Serrat siempre juega en casa
El cantante catalán revisa su repertorio sin sorpresas ante un Teatro de la Axerquía entregado que pedía más y más canciones
Poca cosa hay que decir de un tipo que empieza a cantar El carrusel del Furo y que te anuncia que “se acabó la fiesta” antes de los bises. Este tipo, con el que tengo algo personal, está de gira y le da igual que hoy sea Montevideo, que Santiago de Chile, Quito, Perelada o Córdoba. Él siempre juega en casa, en el salón de su casa o en el césped del equipo de sus desvelos.
En escena, su Antología desordenada tiene el orden que ponen el gran Ricard Miralles al piano y la dirección del saber estar de David Palau, a la guitarra, y Ray Ferrer al bajo eléctrico y contrabajo y la elegancia y detalles de Vicent Climent a la batería y percusiones.
Serrat salta a la cancha a jugar con su repertorio como si estuviera en el comedor de su casa, en la terraza, entre amigos, tomando una copa de vino. Y siempre seduce con su juego, entre el jazz y la copla, con sus versos o los prestados de Machado o Miguel Hernández. Él –y su equipo- no defraudan.
Un Teatro de la Axerquía casi lleno –“gente de cien mil raleas”- asistió a un concierto sin sorpresas, con un sonido un poco escaso para un auditorio al aire libre, pero al que el público se acostumbró, verso a verso, canción a canción.
Serrat invitó a la cantante israelí Noa a compartir escenario para cantar a dúo Es caprichoso el azar y le prestó unos minutos para que encadenase otra canción y terminase compartiendo con el público los versos del tema principal de la peli La vida es bella. Un regalo a mitad de partido para luego seguir desgranando éxito tras éxito con sus músicos cómplices.
Nadie salió defraudado de un concierto antológico y ordenado. Todos se sabían las canciones. Todos repetirán cuando Serrat vuelva a jugar en casa. “Ojalá vuelva”, escuché decir de madrugada.
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