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La sequía pone contra las cuerdas la supervivencia de miles de explotaciones agrarias del Valle del Guadalquivir

Un agricultor al amanecer

Alfonso Alba

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El agua es fuente de vida y un bien escaso. Lo saben bien los agricultores, que siempre han dependido de su abundancia o ausencia para sus éxitos. Y también el sistema productivo. La intensa sequía de 2010 en Europa del Este dejó sin cereal a Oriente Medio y se disparó el precio del pan. Y las primeras revueltas de la Primavera Árabe surgieron a consecuencia, precisamente, del alto precio de este suministro básico para la dieta.

El Valle del Guadalquivir vive una histórica sequía desde hace ocho años. Desde 2012, Córdoba ha sufrido los años agrícolas más secos y más cálidos desde que se tienen registros. Tanto la provincia como toda la cuenca del Guadalquivir tienen una de las reservas hídricas más importantes y seguras de España. Aún así, la ausencia de precipitaciones está dejando los embalses tan secos que en caso de que 2021/2022 vuelva a ser un año sin lluvias abundantes miles de explotaciones agrarias no tendrán garantizada su supervivencia.

El presidente de la Federación de Regantes de Andalucía (Feragua) es Pedro Parias, uno de los hombres que más sabe de gestión del agua y de defensa del medio agrícola de la región. Parias lleva varios años al frente de la organización y resume que la situación actual es “durísima y muy complicada”. “Todas las explotaciones agrícolas están sufriendo ya”, explica, no solo las tierras de regadío, sino también las de secano.

El primer cultivo que ha dado la voz de alarma de lo que se viene encima es el de la aceituna de mesa. Su recogida comenzará de manera casi inminente y ya se pronostica que la cosecha será entre un 25 y un 30% inferior a lo que se espera. “En los aforos del algodón y los cítricos ya estamos viendo también una producción que es un tercio inferior” a la de años anteriores, explica Pedro Parias, de Feragua. “A partir de ahora vamos a depender de las lluvias y de lo que decida el de arriba”, explica.

Los regantes siguen usando agua de los embalses. Eso sí, su dotación es entre un 33 y un 50% inferior a la de años anteriores. En abril, la Comisión de Desembalse de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir ya aprobó una reducción ante la situación de ausencia de agua en los pantanos. Hasta el 30 de septiembre, los regantes que no han gastado toda la dotación que les corresponde podrán seguir usando el agua para sus cultivos. A partir de entonces, quedarán 40 hectómetros cúbicos de “reserva estratética” para los cultivos de arboleda: almendros, olivar, naranjos y limoneros, principalmente. Estos cultivos son mucho más sensibles. Si se pierde una finca de cítricos, por ejemplo, la explotación tardará al menos cinco años en volver a producir.

“Nos enfrentamos ya a rendimientos menores de los esperados en una campaña de lo normal”, explica el presidente de Feragua, que asegura que esta falta de agua “afectará mucho a la rentabilidad y cuenta de resultados de las explotaciones”. También a los precios. Si sigue habiendo demanda de cítricos, algodón, aceite y almendras es probablemente que los precios aumenten e incluso que el consumo futuro se resienta. Aún así, la escasez de las cosechas hace que por mucho que suba el precio difícilmente sean rentables si no llueve.

Por eso, los regantes piden a la Confederación Hidrográfica que reclame al Gobierno la aprobación del decreto de sequía “cuanto antes”. “Sabemos que vamos a entrar en sequía a no ser que en octubre comience a llover con mucha fuerza”, explica Parias, que recuerda que la última vez que este instrumento se aprobó fue en 2006 y que estuvo activo hasta 2008.

El decreto de sequía es clave para garantizar la viabilidad de la agricultura en el Valle del Guadalquivir. Sin él, no se pueden reclamar pagos a las aseguradoras, acceder a ayudas, lograr préstamos modificados, eximir del abono de cuotas sociales o del pago del IBI. “Medidas paliativas”, como explica Parias, para intentar que el menor número de agricultores abandone la actividad ante un momento muy grave.

La tormenta perfecta con el precio de la luz

Además, muchos agricultores se encuentran ante una tormenta perfecta: que no llueve, que baja la producción y que se incrementan los costes por el precio de la electricidad. Los regantes, en su mayoría, tienen que usar la electricidad para sus regadíos. La modernización de estos (“solo nos gana Israel”, asegura Parias) ha llevado a que se ha dejado de regar por gravedad. Las bombas necesitan energía y siempre es eléctrica. Muchas explotaciones usan ya instalaciones fotovoltaicas, pero otras siguen en la red. Y además, algunas fotovoltaicas de los regantes, como la del Bembézar, no se puede explotar. “No podemos volcar la energía sobrante en la red”, lamenta Parias, y critica a la Junta por ello.

“Si octubre es lluvioso la situación cambia. Si no, es una debacle”, insiste Parias, que calcula que los costes se han disparado entre un 50 y un 100% por el incremento de la factura eléctrica. “Todo esto pone en riesgo la viabilidad de estas explotaciones”, detalla.

En cuanto a la infraestructura, Parias reclama que la Confederación permita la construcción de balsas de riego para evitar situaciones como la actual. Y destaca que si a día de hoy La Breña II no hubiese estado construida “ya habríamos tenido restricciones mucho antes”. Por eso reclama esas balsas “que son básicas y que deberían ser apoyadas”.

Parias sale también al paso de las críticas sobre la eficiencia de los regadíos. “Toda la conciencia por el mejor uso del agua es clave y lo estamos demostrando”. Así, asegura que el 78% del riego andaluz ya está modernizado, a unos niveles muy superiores a la media mundial. Se han construido instalaciones que evitan fugas, evaporaciones y se ha dejado el riego por inundación o aspersión, para que cada gota de agua cuenta. “Esto es una responsabilidad de los regantes, que siguen en esa línea y que se apoyan en las tecnologías”, concluye.

Pero sin agricultores, no habrá producción, ni hortalizas ni riegos más o menos eficientes. El otoño decidirá si la cuenca entra, de nuevo, en un histórico periodo de sequía.

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