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El viaje del pequeño Cheick para curar su corazón

Cheick duerme en brazos de , su madre de acogida | MADERO CUBERO

Manuel J. Albert

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Familias cordobesas acogen a niños africanos para ser tratados en Reina Sofía gracias al proyecto Viaje hacia la vida, de la ONG Tierra de Hombres

A veces parece que Cheick Diagne solo tiene ojos. Son grandes, como los de todos los niños de dos años y medio. Pero lo parecen aún más cuando te mira directamente. Eso lo hace cuando está tranquilo, relajado. Entonces, también sonríe. Y se ríe. En cambio, si está nervioso o inquieto, se lleva una mano a la boca y con la otra se acaricia el ombligo. Y así llegó a España hace un par de meses. Así lo recogieron Rosario Alcaide y Paco Arroyo, la pareja de cordobeses que lo han cuidado mientras Cheick era operado y convalecía de una intervención en el corazón. Una mañana entera en el quirófano de la que le queda una estrecha cicatriz que le recorre verticalmente el pecho. Una huella de la que apenas parece acordarse y de la que seguramente nunca se acordará cuando regrese a Senegal con sus padres.

Porque Cheick Diagne es senegalés y tiene una familia que no conoce de nada a Rosario y a Paco. Pero la dos estarán siempre unidas a través del niño, gracias al proyecto Viajes hacia la vida, de la ONG Tierra de Hombres. Desde hace unos años, esta iniciativa traslada a España a niños africanos aquejados de distintas dolencias que no pueden ser tratadas en su país. Con convenios en varias ciudades, a Córdoba viajan aquellos menores de hasta 15 años con patologías cardiacas. Como la que aquejaba al pequeño Cheick. “Padecía una tetralogía de Fallot, una comunicación entre los dos ventrículos y una estenosis pulmonar. Su evolución ha sido muy buena y no tardaremos en darle el alta definitiva”, cuenta la doctora Elena Gómez quien, junto al doctor Jaime Casares, forma parte del equipo de cardiología Pediátrica del hospital Reina Sofía.

Ni Rosario ni Paco se lo pensaron mucho cuando supieron que Tierra de Hombres buscaba familias voluntarias para acoger temporalmente a uno de estos niños. “Vi la petición en el perfil de Facebook de un amigo mío que lo había compartido. Y aunque nunca lo había pensado ni hecho antes, en ese momento lo vi claro. Esa noche, Paco y yo se lo comentamos en la cena a mis dos hijos y ellos dijeron que sí”, cuenta la mujer. Aquello fue poco antes de verano. Tras ser entrevistados por miembros de la ONG y designados finalmente como familia de acogida, en los meses de estío Cheick se ha convertido en su tercer hijo y hermano. “La organización solo nos pedía que tuviésemos tiempo para poder atenderle y que le diésemos mucho cariño. Y eso hemos intentado todo el rato”, prosigue Rosario.

Raquel Melero ha sido el contacto constante que la familia ha tenido con la organización. “Trabajamos con Marruecos, Mauritania, Senegal, Togo, Guinea Conakri y Benin. En seis años hemos traído alrededor de 20 niños a Córdoba para ser operados”, explica la cooperante. Los niños vienen con un visado de tres meses y esa suele su estancia media, dependiendo de su evolución. “En ese tiempo nosotros enviamos información semanal a su familia sobre el estado del niño”, prosigue Melero. Ella se ha convertido casi también en parte de la familia española de Cheick. Como Charo, la hermana de Paco, que casi ha ejercido más como abuela que como tía, reconoce ella misma entre risas.

Cheick hizo todo el viaje, desde Senegal a los brazos de Rosario, acompañado por una red de voluntarios. “Llegó con una muda. Nada más. Pero en seguida supo que íbamos a cuidarle, en seguida se nos abrazó coo haría con alguien de su familia. Y así hasta hoy”, dice su madre de acogida en el jardín de su casa, en el Higuerón, con el niño en sus brazos. Cheick, un poco receloso de la visita de los periodista se hace el dormido. Se chupa la mano. Se acaricia el ombligo.

Aunque en un rato estará corriendo de arriba a abajo haciendo el ruido de una moto -con cambio de marchas incluido- tan perfectamente como su castellano de un niño de dos años. “Es increíble, el idioma era uno de los principales miedos que teníamos”, recuerda Paco. “Nos dijeron que Cheick solo entendía el francés y el idioma propio que hablan en esa zona de su país. Pero a los pocos días se puso a decir cosas en español como cualquier niño”. Ahora es Paco el que lo tiene en brazos. Y ahora es Cheick el que se ríe con él, buscándole las “¡llaves, llaves, quiero llaves!” en el bolsillo de la camisa.

Han sido unos meses intensos. De esos que humedecen los ojos al pensar en ellos; o que hacen temblar la voz al recordarlos en alto. Como le pasa a Rosario, que a veces se esfuerza por terminar, al tiempo que intenta evitar que se le escape una lágrima rebelde. Porque ella, como su marido Paco, o sus hijos Rosalba y Francisco, sabe que pronto será el momento de la separación. Cheick tiene que volver a casa. Con sus padres. Con su familia.

“Este niño no ha dejado de sorprendernos. Es muy intuitivo y ya parece que sepa que tiene que hacer el viaje de vuelta”, logra decir Rosario. “En este tiempo no ha preguntado por sus padres. De hecho, nos llama papá y mamá a Paco y a mí. Pero desde hace unos días ha vuelto a hablar de ellos”, continúa. “Es un momento que sabíamos que iba a llegar. Y sabíamos que dolería. Y sí, duele. Pero es lo que tenemos que hacer”, termina Rosario, sin ocultar una sonrisa triste.

Seguramente ni Rosario ni Paco ni sus hijos volverán a tener noticias de Cheick. Pero tendrán algo importante: saber que se ha curado, que tiene una vida por delante, con todas las oportunidades que antes le faltaban. e quedan con eso. Y con el recuerdo. Con las fotos. Las conversaciones con los vecinos -el pequeño Cheick ha sido un fenómeno social en su calle del Higuerón desde que llegó- y las risas al recordar el feroz apetito del niño por el chocolate. ¿Repetiréis como padres de acogida? Rosario mira a Paco. “Sí, seguro”, suelta decidida. Y ya no parece tan triste.

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