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“En la pederastia ha habido complicidad entre la Iglesia y la justicia”

Juan José Tamayo, autor de 'Pederastia. ¿Pecado sin penitencia?'

Aristóteles Moreno

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La pederastia es el escándalo de la Iglesia católica que le ha generado más descrédito y el que constituye la “mayor perversión del mundo de lo sagrado”. Así lo concibe el reputado teólogo Juan José Tamayo, titular de una inabarcable producción ensayística especializada y una de las voces críticas más lúcidas sobre la jerarquía católica y su enorme poder terrenal. Para Tamayo, la publicación de Pederastia. ¿Pecado sin penitencia? es el resultado de un “compromiso ético” y diez años de trabajo metódico y reflexivo, parte del cual ha ido macerando en sus colaboraciones en diversos medios de comunicación.

El director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III acaba de presentar el libro en Córdoba, junto a Octavio Salazar y Marina Pérez. Y se muestra particularmente expeditivo con la Iglesia católica. “Hasta ahora, la pederastia ha sido un pecado sin penitencia”, asegura parafraseando el subtítulo de la obra. Ni los obispos ni el Vaticano han movido en los últimos ochenta años un dedo para sancionar y castigar un “crimen vil que atenta contra las dignidad de los seres humanos y, sobre todo, de aquellas personas más vulnerables”.

Ni siquiera han practicado lo que estipula el derecho canónico, lamenta Tamayo, que prevé la expulsión del orden sacerdotal de quienes abusan de menores. “Se han limitado a cambiarlos de lugar, de diócesis o de país, y de esa manera se han convertido en cómplices, encubridores y negacionistas del delito”, deplora sin paños calientes. Tamayo desgrana sus aceradas amonestaciones con aplomo y sin titubeos. Detrás de sus argumentaciones, hay años de estudio e investigación. No en vano este es el libro número 91 de su extensa trayectoria intelectual.

Los jerarcas católicos se han convertido en cómplices y encubridores del delito

¿Y por qué la Iglesia ha escondido la pederastia durante décadas? “Para preservar su buen nombre”, señala el autor. “Sin ser conscientes”, reflexiona Tamayo, “de que lo que hacían era pervertir más la situación y deteriorar la imagen de las comunidades cristianas”. En su opinión, no se trata de un fenómeno episódico, sino estructural, pese a que la jerarquía católica se ha esforzado durante años en reducirlo a un puñado de casos, que no representan, en modo alguno, a la institución. De hecho, la Iglesia ha cifrado la incidencia de la pederastia clerical en 806 casos, cuando los dos informes publicados este año elevan la cifra muy considerablemente.

Tamayo apunta directamente a la jerarquía católica como responsable de una cadena de delitos de enorme gravedad. Pero no únicamente. También extiende el manto de la responsabilidad a otras instituciones del Estado. “Yo sospecho que hay una complicidad entre la jerarquía católica y la administración de justicia”, sostiene el teólogo, en relación a las escasísimas sentencias incriminatorias contra sacerdotes pederastas y prelados encubridores. “Y esto viene del franquismo”, añade. “De forma que ni la Iglesia ha penalizado el pecado ni la justicia ha condenado el delito. Sigue habiendo un temor reverencial a la jerarquía católica”.

También pone en la diana de sus reproches al Gobierno. “Ninguno ha hecho lo que estaba en su mano hasta ahora”, afirma. “Todos los gobiernos desde la transición han sido rehenes de la Iglesia católica: los de centro, los de derechas y, lo que es más grave, también los de izquierdas. Si es que ha habido alguno de izquierda”, remarca con fina sorna. En primer lugar, porque, a su juicio, todos los ejecutivos han mantenido en vigor los acuerdos con la Santa Sede, en cuyas prerrogativas permite a la Iglesia católica negar la entrega de las informaciones secretas de los archivos diocesanos. Lo que blinda, de facto, la impunidad de clérigos presuntamente vinculados con comportamientos abusivos. Sí valora, en cambio, el compromiso público demostrado por Pedro Sánchez con cualquier investigación abierta para esclarecer el fenómeno de la pederastia eclesiástica.

