y la fantasía y, partiendo de la inmovilidad total corpórea, defiende en su libro Criaturas Abisales, que la fantasía es tan real como el mundo sensible, ya que es parte de nosotros. Y muchas veces, lo único que poseemos para comunicarnos en el mundo.

Decía Romeo Catelucci que “la religión da a los fieles respuestas, el arte suspende en el aire preguntas”, una cita que comparto fervientemente. Aunque hay gran parte de la pieza que invita al espectador a cerrar “su obra”, sí que buscar una respuesta puede no corresponder a este tipo de teatro. Y, tal vez, hubiera sido más interesante explorar ese camino de lo inefable para que el público complete las respuestas que se quedan en el ambiente.

No obstante, es de agradecer a estos jóvenes -que darán que hablar- todo su trabajo, cariño y dedicación para crear esta pieza -made In Córdoba- que va más allá del teatro de texto y que es tan necesaria para el público local, que cada vez demandan más teatro de estas características. 

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