El norte de Córdoba se abona al agua embotellada: “No nos fiamos”
Hace poco más de un año, la rutina de Paco, vecino de Pozoblanco de 84 años, empezaba siempre igual: levantarse temprano, encender el móvil y mirar en Facebook dónde estaría ese día el camión cisterna. Durante doce meses, ese fue su ritual diario. Hoy ya no hay cisternas en las calles, pero hay un objeto que sigue ocupando la mayoría de las despensas y cocinas de los vecinos del Norte de Córdoba: las garrafas de agua. Para muchos, la sensación es que poco o nada ha cambiado.
Abril de 2023 dejó a Los Pedroches y al Valle del Guadiato con las tuberías marrones y secas. El embalse de Sierra Boyera, único suministro de la zona, se vació hasta la última gota. Durante un par de semanas, más de 80.000 vecinos bebieron agua del embalse de La Colada sin saber que estaba contaminada y cargada de cianobacterias. Cuando la Junta de Andalucía lo confirmó, los vecinos de la zona recibieron una orden clara: no abrir el grifo de sus casas para nada.
Dieciséis meses después de esas lluvias de la Semana Santa del año pasado que consiguieron llenar el pantano de Sierra Boyera, la mayoría de los vecinos del norte de Córdoba siguen sin fiarse del agua que sale de sus grifos. Marisa, vecina de Hinojosa del Duque, nunca imaginó que después de una pandemia viviría “en primera persona” otra crisis, esta vez por el agua contaminada. “Desde que apareció la contaminación no he vuelto a beber del grifo; la compramos porque no nos fiamos”, cuenta.
Asegura que el olor persiste y que incluso ducharse genera preocupación: “Ya pasó que a los bebés había que lavarlos con agua distinta y hubo muchas infecciones de oído y de piel; al ducharte la piel picaba”. Denuncia que las soluciones prometidas “no están siendo efectivas” y que, a día de hoy, el agua “no está limpia ni apta para el consumo humano ni para la ducha”.
Como Marisa piensa casi el 73% de la población de Los Pedroches. La Universidad Complutense de Madrid realizó un estudio en el que afirmaban que tan solo un 15% de la población de esta zona seguía bebiendo agua del grifo, de un 60,4% que consumía este tipo antes de esta crisis del agua.
La mayoría de los vecinos sigue recurriendo al agua embotellada. Miguel Aparicio, presidente de la plataforma Unidos por el Agua, lo resume con una frase sencilla: “La gente no se fía”. Y añade: “El problema es que algunos ayuntamientos y el presidente de la Diputación aseguran que el agua es perfectamente potable, pero, claro, ¿quién quiere beber agua color marrón?”.
Dermatitis y dolores de barriga
Susana, vecina de Hinojosa, es un ejemplo de esa desconfianza. Durante la crisis empezó a utilizar agua embotellada para todo: “Hasta para poner garbanzos y lentejas en remojo”, recuerda. Hoy, aunque en su zona el agua ya no huele mal ni tiene el color parduzco de antes, sigue usando garrafas para beber y cocinar. “Lo que sí noto es la piel súper reseca”, afirma. Entre sus compañeros de trabajo, el patrón se repite: “La hija de una compañera, de 11 años, tiene una dermatitis grave en manos y piernas; muchas niñas de su clase también, y están seguras de que es por el agua”.
La preocupación por la calidad del agua no se limita a las dermatitis en niñas preadolescentes. En la zona también se han detectado episodios de diarrea y problemas digestivos, especialmente en personas mayores. María Luisa, de 89 años y residente en Dos Torres, lo sabe bien. El fin de semana pasado, su hijo llegó con cuatro botellas de seis litros desde Córdoba para que pudiera abastecerse durante la semana, hasta la próxima visita. Ella era reacia: tras la reapertura del suministro, volvió a beber del grifo porque “no notaba nada”. Sin embargo, su cuerpo sí lo notó: los dolores de barriga fueron tan intensos que su nuera insistió en que volviera al agua embotellada.
Fidel, vecino de Hinojosa del Duque, también ha modificado su día a día. “Para lavar alimentos me traigo garrafas de Córdoba. En la ducha y en la lavadora he instalado un descalcificador en las tuberías y filtros con bolitas en las alcachofas”, explica. Aunque asegura que “no se complica con el tema del agua”, reconoce que sería mucho más sencillo abrir el grifo y encontrar un agua clara y segura.
Y no solo sería más cómodo: también aliviaría el bolsillo y el esfuerzo diario. En la casa de Marisa, donde viven tres personas, gastan unos 35 euros al mes en garrafas. Puede parecer poco, pero “supone cargar y transportar decenas de litros de agua cada semana”, un trabajo que no debería ser necesario si el suministro público “ofreciera garantías”.
Este año, parecía que la situación daba un respiro. En junio familias y adolescentes se bañaban en el embalse de La Colada. La imagen no duró mucho. Hace apenas una semana, la Delegación Territorial de Salud y Consumo en Córdoba prohibió el baño por la alta presencia de cianobacterias, un organismo cuya proliferación puede producir toxinas peligrosas para la salud humana y animal.
Aunque el suministro doméstico ya no procede de La Colada, sino de Sierra Boyera, el temor persiste. Los ganaderos comparten esa inquietud. Rafa, que cría ganado en la zona, explica que para hidratar y limpiar a los animales recurre a agua de sondeo y de lluvia. “La mayoría del sector hace lo mismo, o usa pozos normales. Evitamos el agua de los embalses siempre que podemos”, asegura.
En la comarca del Guadiato no existen datos oficiales que permitan saber cuántos vecinos beben agua del grifo y cuántos optan por el agua embotellada. Las experiencias, como ocurre en Los Pedroches, son dispares. Meli, vecina de Fuente Obejuna, recuerda que lo vivido fue “un horror”, pero afirma que ahora en su casa siguen bebiendo agua del grifo: “Nosotros nos hemos fiado siempre porque el agua es clara, insípida y está buena. Hemos confiado en lo que nos han asegurado desde el Ayuntamiento y, efectivamente, no hemos tenido ningún problema”.
En Pozoblanco, Paco piensa distinto. Asegura que la calidad del agua “depende de las depuradoras de cada municipio” y que él prefiere seguir comprando botellas. “Cuando metieron el agua de La Colada, completamente contaminada, las tuberías y las depuradoras de cada municipio se quedaron igual de contaminadas. Yo no me fío”. No obstante, entiende que “haya gente que beba agua del grifo si no está teniendo ningún problema de salud”.
Para Marisa, más allá de la elección entre grifo y botella, lo más grave es el sentimiento de abandono: “No se nos está dando una respuesta y nos sentimos olvidados por todas las administraciones. Somos un pueblo honrado y trabajador; no nos merecemos esto”.
Entre garrafas apiladas en las cocinas y filtros improvisados en las duchas, la vida sigue en Los Pedroches y el Guadiato. La gente se ha acostumbrado a cargar agua como antes se cargaba leña, pero no se resigna. “Queremos volver a abrir el grifo sin miedo”, dice Marisa. Y en esa frase cabe el deseo de toda una comarca.
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