De hecho, en opinión de Tamayo, el informe elaborado por el Defensor del Pueblo va en esa línea. “Responde a lo que las víctimas venían exigiendo desde hace muchos años: ser atendidas, ser escuchadas y ser correspondidas. Y da respuesta a una situación de sufrimiento global que durante mucho tiempo se ha mantenido cubierto por un injusto silencio”. El profesor era escéptico sobre el verdadero alcance del informe impulsado por Ángel Gabilondo. Pero su desconfianza se desvaneció en cuanto conoció las conclusiones del dictamen.

El documento del Defensor admite la trascendencia del fenómeno y califica los abusos sexuales en la Iglesia católica como un “grave problema social y de salud pública”. “La institución eclesiástica ha tenido un innegable poder en España y una autoridad moral sobre la sociedad. Y ahí es donde está la gran contradicción. Las víctimas se han sentido defraudadas por la confianza que habían depositado previamente en los victimarios”, aduce.

Según el informe del Defensor del Pueblo, el 1,13% de la población adulta declara haber sufrido una agresión sexual en el ámbito religioso católico. La cifra ha sido extraída de una encuesta realizada por la consultora GAD3. La extrapolación de esos datos ofrece un número sobrecogedor de víctimas en España: 440.000 personas. “Lo que supera con creces las cifras que conocíamos de otras iglesias, como la francesa”, puntualiza Tamayo.

Todos los gobiernos desde la transición han sido rehenes de la Iglesia católica. También los de izquierda

El método estadístico empleado por el Defensor fue inmediatamente desacreditado por la Conferencia Episcopal Española. Tamayo, en cambio, sostiene que es perfectamente aceptable. “¿Es un método arbitrario? ¿Anticientífico? Yo creo que no”, asegura. Este tipo de sondeos se usan también, argumenta el teólogo, para la Encuesta de Población Activa (EPA) y otras prospecciones demoscópicas.

La Iglesia católica encargó su propio dictamen al despacho de abogados Cremades y Calvo Sotelo, aunque, por razones no suficientemente explicadas, sus conclusiones fueron silenciadas. “Contrasta la solemnidad del encargo de la Conferencia Episcopal, con todos los medios de comunicación presentes, con la sobriedad con que fue después recibido, cuando se guardó en un cajón”, revela Tamayo. El profesor de la Carlos III cree que las conclusiones de Cremades disgustaron a la jerarquía católica, sobre todo en relación a la cuantificación de las víctimas. El despacho de abogados cifró en 2.056 las personas abusadas, aunque admitió que se trataba solo de la punta del iceberg.

Ni el Papa Francisco se escapa de su mirada analítica, pese a que valora su compromiso con la erradicación de la pederastia. “Ha llamado a algunas víctimas, les ha pedido que denunciaran ante la justicia civil y ha establecido tolerancia cero”, reconoce. Pero no pasa por alto el silencio mostrado por el pontífice en la reunión que mantuvo en octubre con los prelados españoles en el Vaticano. “Ni siquiera les tiró de las orejas a los obispos”, lamenta Tamayo, quien cree que un sector de la Iglesia peninsular es claramente “antiFrancisco” y “no sigue sus orientaciones en ninguno de los campos”.

Hay que desjerarquizar, despatriarcalizar, desclericalizar y democratizar la Iglesia

Para el autor del libro, el problema esencial de la pederastia eclesiástica es el “poder basado en la masculinidad sagrada”. “Los obispos se ven como varones representantes de Dios y, por tanto, sienten legitimados todos sus comportamientos por muy destructivos que sean de la dignidad de las personas”. Al fin y al cabo, agrega Tamayo, son ellos mismos los que luego se absuelven de sus pecados. “El poder de las masculinidades sagradas se impone sobre las mentes, las almas, las conciencias y, lo que es más grave, sobre los cuerpos”.

Después de un análisis exhaustivo sobre el fenómeno del abuso clerical, Juan José Tamayo ofrece propuestas concretas para superar la pederastia. “Desjerarquizar, despatriarcalizar, desclericalizar y democratizar la Iglesia, en primer lugar. Además de eliminar el celibato obligatorio y suprimir los seminarios donde los candidatos al sacerdocio están segregados de la familia y la sociedad”. A los jerarcas de la Iglesia, según Tamayo, les ha faltado compasión, acompañamiento, arrepentimiento, reparación, sinceridad y colaboración con la justicia para esclarecer un escándalo de proporciones bíblicas.

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